El Monumental fue una fiesta por donde se lo mire. Perdura la alegría por el triunfazo en la Copa. El buen juego al que Central se asoció. El retorno de Aimar. Y la victoria que lo mantiene prendido.
El 3-0 a Cruceiro «allá» no era posible ni «aquí», y antes que golpearse el pecho, el seguidor millonario convocaba al asombro. Hacia la cabina llegaban miradas de los más sensatos, que los hay, con el gesto de ¿qué me dice? Antes de salir los equipos al terreno de juego, el estadio escondia como un secreto a voces la fiesta que les esperaba a Marcelo Gallardo y sus muchachos. A esa hora, el único temor era que, como tantas veces ocurre, el clima de jolgorio le jugase en contra frente a un adversario ideal para probrase localmente las bondades expuestas en Brasil.
SIGA LA FIESTA. Pero muchos se asociaron al clima festivo del estadio. Por caso, el árbitro Néstor Pitana, quien se sumó celebrando con dos penales que ignoró en el área de los locales. Más no podía hacer por la celebración, dejando en las miradas cómplices de los hinchas millonarios la certeza de una ayuda inesperada.También se anotó en la lista de la ceremonia un personaje más espeable, aunque no por poco ansiado: Teo Gutiérrez. El colombiano fue el autor de un precioso gol, tocando la pelota por encima del arquero Mauricio Caranta, después de un pase impecable de Leonardo Pisculichi, quien también volvía a brillar tras un largo lapso sin hacerlo. Los delanteros de Central, por su parte, estuvieron de acuerdo en no arruinar el ambiente de cantos y aplausos, y desperdiciaron varias ocasiones realmente muy propicas. Y por último, Marcelo Barovero le atajó un cara a cara a Nery Domínguez en una formidable acción del arquero millonario.
En medio de semejante acuerdo, el primer tiempo se consumió con una victoria de River, que contuvo un atributo interesante para resaltar del partido: estuvieron latentes siempre el empate de los Canallas y el segundo gol de River.
El choque era tan bueno como se esperaba y el segundo tiempo se abría a la incertidumbre del resultado y la certeza del buen juego.
Todo habría de suceder tal como se preveía. Barovero le ofreció nuevamente a los suyos algunas atajadas descomunales que provocaron la impotencia de Central y aunque las respuestas fueron más timidas y los rosarinos merecían claramente mejor suerte, River consiguió prolongar la fiesta que había iniciado bien temprano. Con varios momentos para destacar. Se fue Leonardo Ponzio entre aplausos, después entró Pablo Aimar tras más de 14 años y la emoción recorrió como un golpe de electricidad ese mundo blanco y rojo del estadio completando la alegría desbordante de las tribunas.
ENTRE LA RECIEDUMBRE Y LAS SUTILEZAS. La lucha fue tensa y palmo a palmo se disputó cada pelota. Aimar mostró la vigencia de su toque delicioso, durante los 15 minutos que estuvo en la cancha. Incluso se destacó porque el partido ya no daba para sutilezas. Se rasparon fuerte los defensas, hubo tarjetas y el promedio de la calidad descendió pero sin comprometer lo bueno que ya había ofrecido el espectáculo hasta entonces.
Nery Domínguez, Jonás Aguirre, Hernán Villalba, todos integrantes del extraordinario piberío que el Chacho Coudet está alentando a medida que transitan las primeras experiencias de la Primera División, se fueron convenciendo de la imposibilidad de dar vuelta la situación. Y del otro lado, River, que tuvo puntales en Jonathan Maidana, Leonardo Vangioni y Matías Kranevitter para que no fueran sólo las manos de Barovero las responsables de una importante victoria.
Al final, cuando ya nadie lo esperaba, un gol del incansable Camilo Mayada cerró el partido al cabo de una muy buena jugada que inició el oriental y en la que Teófilo metió un cabezazo en un caño. De rebote, ligó el futbolista uruguayo que otra vez quedo en el podio de las buenas actuaciones individuales.
A la salida, la luna estaba lejos, demasiado alta.
El espectáculo se bastaba con la alegría de River que también va hacia lo más alto del torneo y el coro del estadio lo nombaba campeón.
Fuente:Tiempo Argentino