Capítulo FREILER en mi libro «Papel Prensa. El Grupo de Tareas»

Papel Prensa

El grupo de Tareas.

Medios, jueces y militares en la mayor estafa del país.

FREILER

A Magnetto le leyeron lo de Freiler al caer la tarde. Tenía los ojos clavados en algunas paredes de los edificios vecinos.
El sol teñía con un pálido color rojizo los pisos más altos y se fugaba hacia el río, hacia la naciente penumbra. Un abogado leía y otros tres atendían las reacciones del magnate, algo ten- sos para beber el café. El encuentro del pocillo y el platillo era tan leve como si una pluma cayese en la alfombra. Magnetto vio una cabeza que salió de la trinchera y bajó de inmediato. Ya sabía dónde estaba el tirador que más podía afectarlo en el devenir de la batalla. “¡Siga!”, exigió cuando el lector creyó necesaria una pausa. Observó a los otros sin mover la cabeza, parpadeó y luego volvió a las construcciones y al último incen- dio del sol, allá lejos, dentro de las sombras que lo envolvían y lo clausuraban poco a poco.

La extensa exposición del doctor Eduardo Freiler era su fun- damentación en el fallo de la Cámara que desistió el recurso de apelación del Ministerio Público Fiscal, frente a la negativa de Ercolini de llamar a indagatoria a los inculpados de Clarín y La Nación. Los votos de los otros integrantes de la sala, Farah y Ballestero, avalaban al juez de primera instancia.
Magnetto jugaba con dos ases a favor, pero su estilo fue siempre que no quedase un enemigo potencial vivo. Como Marlon Brando haciendo de padrino de la mafia, ponía cara de todo es poca cosa, pero al cabo sabía que cualquier indicador de la presencia de un enemigo merece respeto.
Le habían preguntado si le leían lo escrito por los dos jueces propios, que habían hecho un buen esfuerzo por quedar como duques en una votación digitada por el rey. Sólo los miró y todo Magnetto, sus manos abriéndose, las cejas, los labios apretados, les preguntaba para qué. Veamos mejor lo de este otro tipo. Léame lo de Freiler, doctor.

A poco de cotejar la hipótesis delictiva en discusión… se ad- vierte que la adecuación del precio fijado en los contratos no tiene el carácter principal… en este sumario lo que se busca dilucidar, es si la transacción se realizó bajo una serie de ex- torsiones e intimidaciones atribuibles a las autoridades de las empresas presuntamente beneficiadas y a distintos agentes del gobierno de facto, en el que la celebración de los contratos
–acuerdo discernido, intencional y libre– aparece postulado como un acto inválido o simulado…
Acá viene lo de la lesa humanidad, señor. Leo. Magnetto le- vantó el mentón como si fuese a carraspear. Esa era la partida por todas las bolitas.
Cabe decir que la mención de Freiler sobre la cuestión de lesa humanidad significaba una bofetada a sus colegas de la sala y una demostración de que no sabía con quién se metía. Es lógi- co imaginar que si se sabe bien quién es Magnetto, la voluntad de justicia es un saco al que le subimos la solapa en el invierno, recostados en una pared.

La sala integrada por los mismos juristas, Farah, Ballestero, Freiler, había concluido en 2011 que en la causa Papel Prensase investigan delitos de lesa humanidad. Se coincidía así con el doctor Daniel Rafecas sobre la inescindibilidad de los hechos, en el sentido de que la apropiación de la empresa estaba engar- zada con la privación ilegal y el sometimiento a tormentos de los integrantes del Grupo Graiver. Ahora, cuando la intensi- dad del combate jurídico crecía, Farah y Ballestero apreciaban como posible que lo único que estaba en disputa era el precio de la venta. Había que darle por ahí y a otra cosa.

…en función del principio ne procedat iudex ex officio [no hay juicio sin parte que lo promueva] para delimitar el objeto proce- sal del sumario desde el inicio de la instrucción, redunda en la posible comisión de delitos de lesa humanidad… Así lo enten- dió esta sala por unanimidad cuando se buscaba dilucidar “si existió un conjunto de acciones ilegales diversas y articuladas entre sí que, con intervención de la estructura del aparato re- presivo estatal, habría tenido por finalidad…”
El de la trinchera pareció incorporarse y luego desapareció de nuevo.
Brando dejó caer su voz de padrino en la sala penumbrosa en la que alguien entró y encendió la luz. No se escuchó claramente lo que dijo, pero fue algo parecido a siempre con lo mismo.

…habría tenido por finalidad lograr la transferencia compulsiva de las acciones… Frente a esa coyuntura, la corrección o no de la postura acusadora no se colige del supuesto “precio vil”, re- flejado en los contratos. La matriz de la imputación remite al ahogo financiero supuestamente provocado por las autoridades estatales, las presuntas amenazas relacionadas con la eventual detención de los accionistas, a las presiones ejercidas por funcionarios militares para que se vendieran los títulos a favor de las empresas –Clarín, etc.–, la negativa del gobierno de aprobar la transacción a favor de adquirentes que no fueran los elegidos de las autoridades, a las supuestas amenazas proferidas por los compradores al firmar los documentos reprochados…

El misterio es si resulta divertido tener el poder de hacer lo que se quiera. Alguien, enojado con una azafata, disfrutó su capacidad para vomitar cuando se lo propusiera. Se dirigía al baño de la clase ejecutiva, pero la tripulante le cerró el paso. Tenía que ir a los baños de la otra clase, donde estaba sentado. “Es que me siento mal y por ahí no llego”, insistió. “No puede pa- sar”, señor. “Todo el mundo duerme, déjeme, no hay nadie aquí”. “No, tiene que ir a su sector”. Entonces el pasajero se apretó la garganta y lanzó un chorro repugnante que alcanzó los zapatos de la mujer. “Le dije que me sentía mal”.

