Reeditan «Un grito en el desierto»

Juan Rapacioli

El libro «Un grito en el desierto», publicado originalmente por Víctor Hugo Morales en 1998, que cruza datos estadísticos de la sociedad argentina con reflexiones del periodista uruguayo, configura la historia de un desocupado, a través del relato de su hija, en los años anteriores a la crisis de 2001.

La novela, reeditada por Ediciones Continente, funciona como un espacio ficcional donde el autor desarrolla, de forma cruda pero también esperanzada, sus ideas acerca del capitalismo, el neoliberalismo, la globalización y, fundamentalmente, la dignidad humana.

Según explica, en un ilustrativo prólogo, el escritor Rodolfo Braceli, el libro «trata de sacudir nuestra modorra, la suicida comodidad de nuestro limbo que acepta que la pobreza y el hambre son algo natural, inherente a una fatalidad congénita de la condición humana».

Y continúa: «de todas las maneras posibles trata de decirnos que, si no somos solidarios, seamos al menos prácticos. Que hagamos algo porque, abrevando en este capitalismo, más que salvaje obsceno, sostenido con la complacencia y la complicidad entusiasmada de los medios de des-comunicación, vamos a saltar por los aires. El mundo entero va a estallar».

Víctor Hugo Morales nació en Cardona, departamento de Soriano, Uruguay, en 1947. Comenzó su carrera radial en 1966 y en 1981 vino a la Argentina para trabajar en Radio El Mundo y después en Radio Mitre. Desde 1987 forma parte del staff de Radio Continental, donde conduce los programas La Mañana y Competencia.

Como escritor, ha publicado «El intruso» (1979), «Un grito en el desierto» (1998), «Hablemos de fútbol» (2006) y «Víctor Hugo por Víctor Hugo» (2009).

– ¿Cómo mira este libro, con el paso del tiempo?

– Cuando lo escribí hubo errores de observación y estoy feliz de que haya sido así: tenía la sensación de que el hombre común, el trabajador, no iba a recuperar lo que había sido suyo, y ahora veo, si bien hay muchísimo por hacer, que la política ocupa el lugar que yo reclamaba, y que los economistas no son los dueños del mundo.

– ¿Cree que fue una escritura premonitoria de lo que vemos en el mundo actual?

– Cuando lo releo no me sorprende que hable de la caída del mundo más desarrollado, porque esto les tenía que llegar necesariamente. Les iba a llegar la hora a los que eran parte de esa salvajada.

– ¿Por qué eligió la ficción para encriptar sus reflexiones?

– Investigando y reuniendo datos, sobre todo en cuanto a estadísticas, me di cuenta de que uno a veces habla de dos millones de desocupados, pero no se concentra en el drama de uno. Yo quería contar la historia de un personaje justamente para poder golpear en la sensibilidad de la personas mucho más que hablando de los datos que todos los días se leen. En ese sentido, el libro tiene una pretensión y un logro humanista.

– ¿Por qué eligió una voz femenina para contar el relato?

– Tengo un gran respeto por la mujer como eje de las euforias y las depresiones del hombre. Veo a la mujer como un eje equilibrado. Ese personaje, hija del desocupado, que yo imaginaba inteligente, lúcida y jugada, me parecía un elemento positivo a considerar y el último aliento a una cierta apuesta al futuro, a comparación de ese hombre absolutamente vencido que es su padre.

– ¿Dónde ve al tema del libro, la dignidad, en este contexto mundial que tiene tantas formas de indignados?

– El liberalismo afecta la dignidad de las mayorías. Se sigue afectando enormemente la dignidad de la gente, sólo que ahora ocurre en lugares menos previsibles que nuestra América Latina. Europa y Estados Unidos se convirtieron en agresores de la dignidad de millones de personas: los que no tienen trabajo y los que sobreviven con trabajos tremendamente modestos.

Hay una afectación de la dignidad enorme. Esas diferencias impresionantes que se van a establecer como ocurrió aquí en los años 90, les va a provocar resabios que veremos dentro de cinco o diez años, violencias y conflictos que nosotros conocimos muy bien.