Página 12 – 22/02/2006 – Micrófonos y Barriletes: “He cumplido muchos sueños que ni siquiera tuve”

Página 12 - 22/02/2006
Página 12 - 22/02/2006

 A 25 AÑOS DE SU DEBUT EN LA RADIO ARGENTINA, VICTOR HUGO MORALES RECUERDA SU LLEGADA Y REPASA SUS PASIONES.

 Mañana se cumplirá un cuarto de siglo: en la Bombonera, el uruguayo relató sus primeros cinco goles en la Argentina. Con otro debut célebre, el de Maradona en Boca, Víctor Hugo abrió una carrera impecable, caracterizada por la precisión en velocidad y más de un aporte poético, que incluye el hit “Barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste?”.

Por Emanuel Respighi

El 22 de febrero de 1981, el deporte y la radiofonía nacionales vivieron una jornada histórica. No sólo porque ese día Diego Armando Maradona debutó oficialmente con la camiseta de Boca Juniors, enfrentando a Talleres de Córdoba en la Bombonera y convirtiendo sus dos primeros goles en el club de sus amores. Además, y no es un dato menor, ese día también pasó a la historia porque se producía el debut para una radio argentina de –con perdón de Fioravanti y José María Muñoz– quien tal vez es el más grande relator de fútbol de habla hispana de la actualidad y de todos los tiempos, Víctor Hugo Morales. El relato de aquel cotejo en la voz del uruguayo marcó un antes y un después en la manera de relatar los partidos de fútbol, en una combinación de precisión, velocidad, intuición y vuelo poético que nunca nadie alcanzó. A un cuarto de siglo de su primer relato en Argentina, a casi veinte de aquel histórico relato en el que Diego Maradona se recibió de Barrilete cósmico en su emocionada voz en el segundo gol a los ingleses en México ’86, Página/12 dialogó con Víctor Hugo para recordar la extraña negociación en la Central de Policía de Montevideo que derivó en su definitivo arribo al país, las sensaciones de aquel día y repasar su extensa e íntegra trayectoria.

“No sé si 25 años es mucho o poco”, comienza el reportaje el uruguayo, pensativo y con un habano en los dedos. “Lo que sí puedo decir –señala– es que no me di cuenta, no los registro. Yo vivo una vida bastante intensa, si se quiere, y el tiempo vuela de una manera como para que el único reproche que le haga a mi manera de vivir es que verdaderamente no lo veo ni pasar. Entre el fútbol, la música, los viajes y la actividad normal que despliego en todas las cosas que hago y me gustan, no soy un tipo que se queda quieto nunca. Cuando me di cuenta de que ya habían pasado 25 años, que es mucho más que un tercio de mi vida, no tengo otra cosa que quedarme perplejo.”

–¿Estaba al tanto de este aniversario?

–Sí, siempre te lo recuerdan los oyentes, a través de mails y llamadas. Estos días han sido muy amables de parte de los oyentes. Hay oyentes de una increíble fidelidad, tipos que me escucharon desde aquel Boca-Talleres y me fueron siguiendo por Radio El Mundo, Mitre, Radio Argentina y Continental. Estuve al tanto plenamente de esta fecha por ellos. Y también fue por ellos que una vez me echaron de Continental y a los diez días recuperé mi puesto en Competencia.

Aunque pocos lo saben, la llegada al país de Víctor Hugo –tal como se lo conoce desde hace años en todo el continente– no fue fácil. A principios de los ’80, el uruguayo relataba para Radio Colonia y era una de las voces más respetadas del mundo futbolístico. El productor Julio Moyano estaba formando un equipo periodístico deportivo que iba a quedar grabado para siempre en la historia de la radiofonía argentina, Sport 80, compuesto por Néstor Ibarra, Fernando Niembro, Marcelo Araujo y Adrián Paenza, entre otros. Y pensó que el relator ideal para ese equipo debía ser Víctor Hugo, por lo que mandó a Paenza y Niembro a buscar al uruguayo a Montevideo para que viniera a relatar a Argentina. “Fue un encuentro raro, porque en aquel momento yo estaba casualmente preso…”, recuerda Víctor Hugo.

–¿Cómo?

–Resulta que teníamos un equipo de fútbol de salón que iba a jugar por todo el país. Incluso fuimos campeones nacionales. Invitaba a jugadores profesionales y yo me calzaba la 10. Hacíamos cosas muy lindas: hicimos escuelas, inauguramos salas de hospitales. Iba con diez jugadores profesionales de Montevideo y la gente iba a ver si era un turro o tenía idea futbolística.

–¿Y cuál era la verdad?