De qué forma iba a destrozar a Freiler, no lo sabía. Pero Magnetto, en la plena conciencia de su poder infernal, podía permanecer muy calmo mientras avanzaba la lectura. Quería oír más y más, aunque fuese lo mismo, como el que junta ham- bre porque lo espera un banquete.
En rigor de verdad, la única razón concreta que puede ex- traerse de la decisión impugnada, reposa en un argumento que resulta incapaz de justificar la negativa criticada –corrección del precio pagado– y redunda en una insoslayable confusión acerca de cuál sería el objeto procesal… Cuando el juez afirma que el conocimiento de la adecuación del precio de las accio- nes es determinante… queda en evidencia, en detrimento de todo lo obrado, que la hipótesis delictiva integral…

Lo que el juez –Ercolini– quería y Freiler –como Picardi– refutaban, era que todo lo que había que saber era lo del dinero. Nada más preguntarse qué valor tenía para unos y otros, tam- bién los condena, pero como agregado.
Para Graiver tenía el precio de un negocio. Para Magnetto, el control de un país. En manos de Graiver o cualquier particular, Papel Prensa era una actividad más que interesante, sí. Tener de clientes a todos los diarios y revistas era prometedor. Hasta ahí llegaban las posibilidades. Ser cada vez más grande, vender más. Vender a todos por igual. Pero no tendría forma de controlar aspectos esenciales a la vida democrática. Si en cambio la fábrica queda en manos de un actor político, cuanto puede suceder, es que crezca. El precio que para Ercolini estaba en discusión y que por supuesto fue vil, lo es mucho más aún cuando se atiende la naturaleza que para unos y otros tenía quedarse con Papel Pren- sa. Hoy Graiver sería dueño de una fábrica más grande.

Hace unos años, el autor del libro le preguntó en una impro- visada conferencia de prensa al presidente de la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa), Gonzalo Marroquín: “Queremos sa- ber si le parece que está bien que un par de medios tengan todo el papel con el que se hacen los diarios y revistas de todo el país.

¿Existe algún lugar donde esto ocurra?”. Marroquín sólo balbu- ceó una respuesta que servía para cualquier otra interrogación, menos para esa.
Si Ercolini, Farah y Ballestero quieren hablar de precio, les bastaría analizar la proyección que podía alcanzar la empresa en tan diferentes manos. Sabe Ercolini, saben los otros, que no hay un sólo lugar en el mundo en el que un dueño de diarios maneje el papel de todos los demás.

Es tan de Perogrullo explicarlo, que se convierte en una agre- sión. Es violencia lo de Ercolini, porque refugiado en la impunidad de su cargo, puede modificar un caso, reducirlo a su conveniencia y cuando se queda sin nada –porque lo del precio en discusión no es el eje de la historia– finge despreciar su propia inteligencia.
Cuando la SIP, en 1978, informa sobre la situación de la prensa en la Argentina, además de mostrarse preocupada por la prioridad que se le daba a la seguridad nacional sobre la libertad de expre- sión, mostró su estupor ante la actividad iniciada en Papel Prensa:
Otro aspecto de la situación que perturbó la misión, fue el otor- gamiento por el gobierno de créditos a largo plazo a los diarios para una fábrica de papel… Tenemos grandes reservas sobre el proyecto que han emprendido tres grandes diarios de Buenos Aires, Clarín, La Nación y La Razón, que compraron acciones –la SIP creía que se trataba de una parte– por un total de ocho millones de dólares en la nueva planta, que ahora ha entrado en producción.

Naturalmente la SIP la vio venir, porque el hecho es incon- cebible. Y lo escribieron con cierto recato, porque a ellos les hicieron creer que habría acciones para el público y los otros diarios. Desconocía la SIP que, ya parados en los pedales, Mag- netto y los otros se habían negado a compartir la sociedad con los demás diarios, como de pronto les habían solicitado los mi- litares. Volvió Pío Podestá con el caballo cansado a la puerta de cuartel, y mientras se bajaba ya estaba informando: “Dicen que no, que los debilita, que así no podrían crecer”.
La ley que creó Papel Prensa S.A. establecía punto por punto las normas que debía cumplir la empresa para su funcionamien- to. Los titulares de la empresa deberían haber ofrecido a todos los diarios del país el 49% de sus acciones al mismo precio al que las habían adquirido. Asombrosamente, desde la “compra” misma de las acciones, el 2 de noviembre de 1976, hasta el día de hoy, todo se hizo por fuera de esas normas y la empresa se manejó siempre según la conveniencia de sus dueños privados.
Sublevan Ercolini y los otros. ¿Cuánto valía la planta para los que no tenían créditos sistemáticamente negados por el BANADE a los Graiver y cuánto podían pagar por la empre- sa aquellos que iban a disfrutar los créditos supermillonarios, otorgados por una dictadura a la que servían, a la que, como la SIP denunciaba en su informe, le ocultaban sus crímenes?
¿De qué hablan estos tipos? –Y la expresión poco académica deja constancia del concepto que generan–. Le dicen al país que lo que llamamos justicia no existe como la concebimos. Es un shop- ping que vende fallos al mejor postor. Una caricatura del derecho. Videla le estaba entregando a Magnetto aquella mañana del 27 de setiembre del 78 la construcción de la mayor fábrica de subjetividad del mundo. Jorge Alemán dice que, efectivamente, si el poder logra producir totalmente la subjetividad, si resulta que regalamos todo el orden simbólico al poder, entramos en un problema circular, porque el poder produce a los sujetos –no ha- blamos ya de papel– y, entonces, ¿cómo podríamos enfrentarlo?
Magnetto detuvo con la mano al lector, sin mirarlo aún.

