Cuando el francés Víctor Hugo publicó en 1862 su novela más recordada, Los miserables, produjo una conmoción en el mundo literario y por extensión en aquella reducida porción de personas que accedían a los bienes culturales en la sociedad europea de la época. El gran exponente del romanticismo se internó además en el realismo y su obra maestra habló y sigue hablando del bien y del mal, de la ley, la política, la ética e incluso de la religión y la religiosidad. Ubicada en la época de la Rebelión de junio de 1832 en medio de pasiones y enfrentamientos de distintos modelos de sociedad en pugna de intereses de clase y de poder.
En la Argentina de hoy, con el odio brotando sin control desde las usinas de la mala intención, de la tergiversación intencionada, del ocultamiento de la verdad, de la doble vara para leer e informar la realidad y la pertinaz persecución a quienes no piensan como ellos – sean Florencia Peña, Andrea del Boca, Fito Páez, Orlando Barone o Víctor Hugo Morales– un coro de miserables vomita elaboradas y sincronizadas operaciones intentando desacreditar, ridiculizar y difamar a quienes desde un bien logrado lugar en la sociedad, no coinciden con tanta bronca organizada y planeada en contra de las mayorías o en todo caso de quienes confían y respaldan todo o parte de lo logrado en esta década de transformaciones sociales y políticas y el camino soberano que se ha emprendido y no tendrá retorno.
Es tan vil la campaña mafiosa, que no les alcanza con apuntar y bombardear a funcionarios y políticos que adhieren al proyecto nacional, popular, transformador y democrático, que buscan por los flancos, por los bordes de la política y ensucian a todos quienes tenemos fe y esperanza y la inesperada alegría de estar viviendo este momento histórico que creíamos que no llegaríamos a disfrutar y acompañar militantemente.
La Real Academia define al miserable como infeliz, sin valor ni fuerza, mezquino, perverso, abyecto y canalla. Es de esa ralea, de esa catadura amoral de donde viene acrecentándose el accionar del grupo de tareas que pretende denostar al periodista y relator Víctor Hugo Morales y que no tiene límites morales para lograr sus objetivos.
Víctor Hugo no necesita que nadie lo defienda. Su trayectoria y, por sobre todo, el testimonio de cualquiera que haya trabajado con él son suficientes razones para certificar su hombría de bien. Los operadores de la mentira no podrán encontrar jamás a alguien que diga una sola palabra de cuestionamiento como compañero de trabajo. La solidaridad con los suyos y con los que necesitan una mano son una marca de origen e historia indiscutibles.
Quien esto escribe lo conoció profesionalmente en enero de 1986 cubriendo el verano marplatense para la revista La Semana. La entrevista que debía hacerle estaba vinculada a una pretendida guerra o competencia con un relator colombiano que llegaba a la Argentina para intentar lograr un lugar similar a la del relator uruguayo. La casualidad me hizo compartir luego un desayuno al día siguiente. Me sorprendieron la firmeza de sus convicciones, su férrea postura de hombre de trabajo que luego de haber logrado un contrato superlativo me dijo: «A pesar de lo que pueda ganar, a pesar del reconocimiento personal al que llegue, siempre sabré que estoy de este lado del mostrador, el de los trabajadores y no en de los patrones.»
Nadie puede negarle sus históricas y adelantadas revelaciones y denuncias sobre el secuestro del fútbol por parte del Grupo Clarín y trascendiendo el tema futbolístico, la extensión a los otros negociados del grupo de Magnetto con los jubilados, el lavado de dinero y las empresas fantasmas en los paraísos fiscales, además del estatuto de la mentira que son sus páginas, sus pantallas y sus radios difundiendo calumnias y operaciones descaradas.
Víctor Hugo Morales, como todos nosotros es alguien con contradicciones, que va modificándose según el tiempo y lo que vamos aprendiendo a lo largo de nuestro derrotero vital. Muchos no coincidimos cuando su radio y él mismo tomaban una posición cerrada y sesgada –según muchos de nosotros– con respecto a las manifestaciones destituyentes y golpistas alrededor del conflicto de la Resolución 125 fogoneada por los patrones rurales. Tal vez tardó más que otros en percibir quiénes y por qué estaban detrás de esa movida antipopular. Pero cambió.
Para muchos miserables que como buenos monos –o gorilas– bailan sólo cuando hay plata, la incómoda e injusta situación que le toca vivir a Víctor Hugo, la relatan como una cuestión de hombre comprado. Decía mi abuela: «El ladrón cree que todos son de su condición.»
No vale la pena nombrar a los miserables. Es desde su propia mezquindad que buscan un lugar en el cuadro de honor de los reaccionarios. Algunos por fanáticos, otros por dinero o complejo de inferioridad y algunos más por que su ego mercenario no permite la existencia y el respeto hacia Víctor Hugo, un hombre, que vale decirlo es un hombre bueno y solidario. Algo que ninguno de ellos ni sus mandantes podrán ostentar cuando se los recuerde.