–Era un jugador muy lento, pero bien dotado físicamente. Claro que lo que más se destacaba de mí era la lentitud… Pero me la rebuscaba: devolvía paredes, metía un pase en cortada, le pegaba bien en los tiros libres y, obviamente, los penales los pateaba yo. Pero no era como Menem. Era una cosa más decorosa… Y en una de esas andanzas de fútbol, se armó una trifulca muy grande y, como siempre cuando hay un tipo muy conocido, existe la fantasía de ver cómo le sacás dinero, por lo que hubo una denuncia de por medio. Yo me acuerdo de que me fui de viaje inmediatamente a Europa y me mandaron a buscar por Interpol. Se había armado un escándalo. Entonces, en la radio me dijeron que me volviera porque era un disparate. Y al pisar el aeropuerto me llevaron directamente en cana.

–Eran tiempos de dictadura…

–Eso también gravitó mucho, porque yo estaba muy indefenso. Yo no era un perseguido por la dictadura, pero me habían amonestado muchas veces por cosas que decía en la radio. Que me llevaran preso 27 días se debía, exclusivamente, a que no tenía relación con ningún militar fuerte, de peso. Era una situación complicada la que vivía. No tenía palenque en el que recostarme. Y en ese momento aparecen en la Central de Policía, de la nada, Paenza y Niembro con la propuesta de cruzar el río.

–¿Hasta ese momento no había barajado la posibilidad de irse de Uruguay?

–Nunca. Jamás se me había ocurrido. Pero creo que Buenos Aires estaba destinado en mi vida, porque yo empecé mi vida profesional aquí, en Radio Colonia, con Enzo Ardigó y Dante Panzeri. El mío era un destino rioplatense: arranqué en una radio del Uruguay que transmite para Argentina; el primer partido que relaté en mi vida fue entre uruguayos y argentinos. Nací en Cardona, un pueblo en la frontera entre los departamentos de Colonia y Soriano, ubicado casi a la misma distancia de Montevideo que de Buenos Aires, con una fuente influencia bonaerense en mi formación radial… Así que Niembro y Paenza me preguntaron si vendría para Buenos Aires, y yo les dije que sí, siempre y cuando hubiera una oferta muy buena. La oferta no superaba lo que yo ganaba en Uruguay, pero era beneficiosa porque en mi país el grupo de periodistas lo pagaba yo, intentando ser un poco más distributivo. Y en aquel momento se me había ido un poco la mano, no cobrábamos todos en partes iguales, pero estaba cerca de ese ideal. La oferta fue por 18 mil dólares, pero no me salió bien. Al cabo de dos meses, con la famosa tablita de Martínez de Hoz, se convirtieron en 3 mil. Por lo que fue un primer año muy duro. Me acuerdo de que cuando fui a hablar de este tema con Moyano, él me dijo que me fuera haciendo la idea de que vivía en Argentina.

–¿Y en se momento estaba confiado en haber tomado la decisión correcta?

–Para nada. Una vez que firmé el contrato, no quería venir de ninguna manera. Me asusté mucho.

–¿Por qué?

–Porque era un contrato por un año. Si me iba mal, iba a volver a Uruguay bajo la clásica expresión de que “volvía con el caballo cansado”. Yo estaba arriesgando mucho de mi vida profesional. En Uruguay yo ya no era un muchachito: tenía un lugar ganado en la radiofonía. En aquel entonces, en Radio Oriental teníamos un audiencia como la que (José María) Muñoz tenía aquí. Yo, que era dueño de un panorama muy halagüeño en Uruguay, venía a someterme a ser un outsider. Tuve mucha suerte, porque en aquel momento la figura del Gordo estaba un poco deteriorada. Eran los últimos años de la dictadura y yo venía con un perfil más progresista. Entonces, el periodismo me trató muy bien a mí y le tiraron a la gente un éxito que no existía.

–¿Fue apoyado sobremanera por la prensa local?

–Sí. En los primeros pasos a mí me inflaron, me hicieron mucha promoción. Recién al año siguiente, cuando pasamos de Radio El Mundo a Mitre, una radio que estaba más caliente, empezó un crecimiento profesional real.

–¿Cómo recuerda aquel primer relato en Argentina? ¿Fue un partido más?

–No. Estaba muy nervioso y angustiado. Lo que más amo en mi vida en este momento es la continuidad profesional que me permite afrontar Desayuno, Competencia y un relato deportivo sin tener la sensación de que estoy dando ningún tipo de examen. Porque cuando estoy dando un examen soy fatal: el miedo a defraudar es muy paralizante. Y ese día no fue la excepción. Para colmo, todo el día me siguieron periodistas de Montevideo para hacer notas, porque mi arribo a la Argentina era un acontecimiento.