Por ello, de acuerdo a los agravios expresados por la querella… voto por disponer la nulidad del pronunciamiento revisado con la finalidad…
Era suficiente. Recorrió su escritorio como un jugador de aje- drez que mira todas las piezas, y empezó a elegir su próxima jugada.

La Nación al ataque
Eduardo Freiler recibió a principios de agosto una llama- da que cambió su vida. Magnetto había decidido usar como torre del jaqueo al diario La Nación, socio de las atrocidades cometidas en los años recientes. La tarea de exterminio de sus progenitores de la dictadura tuvo en ellos una continuidad me- nos piadosa, porque en ocasiones, más que quitar la vida, se quedaban con las ganas de vivir de sus víctimas.
Así que Freiler atendió la llamada con la simple operatoria ha- bitual. Mientras la mano llevaba el celular a su oreja, debe haber mirado la hora, una cortina, un cuadro, un familiar que estaba cerca. Uno se apoya en algo circundante y hasta ensaya una son- risa preparándose para un “hola, ¿qué tal, todo bien?”. Vamos a ver de qué se trata. Es un instante demasiado rápido. En otro tiempo, la llegada de las noticias daba más espacio a la cautela, a las prevenciones, a la duda, la sospecha, la ilusión. Ahora es casi instantáneo. Freiler no pudo ni acordarse del 14 de julio último. Las tomas de las Bastillas no son gratis y allí estaba el ca- marista rumbo a la guillotina de Magnetto y La Nación, sin saberlo aún. ¿Qué faltaba? Casi estaba el teléfono en la oreja, así que todo lo que pudo hacer antes de ese golpe brutal que estaba a punto de recibir, fue alisarse el pelo que se peina de costado y se le viene a la frente. Una mano el pelo, la otra el
teléfono. “¡Hola!”

La Nación, a través de uno de sus periodistas, le quería pre- guntar por la casa que se había comprado y la corrupción que podía haber detrás.
El 30 de agosto siguiente, La Nación publicó una nota en la
cual denuncia la compra de una casa relativamente valiosa en la zona de Olivos, en el conurbano bonaerense, por parte del doctor Freiler, dejando entrever un acto de corrupción. Desde ese día la vida de Freiler sufriría un cambio radical y nunca más esperaría los diarios sin imaginar que podía ser uno de los protagonistas de los ataques del cártel mediático.

Fuera la casa o la declaración jurada, aparecieron sin solución de continuidad, a veces en días seguidos, títulos como “Fuer- te incremento patrimonial del camarista Freiler”. “El camarista Freiler más cercado por la justicia”, “Freiler y sus cómplices en la justicia Federal”, “Freiler omitió declarar las mejoras en su nue- va casa”, “La Justicia ahora apunta a familiares y al entorno de Freiler”. Y después, usando el clásico uno-dos de noticia falsa que convierte en otra noticia la desmentida, le aplicaron: “Para un editorialista de La Nación el presidente de Boca le pagó a Frei- ler”. Y enseguida… “Freiler rechazó haber ayudado a Macri”. Los capítulos, como en una serie exitosa, se repitieron y aun pueden verse copias y en ocasiones nuevas revelaciones que recogen las sobras del mediodía y las combinan con alguna salsa.
Sin embargo, es más apasionante aún seguir las alternativas judiciales de lo que es el caso Papel Prensa y lo que sucedió con Freiler. Veamos:
6 de diciembre de 2011. Freiler sostiene que en la causa Papel Prensa se investigan delitos de lesa humanidad. Lo acom- pañan en esa convicción Farah y Ballestero.

14 de julio de 2015.
Freiler realiza un análisis relativo al móvil económico de los crímenes cometidos por la última dictadura cívico-militar y postula que los hechos que se instruyen en la causa Papel Prensa se insertan en ese esce- nario. Califica de irrazonable el pronunciamiento del juez Ercolini, cuando no quería llamar a indagatoria a Mag- netto y los demás denunciados. El voto, naturalmente con- trario a Clarín y La Nación, no fue acompañado esta vez por Farah y Ballestero.

30 de agosto de 2015.
El diario La Nación publica una nota denunciando a Freiler por la compra de una casa. Allí se dice que un periodista de La Nación se comunicó con el doctor Freiler y que este le dijo que estaba acostumbrado a ataques del grupo. La nota luego fue recogida sin más por el doctor Monner Sans en la denuncia que dio origen a una causa por enriquecimiento ilícito. Demás está decir que el diario que había publicado la nota estaba compro- metido en la explicación del voto de Freiler en la causa Papel Prensa.

