En el día de San Martín

Cuántas maneras de empezar un comentario las que ofrece este 17 de agosto, día de la muerte del General San Martin. Podría escribir el cronista que el campeón de la Libertadores perdió justamente contra un equipo que lleva el nombre del Libertador. Que el esfuerzo final se podría parangonar con un cruce de los Andes.

RiverSanMartin

Que el mérito fue jugar en desventaja, con recursos modestos ante la envergadura de una empresa como la que se propuso San Martín en el estadio de River.

Que Mayor, el técnico, fue el gran comandante de la victoria porque pocas veces ha sido testigo este periodista de un triunfo tan atribuible al conductor de un equipo.

Que Pumpido, nombre de arquero de River le metió un gol a los millonarios. Y que ese sobrino de Nery, de nombre Facundo, no gritó su conquista porque es un fana del equipo de Núñez. Y que le pegó con el pie y tobillo en el que luce un tatuaje con la camiseta del equipo del cual es hincha.

Que la vida quiere hechos de esta naturaleza para que el fútbol sea más asombroso todavía. Pero además de las casualidades de fechas, nombres y rangos, hubo un partido. Intenso y sin belleza en el primer tiempo, cuando la presión de San Martín maniató a River y la de River le impuso un cepo a los sanjuaninos.

Hubo brillos esporádicos, pero siempre en el contexto de un partido inteligente y esforzado, con espacios que escaseaban y puntería comprometida en cada pase por los respectivos anticipos. Y en esa locura de pases cortados, pelotas trabadas, caídas y recuperaciones urgentes, mejor el equipo de Carlos Mayor, un poquito nada más, pero mejor. A los cinco minutos del segundo tiempo, esa luz de diferencia se plasmó en el resultado cuando Figueroa y Pumpido se lanzaron al asalto del área de River como una arremetida de batalla para que San Martín terminara festejando gracias al tobillo tatuado de un muchacho que se soñó tan goleador, pero de River, que no gritó semejante conquista como la que acababa de consumar. Pero, siempre hay un pero que complica al pobre, el juez Baliño, que le gusta al cronista, echó a González, un zurdo de buen manejo como son siempre los zurdos y uno se quedaba sin saber con quién enojarse. Si con Baliño porque no era para tanto o con González por zonzo cuando lanza la pelota a unos metros del lugar de los hechos en un foul. Entonces el partido se inclinó hacia la Figueroa Alcorta.

Como si Barovero tomara una alfombra verde y la levantara de su lado, los jugadores cayeron hacia el arco del magnífico Ardente. El asunto se definía en las embestidas de River o en la lucidez de las conteras de San Martín. O en el mantenimiento del uno a cero, que vino a ser lo que finalmente ocurrió. Los tres puntos de los sanjuaninos se parecieron al descubrimiento del oro a cielo abierto.

Trabajaron los jugadores con el sacrificio de los mineros. Soñaron bajo la llovizna de Núñez y cuando sonó el silbato del final, hasta el público de River sintió que, de acuerdo a todas las pruebas presentadas, lo justo era el triunfo de los verdinegros. Algunos piensan, y es el caso del firmante que los muchachos de Gallardo recibieron la factura del viaje.

Si así fuese y River pierde el torneo por estos puntos, habrá que recordar la última nota del suscrito, cuando se mencionaba el partido de Japón como la búsqueda de dólares que River merecería como campeón de la Libertadores si no fuera por los corruptos que la manejan.

Lo que Torneos y Traffic le roban a River y al fútbol, hubo que buscarlo lejos, demasiado lejos. Y eso se paga a veces. Carlos Mayor, técnico que impresionó de forma extraordinaria, supo que a River había que arrastrarlo al sacrificio y que en esa lucha su gente podía tener mayor presencia. River se fue por un puñado de dólares, pero los puntos de oro, se los llevó San Juan.