Prólogo para el libro de mi hijo Matías sobre las Islas Malvinas

 Hace ya 30 años. Una cena en la casa del periodista Néstor Ibarra, en pleno desarrollo de la guerra de Malvinas. Era mi segundo año de vida continuada en la Argentina y como en puntas de pies fui entrando en la conversación inevitable de cualquier reunión de entonces.

  Cuando fue posible argumenté sobre otras bases ya tendidas en la charla con respecto a lo que el episodio significaría: el triunfo abría la puerta a los militares para mantenerse en el poder. Dolorosamente la sociedad argentina se debatía entre esa certeza y la solidaridad con los jóvenes combatientes que enfrentaban a uno de los ejércitos mas profesionales del mundo.

  En algún momento incursioné en lo que motiva esta página. Con Néstor habíamos recorrido miles de kilómetros ofreciendo charlas en la antesala del mundial del 82. Y manifesté que me parecía una locura forzar aquella guerra en nombre de los territorios de las islas cuando, si algo sobraba en la Argentina, eran tierras. La pampa ofrecía en cada viaje que  hacíamos la belleza de los atardeceres en las carreteras, pero también la extensión plana e inmensa de su horizonte. No pensaba, claro, en aspectos estratégicos o económicos como los que se conocen ahora.

 Solo consideraba el valor del espacio por el que se estaba luchando y su muy relativo valor ante las muertes que ocasionaría. No valía una vida la tenencia de mas tierras en un país deshabitado.

 En algún momento Ibarra se quedó a solas conmigo. Espero sabiamente la ocasión para decirme que había algo imposible para mi en ese entonces: comprender las motivaciones culturales y emocionales que explican el valor de Las Malvinas. Hizo mención al hecho de ser Malvinas uno de los primeros temas que se consideraban al iniciar los estudios.

 Y que lo atinente a esos territorios era algo que una vez instalado no se apartaba de los argentinos. El concepto de soberanía estaba claramente implicado y no la hay si es avasallada por un opresor colonialista, no importa desde cuando y a que distancia de Buenos Aires. El tema habita en el corazón y no en la apreciación racional del valor de esas tierras.

 Que Néstor tenia razón, lo demuestra este libro, escrito por mi hijo Matías quien si hizo el recorrido que a mi me faltaba. Lo más importante que ha producido en su primera etapa como
periodista es este trabajo, que en tiempos de una gran solidaridad regional con la Argentina encuentra antecedentes valiosísimos en el transcurso mismo de la guerra. La evocación del rol
que, entonces, se impusieron algunos países arroja luz como si se abriese al sol una puerta largo tiempo cerrada, con relación a las solidaridades de aquella época.

 El trabajo, basado en una tesis presentada para doctorarse en Ciencias Políticas y que en su momento publicara el diario Tiempo Argentino, fue desarrollado con varios de los mejores
analistas del propio conflicto y del concepto de neutralidad sobre el que profundiza este libro.

 Lo que mi colega me explico hace 30 años, adquiere relevancia ahora, cuando alguien tan importante para mi, hizo ese recorrido cultural y emocional al que aludía Néstor. Lo que a mi me faltaba, vino a completarlo este libro del que solo me pertenece el orgullo de su publicación.

Víctor Hugo