1 de septiembre de 2015.
Cuarenta y ocho horas después de publicada la nota, los abogados de las autoridades de los diarios La Nación y Clarín, con apoyo de las piezas pe- riodísticas por ellos mismos publicadas, solicita el aparta- miento de Freiler por “enemistad manifiesta”. Luego vino un debate por el cual la cámara aparta a Freiler, que no podía fallar en esa recusación, trae al juez Irurzun, un chiche del sistema, para determinar si Freiler seguía o no en la causa.

15 de diciembre de 2015.
Los periodistas de La Nación prestan declaración testimonial y ratifican el contenido de la nota. Uno de ellos, Alconada Mon, aclara que las características de la casa del doctor Freiler no coincidían con la informa- ción que motivó la investigación periodística realizada, indi- cando que lo observado “no era tanto” –a contramano de lo que sugerían los datos provenientes de una fuente no revela- da– a pesar de lo cual se optó por publicar la nota. A Freiler ese día ni siquiera le permitieron hablar en el tribunal.

22 de diciembre de 2015.
Hubo otras escaramuzas judiciales, pero ese 22 de diciembre Magnetto consumaba su venganza y limpiaba el camino para que, cuando Ercolini fallara –en todo sentido– Freiler no fuera alguien incómodo. Aún sa- biendo que tiene aquellos ases en la mano, Farah y Balles- tero, no da ventajas y pide otra carta, si es posible, tomada del mazo que él lleva a la justicia. Andá a saber si no se me muere uno de los míos… Ese 22 de diciembre, lo que se había iniciado el 14 de julio, con la base exclusiva de la nota periodística publicada por los imputados en la causa Papel Prensa, el doctor Eduardo Freiler fue apartado de la misma.

A los que claudican,
a los que dicen “ hay para todos los gustos” y consumen basura, a los que se mecen en el acomodo
a los que prefieren olvidar y edifican sobre mentiras, a los que hablan y sólo eso
a los cobardes que no entienden que todos tenemos miedo, pero que el punto es ese

a los que ningunean y corrompen nuestra identidad a los que lo aceptan y a los que festejan
a todos ellos mi desprecio, distancia, olvido o fin, cada uno con la intensidad que se merezca.
Sandra Redher, poetisa y cantante argentina, de San Rafael. Vive en Barcelona

Gallino

Ercolini y Magnetto se pusieron a salvo de Freiler por la acción incesante de los pistoleros mediáticos de la mafia. Golpearon con la dureza habitual, entraron al sueño de la víctima convertidos en una pesadilla de las que deja a las personas sentadas en medio de la noche, preguntándose qué ha sucedido, dónde están. Entraron en el círculo afectivo que debió sobrellevar la expresión de quien al oír el apellido, daba cuenta de saber algo. No importaba si era falso, brutalmente falso. Los amigos deben haber escuchado las explicaciones de Freiler con el gesto de no me tenés que explicar nada, cada vez… Pero hay que hacerlo. Después, cuando el perio- dista va y dice que la casa, la verdad que la casa no era para tanto, pero ya estábamos enfrascados en la nota y había que hacerla, es tarde. Hubo cenas, pláticas en el café, momentos que pudieron ser gratos y se convierten en la amarga rutina de justificar lo que se tiene, de repasar la propia vida para dar testimonio de lo que se es, muy por encima de aquello en lo que lo quieren convertir. Un diario por debajo de la puerta se convierte en una culebra que se arrastra hasta el corazón de la víctima. Magnetto se ríe en su venganza y los goza, y los periodistas cobran a fin de mes una nota más, pero para el que los padece, la vida se traba. Se está en lo mejor de una película y por ahí, de la nada, de una imagen que trae un parecido con alguien, llega el sobresalto de recordar a esos infames con poder, los unos, y alma servil los más pequeños. No hay retroceso en la derrota del honor. El daño es una nueva piel dentro de la que se camina inseguro.
Se está en el bar y parece que en aquella mesa, esos dos tipos que hablan de carreras, están haciendo referencia a la víctima.

Sin querer uno de ellos mira, qué mira… ¿me conoce?
Freiler al menos no fue llevado a Puesto Vasco, eso aconte- cía mucho antes, cuatro décadas atrás.
A Lidia Papaleo le arrancaron la piel. Le desollaron el alma como a todos los torturados. Festejaron a su alrededor las con- torsiones desesperadas, el extravío en los ojos del que será to- cado por la picana dentro de uno o diez segundos. Y aguarda tenso, con la boca abierta, porque el asesino avanza hacia la puerta con el cuchillo brillando en el pasillo a oscuras.
Da vergüenza pretender imaginar cómo es la tortura. Que- rer entrar en el cuerpo de otro y experimentar la vejación para poder nombrarla con más propiedad. Se intuye que nada que puedan expresar las palabras nombra con justeza lo que la tor- tura es. Uno va a escribir que no sólo se trata del dolor y se pregunta de qué dolor no experimentado habla, pero lo que intenta significar es que, más allá de la carne quemada, hay una humillación tan profunda que quizás el suplicio sea mayor aún. Magnetto, el mismo que en el 2015 colocó en una pira la cabeza de Freiler y para dejarlo afuera de la cámara, tomó el honor del juez con la delicadeza de un bárbaro que despelleja a su presa, puede actuar en otro plano de crueldad. En 1977 fue uno de los asesores del general Gallino en la preparación para investigar cuánto resistía el cuerpo de Lidia, antes de confesar
sobre bancos, papeleras, dineros perdidos en el mundo.

