Mentime que me Gusta, por Federico Bosch, de COMUNA

Federico Bosch es un reconocido psicólogo, que es miembro de COMUNA (Comunicadores de la Argentina), donde periodistas, comunicadores sociales, trabajadores de medios gráficos, radios, televisión y medios virtuales públicos, privados, cooperativos y sin fines de lucro, docentes y estudiantes de universidades y escuelas de periodismo y publicitarios, asumieron el compromiso de constituir de relacionarse, para promover y defender los valores de la democracia y de nuestras profesiones.

Las construcciones lógicas de la mentira.

Una de las contribuciones más interesantes del libro «Miente Que Me Gusta», de reciente aparición, escrito por Víctor Hugo, nos permite entender cómo se construye la mentira a través de una noticia, las distintas tácticas y pasos lógicos con los que se llevan a cabo las diversas infamias y los fines que persiguen. Menciono a continuación algunas de ellas.

Tal vez la más ruin de estas tácticas es la de impulsar una noticia falsa basada en fuentes “secretas” sobre una persona pública. Como está noticia es infame y perjudica a la persona en cuestión, ella tiene que salir a hacer declaraciones atestiguando que lo que se dice es una mentira. El diario o noticiero al día siguiente (en caso del diario) o inmediatamente (en caso de una cadena de noticias o portal web) saca otra noticia intitulada “Fulano niega haber hecho tal cosa”. Por lo cual el intento de desprestigiar a Fulano es redoblado, primero al imponer el rumor en un medio público y segundo al instaurar la sospecha de que Fulano niega pero miente cuando el que mintió es el medio periodístico. El medio no solo no pide perdón por su error sino que tampoco se hace cargo de la difamación amparándose en que la fuente fue la que emitió la noticia, por supuesto la fuente es secreta y hay que protegerla por lo cual nadie es responsable de la infamia. En el libro podemos ver los casos de diversos políticos, funcionarios, artistas y periodistas, víctimas de este proceder.

“Mentime Que Me Gusta” libro de Víctor Hugo Morales.

Víctor Hugo Morales es objeto de otro ataque de una corporación mediática coludida con la justicia a la que, según esta nota de Federico Bosch, desnuda en su libro más reciente, “Mentime que me gusta”. Los recursos y caminos con los que los medios hegemónicos esclavizan a un público al que el autor reclama una reacción.

Por Federico Bosch , Psicólogo y miembro de COMUNA

“…mentir poco no es posible, el que miente, miente en toda la extensión de la mentira; la mentira es precisamente la forma del demonio…” (Víctor-Marie Hugo – Los Miserables)

Puede resultar paradójico afirmar que un libro como este se disfruta, virtud que acompaña de cabo a rabo su lectura. Creo que este disfrute, algo culposo, se puede explicar por el placer que provoca en el lector el develar de una trama, análogo al gusto de los lectores de novelas de suspenso. Víctor Hugo nos muestra con análisis certeros los secretos del mago, los prodigios con los que intenta encantar a su público para inocularle sensaciones, pensamientos y sentimientos. El juego de máscaras de los medios hegemónicos que nos revela que la noticia se construye con fines poco éticos.

¿Existe una literatura de análisis de la información? Se podría decir que sí, cuando este ejercicio se basa en ciertos recursos estéticos y retóricos que se pueden identificar más allá del contenido. En ese sentido no es azaroso que el libro comience con palabras de Pascal Serrano, se reconoce su influencia de estilo de análisis que ejerce con maestría el comunicador español. Ambos autores comparten el afán de dejar en evidencia el “periodismo canalla” gestionado por las élites.

Víctor Hugo Morales tiene la virtud de expresar en su prosa los rasgos de la oralidad que manifiesta en radio y televisión, sus ironías sutiles, y a veces no tan sutiles, que van directo al hueso de la cuestión. Es imposible desasociar en su escritura la voz y sus gestos que recordamos del éter o la pantalla, en algunos párrafos hasta podemos sentir la mirada o el tono de complicidad que comparte con el televidente o el radioescucha a diario, cuando sagazmente hecha un poco de luz a través de la maraña de desinformación de los medios dominantes.

El libro está compuesto por cincuenta capítulos, de extensión variable, en los que en cada uno se analiza la construcción de una noticia y en cada uno se hace un preciso análisis de cómo se miente en ella. En algunos, al final, como epílogo o corolario de la parodia que monta el medio a que le corresponde la noticia, se puede apreciar un recorte de su manual de estilo y ética, donde se menciona un uso correcto del ejercicio periodístico que ellos mismos no tienen en cuenta a la hora de ejecutar su arte (sí, aunque cueste creerlo, tanto Clarín como La Nación cuentan con dichos protocolos, una especie de deontología decorativa al juzgar por el caso omiso que le hacen).

Es así que desfilan ante el lector temas públicamente conocidos y otros no tanto; el caso Nisman, operaciones con el fin de ensuciar la reputación de funcionarios, periodistas y artistas (aquellos cercanos al gobierno nacional), el dólar, la inseguridad; y muchos más.

Las construcciones lógicas de la mentira.

Una de las contribuciones más interesantes de este libro es que nos permite entender cómo se construye la mentira a través de una noticia, las distintas tácticas y pasos lógicos con los que se llevan a cabo las diversas infamias y los fines que persiguen. Menciono a continuación algunas de ellas.