El general de brigada Oscar Gallino se presentó ante el coman- dante del Primer Cuerpo de Ejército, Carlos Suárez Mason, quien le ordenó instruir la investigación de las vinculaciones de Monto- neros con el Grupo Graiver. Todos los detenidos de la familia y los allegados presos fueron entregados a Gallino el 6 de abril de 1977.

Al otro día, Gallino se juntó con los directores de los dia- rios. Habían transcurrido menos de veinticuatro horas cuando, mientras hacía girar el cargador y limpiaba sus armas, recibió a los mandamases de los diarios. De la apelación del fiscal Picardi se conoce la constancia de que Gallino recibió a los directores y los asesores letrados de Clarín, La Nación y La Razón a las 16:30. Textual del expediente: “… quienes concurren con mo- tivo de la adquisición del paquete accionario del Grupo ‘Fun- dador’ de Papel Prensa”. Dos días después era sábado. Ese 9 de abril, continuó el adoctrinamiento de los negociadores al hombre que dirigía la tortura sobre lo que era necesario saber para interrogar a Lidia Papaleo. A las 8:40, “… concurrieron a producir sendos informes el secretario de Desarrollo Indus- trial, Podestá, junto a los presidentes de los directorios de los mencionados diarios, acompañados por sus letrados, que son los adquirentes del Grupo Fundador de Papel Prensa”. El acta menciona que el instructor Gallino preparaba los interrogato- rios de los detenidos para el día 11 de abril.

El 7 y el 9 de abril de 1977, el coaching –tal sería la denominación cuatro décadas más tarde– sirvió para que el 11 los interrogatorios tuvieran cierta eficacia argumentativa ante el cuerpo atado de pies y manos, tirado sobre un camastro, que tenía varias capas de sudor de víctimas del terrorismo de Esta- do, de Lidia Papaleo.

Aquí, sólo para darse el gusto, el lector debería hacer al- gunas preguntas a Ercolini, servidor de los patrones. Si ya estaba todo el negocio hecho el 2 de noviembre, ¿qué andaban haciendo los buenos muchachos de los diarios tan cerca de la tragedia de Lidia? ¿Cuánto más cerca podían estar, en tanto civiles que no entraban al cuarto de torturas, de lo que iba a sucederle a Lidia? ¿Qué tan próximo los deja del delito de lesa humanidad, aún si no contabilizáramos los capítulos anterio- res de la apropiación?
Mantenerlos presos para que no accionaran era decisivo. Desaparecerlos para no pagarles, un complemento perverso del plan. Los sobrevivientes de las torturas, cuenta Picardi en su alegato, fueron puestos a disposición del poder ejecutivo en mayo y julio. Pese a que fueron sometidos al Consejo de Guerra y condenados a penas de prisión, en democracia fueron sobre- seídos y absueltos por la justicia civil al declararse nulo el pro- cedimiento al que habían sido sometidos. Los habían castigado con quince años a Lidia e Isidoro por la asociación ilícita con Montoneros. Las apelaciones llevaron la causa hasta la Corte Suprema, que aún bajo la dictadura anuló la sentencia y la pasó a la justicia civil. Pese a la oposición del fiscal Strassera, que pidió cinco años de cárcel para cada uno, el juez Fernando Za- valía los dejó libres de culpa y cargo.
En julio de 1982 Lidia Papaleo quedó en libertad. Un mes antes, los militares se habían rendido en Malvinas y sabían que el ocaso del poder aconsejaba comenzar a desprenderse de los lastres que complicaban la salida.

En aquellos años de aprender a escudriñar en la oscuridad a quien se le acercaba y a despertarse por el leve roce de una hoja contra la puerta de su celda, la mujer no pudo defenderse nunca.

En efecto, la vinculación causal que su señoría –así le dice Pi- cardi a Ercolini y no se puede destrabar si es respeto o sarcasmo– consideró no verificada, se evidencia… al mantenerlos aislados de toda posibilidad del accionar jurídico una vez que ya habían logrado su objetivo… El pretexto para los secuestros fue el tema de Montoneros… la torturaban, porque ella no firmaba nada de lo que le querían hacer firmar.
Por otro lado, el testimonio de Isidoro Graiver daba cuen- ta de aspectos que sólo con la enorme vocación de servicio de Ercolini, servicio ante sus patrones sociales, podía soslayarse. Tenía Isidoro, atendiendo sus propias palabras, “la firme im- presión de que la familia empieza a desaparecer en el momento que tiene que empezar a cobrar por la venta de las acciones de distintas empresas del grupo, por cuanto el dinero que debía percibir, nunca les fue entregado en su totalidad. FAPEL hizo el depósito judicial, pero nunca fue percibido por su familia, porque se lo quedó la Comisión Nacional de Recuperación Pa- trimonial”. Eligieron como día de pago el mismo en el que Vi- dela comunicaba a la opinión pública, varias semanas después del secuestro, que los Graiver habían sido detenidos.

Picardi debe haber celebrado con una sonrisa mientras se dictaba a sí mismo otro fundamento ganador en la pulseada con el juez. Aseverar que al momento en que fueron aprehendi- dos los Graiver la operación había concluido, si se toma nota de que restaba el modesto saldo del noventa y ocho por ciento, es tan frágil como la pretensión de hacer creer que era una venta deseable aquella del 2 de noviembre, cuando se fueron con unas monedas que, naturalmente, tampoco les dieron. Las detencio- nes eran un pretexto con ínfulas de escarmiento por si habían hecho algo ilegal, que el tiempo demostró falso.

De ello se sigue –prosigue el fiscal– que el secuestro y las tortu- ras infligidas a la postre a los miembros del Grupo Graiver, se concatenaron en un curso de acción global y compacto, en el marco del cual las detenciones no fueron más que el reaseguro de los fines pergeñados por el gobierno de facto.

Siendo el móvil económico un aspecto que no se puede des- cuidar de la dictadura, cabe preguntarse adónde iban a parar los dineros que caían en la CONAREPA.

En el denominado Proceso de Reorganización Nacional fue fundamental el plan económico. Si se analiza el comporta- miento de los sectores económicos financieros concentrados, frente a los golpes de estado, se podrán verificar los beneficios conseguidos a raíz de su connivencia con los poderes de facto. Es claro que existe una estructura de poder económico social que, de acuerdo a las necesidades de cada etapa, buscó romper el orden constitucional a fin de redefinir su poder y alian- zas, realizar correcciones al modelo económico y asegurar su implementación mediante la eliminación de las resistencias y oposiciones a sus proyectos.

Mejor no podía decirse. Picardi, inspirado, toma nota de cómo el golpe de estado del 76 se apropió ilegítimamente de bancos y empresas cuyos propietarios no integraban los círculos del establishment y eran acusados de distorsionar las reglas del mercado.
El objetivo disciplinario no estaba dirigido exclusivamente al campo político. También tenía el interés de someter a los sectores económicos desobedientes. Las reglas de juego preexis- tentes serían sustituidas por las que favorecieran el desarrollo de grupos económicos concentrados “…entre ellos los destinados a la provisión de papel y a la conducción de la prensa escrita”.

El despojo continúa y la derecha económica lo hace con fa- cilidad, hipocresía y una cierta tranquilidad de conciencia que es propio de su clase. Como en una publicidad televisiva en la que una persona camina y en cada toma editada pierde algo hasta llegar casi desnudo a la última secuencia. A través de los años esa elite estuvo cobrando siempre el peaje. Con las botas o los votos, tanto da, el mecanismo es la apropiación ilegítima, legalizada por los Ercolinis de turno y, culturalmente, facilitada por los medios, anestesiando las reacciones a través del aplauso.

El peritaje
La desproporción de las fuerzas en pugna hace que, igual a un combate librado por diez soldados que tienen misiles frente a miles de partisanos con flechas, se imponga Ercolini, en sí mismo un soldado del statu quo. Mientras repta hacia el ene- migo, los medios levantan cortinas de humo para que avance inadvertido a colocar la granada en el hueco donde la verdad mira con ojos de espanto otra batalla perdida. El juez resolvió que se practicase un peritaje contable y supeditó toda la causa a la finalización del informe. El juez tiene la sangre, el ADN, el arma y las huellas, pero subordina la investigación a la hora del crimen. Picardi se queja del recurso del magistrado cuando escribe sobre el condicionamiento descarado del peritaje, pero lo que le hace dar vueltas en la cama, es que hasta eso fue capaz de tergiversar Ercolini.
La interpretación del resultado es igualmente desvergonza- da, porque: la simple operación aritmética de sumar la tasación de algunos activos, para luego restarle la deuda que pesaba sobre la ma- quinaria, no permite determinar el valor total de la empresa, ni siquiera su valor contable, que se encuentra varias veces de- terminado a lo largo del peritaje contable practicado y que no fue analizado por el juez.

Tampoco entiende nadie, se desespera Picardi, la compara- ción que hace el juez entre inversión y precio. Ni mira Ercolini de dónde surge la valuación de esa inversión efectiva de los ex- torsionados vendedores. Aplica la idea de que las rentabilidades de las inversiones empresarias serían igual a cero. Algo habrían cambiado en la realidad económica de un sistema capitalista, se enfurece Picardi.
De la lectura del informe pericial contable… el valor de los contratos suscriptos estaba por debajo de su valor contable…
Trece millones de dólares estaba por debajo del valor con- table, dando crédito al precio del dólar oficial para cotizar las acciones. O al menos la cuarta parte, considerando el precio del dólar libre. A tal punto que los propios peritos de la querella y el Ministerio Fiscal coincidieron en que la transacción resultó por demás desventajosa para los cedentes. Se abonó entre un 29 y un 48 por ciento menos del valor del paquete accionario, eso sin atender el valor de la empresa en caso de haber tenido los préstamos que deliberadamente se le negaron en los mismos meses de los ataques periodísticos.

Desamparada, con los bolsillos hacia afuera, era observada desde los búnkeres de Magnetto como una presa fácil. Un toro al que le van clavando las banderillas para poderlo lidiar. Que deje sangre en la arena, preparando el estoque final de un torero que se levanta por encima de la plaza y le clava la espada, el 2 de noviembre de 1976.