Tal vez la más ruin de estas tácticas es la de impulsar una noticia falsa basada en fuentes “secretas” sobre una persona pública. Como está noticia es infame y perjudica a la persona en cuestión, ella tiene que salir a hacer declaraciones atestiguando que lo que se dice es una mentira. El diario o noticiero al día siguiente (en caso del diario) o inmediatamente (en caso de una cadena de noticias o portal web) saca otra noticia intitulada “Fulano niega haber hecho tal cosa”. Por lo cual el intento de desprestigiar a Fulano es redoblado, primero al imponer el rumor en un medio público y segundo al instaurar la sospecha de que Fulano niega pero miente cuando el que mintió es el medio periodístico. El medio no solo no pide perdón por su error sino que tampoco se hace cargo de la difamación amparándose en que la fuente fue la que emitió la noticia, por supuesto la fuente es secreta y hay que protegerla por lo cual nadie es responsable de la infamia. En el libro podemos ver los casos de diversos políticos, funcionarios, artistas y periodistas, víctimas de este proceder.

Otro método, no menos nefasto, es el de tomar la parte por el todo e inocular odio hacia los supuestos responsables de la situación. Por ejemplo la muerte de un niño por desnutrición (que no deja de ser una tragedia y algo insoportable desde el punto de vista humano), que dispara la hipótesis de que Argentina es una país con severos problemas en este campo. Entonces se manipulan estadísticas, se recogen testimonios sesgados y se ignoran los registros de organismos internacionales que se refieren a la cuestión negando la situación que tratan de crear los medios hegemónicos. Por supuesto, el culpable es el gobierno actual. Se ignora de esta manera lo que los propios manuales de ética y estilo aconsejan: la pluralidad de enfoques.

Luego, a través del libro se pueden observar otras tácticas fáciles de individualizar y que hacen honor a los principios de Goebbels con respecto a la propaganda. Por ejemplo, el principio de unanimidad. Es común ver como las cadenas de noticias hegemónicas utilizan frases como “la gente quiere un cambio…” “la gente está cansada…”, imponiendo la sensación en el espectador de que todos piensan igual cuando es una clara toma de posición de estos medios. Aplican el método de silenciar datos y aspectos que no favorecen a la visión de la realidad que estos medios quieren imponer. Por ejemplo, si quieren imponer que la economía está mal, no mencionarán ninguno de los indicadores positivos y sí harán publicaciones estridentes de aquellos pocos indicadores que corroboran esta visión distorsionada. Otro, el principio de exageración y desfiguración, que intenta mostrar un hecho nimio como amenazante para la opinión pública, por ejemplo un supuesto recorrido de compras suntuosas de la presidenta de la nación en Italia en ocasión de una reunión de la FAO. ¡Que además es una noticia falsa!, utilizando la táctica que mencioné primeramente.

A todo esto dicho agreguemos el uso de condicionales en la noticias y titulares y la falta de comprobación (chequeado de fuentes), y podremos llegar a tener una idea aproximada de cómo funciona todo.

La responsabilidad del lector

Este punto corona la importancia de este libro. Víctor Hugo Morales, con destreza, nos plantea la cuestión de la responsabilidad subjetiva del receptor. Nos interpela en ese punto en el que el sujeto intenta fugarse y olvidar su papel en la trama de la mentira.

No en balde el subtítulo es “De los intereses del periodismo al autoengaño del lector”. El libro es un recorrido, un camino que el lector tiene que hacer para encontrarse con su propio goce en la cuestión. Por eso el libro también podría intitularse “Mentime que me gusta y por lo tanto así gozo”. El escritor hace una apelación a lo más profundo de nosotros como individuos pertenecientes a un campo cultural invadido de información y noticias donde las distintas subjetividades buscan inculparse para sentir que Otro los aplasta y les impide pensar de modo autónomo e intentar apropiarse de la realidad para cambiarla.

Por todas estas cosas este libro no es “cómodo” para el lector, pero es un recorrido que vale la pena hacer y que recomiendo para poder salir de esa calidad y placentera “inocencia” del mero receptor. Más allá de que no se modifique su postura ideológica, o si, serán mejores consumidores de noticias, menos dormidos.

Posdata.

Mientras terminaba de escribir esta reseña me envían mensajes informándome de que allanan la casa de Víctor Hugo Morales. El grupo Clarín, en conjunto con la parte mamarracho de la justicia, en un claro acto de intimidación y escarnio innecesario, debido que a todas luces no era necesaria tal instrucción a la privacidad del periodista cuando la cuestión se podía resolver por otros medios, como un simple pedido de informe de bienes, procedía a ingresar el domicilio del autor. El mismo poder judicial que dilata la plena implementación de una ley democrática y constitucional, el mismo que no llama a declarar a los responsables del latrocinio de Papel Prensa, el mismo que no protege a los consumidores de bienes culturales, el mismo que no llama a declarar a los responsables de Cablevisión por las cuentas en Suiza; ese poder judicial es el que hoy en día es usado por las corporaciones para atacar a las personas que tienen la voluntad y el valor de enfrentarse a ellas. Víctor Hugo Morales es a las claras una de estas personas.