Ercolini no considera el valor potencial de la empresa y na- die tiene derecho a pensar que eso ocurre porque lo abandona la lucidez. Desconsiderar el potencial económico a la hora de es- tablecer el precio, es un acto de complicidad en la continuidad del despojo. La derecha, protegida por los militares en los años de la estafa o por los medios dictatoriales ahora, se alzó con el precioso botín de una maquinaria de última generación, puesta al lado de un río, con tierras alrededor para proveerse de los insumos forestales y bien próximos del mercado consumidor de la Capital Federal.

La llave del negocio no sólo pasa por la cerradura de to- das esas ventajas. Hay mucho más para entender el valor, y Picardi cita otra vez a los peritos, cuando se ponen sobre la mesa los beneficios que venían de 1974. A Papel Prensa se le aseguraba participación del Estado, créditos de mediano y largo plazo con tasas de interés preferenciales, avales para conseguir créditos afuera del país, reducción de impuestos durante cinco años, subsidios. El fiscal denomina el conjun- to como “activo intangible”.
Una pizca de humor en medio del desencanto sería que Er- colini no lo vio por eso. No debe o no puede tocarse, lo in- tangible. Qué macana, dice Ercolini, como un árbitro al que los hinchas llaman bombero cuando desvía la atención de la patada malintencionada. Me llevé el pito a la boca y todo, pero se me pasó.

Es decir, del peritaje surge que la transferencia ha lesionado el patrimonio de las víctimas, de acuerdo a lo que exponen los peritos… en tal sentido, dada la peculiaridad del delito en dis- cusión –una extorsión–, la cuantificación del daño es uno de los primeros interrogantes y acompañarán a aquellos otros que se preguntan por el cómo se llevo a cabo la maniobra y por la identidad de los autores.
Esto último no fue manifestado por el reo Freiler, sino por el más aceptado camarista Ballestero.

Mira a la cámara y le hace burla Ercolini, cuando se ani- ma con el asunto del apremio económico. Estaban en las diez de últimas, sugiere. Así que la transacción no puede definir- se como alevosamente desproporcionada. Sólo con Magnetto dejando un viento tibiecito en el oído, el juez puede hacer ese análisis. El apremio era consecuencia, justamente, de la perver- sidad del tándem de empresarios y militares. Una prueba más, no de lo poco que valía la empresa, sino de cómo la habían afectado para robársela. Los peritos explicaron en la respuesta al juez que una empresa que atraviesa una coyuntura de iliqui- dez y no logra acceder a financiamiento para remediarla, puede ser vendida a un precio menor. En vez de regodearse con el apremio económico que cita, Ercolini debió ver el delito de ex- torsión. Claro que esa no era su intención desde que demandó el trabajo de los peritos. Sin créditos no podían, figura el juez. Y mira para otro lado del expediente, o se fija en otro cuadro de la pared, cuando la pregunta en cuestión es por qué sucedía eso y quiénes empujaban al centro de la escena la cuestión de los créditos negados.

No puede perderse de vista que parte de la maniobra aquí in- vestigada se encuentra constituida por situar a los vendedores en el escenario de estar frente a una oferta imposible de rechazar.

Picardi juega con la frase de la mafia y si no lo hace delibe- radamente, es placer del autor decirlo. Capone tenía una parva de ofertas irrenunciables. Al revés de las ayudas establecidas en 1974, en esos meses cruciales de 1976 el Estado desfinanciaba el proyecto de Papel Prensa.
Los peritos indicaron que “el precio de venta puede verse afectado si sus accionistas se ven obligados a vender por ser víctimas de amenazas y represalias en caso de no hacerlo”. Es imaginable la vida fácil y despreocupada que esperaba a Papa- leo, Ianover y los Graiver si no firmaban. Mejor no se podría es- tar. Bailarines de charleston, parecerían. Pero los profesionales a cargo del peritaje escribieron algo más: “también va a influir negativamente en la posibilidad de negociar un precio adecua- do la situación contextual de represión ilegal en el marco del terrorismo de Estado”. Unánimemente los peritos dieron cuen- ta de lo que a Ercolini le pareció un dato menor. El BANADE otorgó a Papel Prensa cien millones de pesos, el 25 de noviem- bre, veintitrés días a posteriori del traspaso. Un mes más tarde, setecientos millones más y una extensión de crédito por cinco mil millones de pesos dos meses después. El memorándum del directorio lo expone así el 24 de febrero de 1977.

El informe del banco no fue ni siquiera considerado por Ercolini, acaso para evitarse una discusión consigo mismo que lo dejase mal parado.
Para qué insistir ante la no-conciencia con aportes como el que sobreviene en el informe del contador Jorge Montoya del Banco Nacional de Desarrollo al juez de menores. Picardi le refriega el dato a Ercolini, como si le pusiera el papel cerca de la cara para hacérselo tragar:
…en el que se concluyó que el precio y las condiciones de venta pactados no podían juzgarse como beneficiosos a los intereses de la hija menor de la cedente.

Los peritos acusadores se pusieron algo cargosos cuando des- tacaron el hecho de que tras recibir el informe producido en un momento cercano a los hechos denunciados, el juzgado decidió no convalidar la venta, a fin de proteger el patrimonio de la niña menor de edad. Erco le dará crédito a Isidoro, que anda cerca de aparecer en el libro y el autor se va reservando como el jamón del medio cuando se anda de picnic. Sin embargo, a los peritos, a los memorándums, a los jueces de la época, a los archivos, no los pudo ponderar. Alguien que da pequeños giros en la silla, y en la visión periférica siempre le aparece el poder real.

Secuestro-extorsión y cautiverio-tortura se lee en la apela- ción. Amenazas y extorsión completan el cuadro de los capítu- los escritos por el gobierno militar para perseguir opositores y silenciarlos. No solamente se trataba de sindicalistas y monto- neros. También abarcó a miembros de la sociedad civil que, al no alinearse rotundamente con el régimen, eran blanco de las acciones que perseguían sus capitales. La dictadura estableció entre sus objetivos la apropiación de esos bienes.

El doctor Freiler, antes de que le apareciesen los enmascara- dos, en aquella exposición del 14 de julio de 2015 que inauguró una etapa de acosos mediáticos, hizo referencia al móvil eco- nómico de la represión dictatorial. Mencionó Freiler el informe de la Comisión Nacional de Valores con historias que parecen salidas de un cuento de terror. El autor del libro llegó a conocer en El Infierno de Avellaneda, recuperado como sitio de memo- ria, las celdas donde fueron confinados los hermanos Iaccarino, de la firma Integraciones Avícolas Santafecinas, y hasta el escri- torio en el cual los obligaron a firmar para despojarlos de lo que aún pugnan por recuperar.

La derecha cívico-militar-mediática siempre tiene especial aversión por los ricos que ofrecen una ideología de izquierda. Para pensar bien hay que ser pobre. Concebir el mundo con una cierta generosidad es tolerado si no se causan molestias. Allá ellos, di- cen, pensando que lo hacen de resentidos, y con esa idea los con- denan a la indiferencia. Si poseyeran lo que tengo yo, seguro que no se despachaban con esa elegancia ideológica. En ocasiones les da razón alguien que fomentó prestigio desde la izquierda y lue- go, cuando llega a una situación económica privilegiada, cambia su tendencia. Es que la derecha cuida mejor lo que se tiene y la izquierda siempre está majadereando con la injusticia. Cuando desde una posición social que no envidia las posesiones de los ricos se elogia a la igualdad, ah, no… eso ya no vale.

Así que donde eran detectados, allá iban con sus acusacio- nes, las amenazas, la cárcel y la tortura. Los papeles eran firma- dos con el temblor del pánico y la indignación. Mirá la empresa y la casa que tenés y me hablás de Marx. Al calabozo con él. Y que venga el escribano, teniente, que hay mucho trabajo hoy.

Apréciese cómo Freiler se cavó la fosa:
Redunda en la existencia de un patrón común de comporta- miento en el obrar dictatorial del dictamen presentado por el fiscal Federico Delgado en el marco de la causa… allí el fiscal detectó, luego de un minucioso análisis comparativo, diversos puntos de contacto en los casos… 1º) el proceso de selección de las víctimas, todos ellos empresarios de una fuerte condición económica, 2º) el modo de inicio de las investigaciones penales (con la sugerente repetición de denuncias anónimas) el tiempo en que estuvieron las víctimas privadas de su libertad…, 3º) el rol que tuvieron entidades estatales en los hechos, 4º) el tipo de intervención del Poder Judicial en las fases iniciales de los procesos y 5º) el saqueo patrimonial de los holdings como ob- jetivo común de las operaciones.

Repasemos, como pide Freiler, siguiendo el recorrido del fiscal Delgado en “El pillaje organizado”, del libro Cuentas pendientes.
Los cómplices económicos de la dictadura: Empresas nacionales vinculadas a la actividad financiera, reuniones con funcionarios para presionar invocando la autoridad del estado, requerimien- tos del Banco Central anclados en motivos particulares, denun- cias anónimas, posterior privación de la libertad, intervención en los patrimonios… Tales los patrones y tal la dinámica.

Después del delito original, las correrías de la banda fueron una cadena de éxitos. Lo que necesitaban era ese hit inicial. Luego, en el primer giro ya había más nieve a rodar hasta caer, aplastante y letal sobre las conciencias, la percepción y la cultura del país.
Ricardo Forster, en su libro La repetición Argentina plan- tearía cuarenta años después que “resulta indispensable abordar con espíritu crítico la problemática, absolutamente central, de los medios de comunicación, entendiendo a ese abordaje como momento decisivo de lo que se ha denominado la batalla cultural”.

Papel Prensa fue el origen no sólo de una fábrica de papel, sino que se convirtió en la usina, como dice Forster, de elabo- ración de los lenguajes y símbolos, a través de los cuales cons- truyeron nada menos que el sentido común de los habitantes medios.
Y les salió gratis. Robaron la usina, no la pagaron y la lle- varon adelante sin poner un sólo peso. No hay una historia más pesada que la de los facinerosos que concluyeron sus ha- zañas reinstalando el odio en la Argentina. El lector que den- tro de unos párrafos sienta una cierta admiración, puede estar tranquilo. Es para bajar el libro hasta las rodillas y quedarse sentado, con la mirada perdida para atenuar la incredulidad y expresar el categórico qué los parió.

PDF – Capitulo FREILER (En Papel prensa, de Victor Hugo Morales)