–Boca ganó aquel partido 4 a 1. Al menos tuvo la oportunidad de gritar cinco goles…

–Es verdad, el partido terminó 4 a 1, con dos goles de Diego y otros tantos de Brindisi. Pero yo en ese momento tenía una garganta muy mortificada por el cigarrillo, lo que me generaba dudas acerca de si iba a aguantar. Y los nervios y la falta de descanso son lo peor para la garganta. Por eso, trabajar relajado, como ahora, es un capital muy importante. Si me ofrecen un programa ahora, no lo acepto. No quiero dar más exámenes. Quiero que esto que he construido fluya. A mí me gustaría, en todos los ámbitos de la vida, empezar por la segunda vez. Hasta en el amor.

–O sea que no fue un buen relato…

–Todo lo contrario. Salió un muy buen relato, muy creativo. Me acuerdo de que Maradona metió un penal y dije que “había soltado la pelota como una lágrima”. Y cuando dije eso me tranquilicé: sentí que había presentado algo.

–¿Cómo define su relato?

–Mi relato es muy tendiente a la obsesión por la precisión, pegarles a todos los jugadores, ir con la pelota, no atrasarme ni un metro con la jugada…, todavía soy así.

–¿Pero también se caracteriza por sumarle vuelo poético?

–Al comienzo. Ahora no tanto, porque todos los relatores que vinieron después quisieron ser muy creativos. Entonces, tal como le pasó a Cacho Fontana, tuve que convencerme de que ya no tenía más que estar pendiente de cerrar los ojos y empezar a disparatar en los goles, porque ya lo hacían todos. Todos los relatores estábamos en una situación en la que un gol duraba muchísimo más en el relato posterior… Si hasta hubo un día que me metieron un gol mientras yo estaba delirando con los ojos cerrados, porque los cerraba para decir algo interesante. Me acuerdo de que cuando me codearon vi cómo un tipo del equipo contrario metía un gol, por lo que habría estado en un mambo de dos minutos… Y también influyó en este cambio en que empecé a perder oído, por lo que me saqué los auriculares. Y los auriculares son la burbuja en la que nos escondemos. Entonces, la percepción de todo a través de lo auditivo me quitó un poco de concentración. La suma de esas dos cosas me sirvieron para “limpiar” mi relato. Si se me ocurre algo, lo digo. Pero desde hace 6 o 7 años dejé de estar obligado a agregarle poesía al relato.

–¿Las frases tras los goles le salen naturalmente o son pensadas previamente?

–No. Yo lo único que tenía pensado eran unos versitos que en una época me dio por hacer, como “lo ponen todos en el cartel, el más grande es Miguel”. Pero nunca puse sobrenombres ni frases pensadas deliberadamente y previamente para decir, porque no siempre las circunstancias se acomodan a eso. Lo que funciona es la espontaneidad, como el famoso “pecho y gol… pecho y gol…” de Ramón Díaz.

–¿Y cómo surgieron los ya famosos latiguillos “… no quieran saber, no le pregunten a nadie…” y ese “ta ta ta” que se volvió marca registrada?

–El “ta ta ta” surgió en Uruguay cuando en una jugada de peligro dije “ta” y el tipo se demoró tanto en meter la pelota que lo repetí tantas veces hasta que fue gol. Cuando salí del estadio, un oyente me dijo “ta ta ta” y entonces lo adopté. El “no quieran saber, no le pregunten anadie…” es una figura que una vez dije como homenaje a Enzo Ardigó. Es una manera rara de decir una cosa, pero en aquella época de grandes audiencias de radio la repercusión que tenían las frases fáciles para la gente eran ilimitada. Los latiguillos aparecen una vez y si te gustan los empezás a repetir.

–A lo largo de estos 25 años trabajó con numerosos comentaristas, Néstor Ibarra, Fernando Niembro, Adrián Paenza, Enzo Ardigó, Alejandro Apo, Román Iucht… ¿Cómo es su relación con ellos?

–Cada uno ocupa su rol y su espacio. Siempre he tenido una relación extraordinariamente cordial con quien trabajo. No puedo trabajar con un tipo que me cae mal. He dejado de trabajar con alguno porque no me caía tan bien como persona. Pero mientras estuvimos siempre fue de manera cordial. Lo que pasa es que a mí me gusta crear grandes climas de laburo, de amistad y códigos. Soy bastante generador de eso. He tenido comentaristas impresionantes. En Uruguay, Da Silveira es un fenómeno; Ibarra era la mejor síntesis de lo que se puede aportar de la literatura con conocimiento de fútbol; Niembro es una bestia futbolera, que va al juego; Apo es más parecido a Ibarra, con una voz que nadie ha tenido. Escuchar a Apo, que es el comentarista con el que más tiempo trabajé, es como música para mis oídos.

–Después de tantos años, ¿no se cansa de relatar partidos? Sobre todo de relatar partidos de no muy alta calidad futbolística…

–Por el momento no tengo en vista el retiro. Amo relatar. Soy un privilegiado. He vivido la profesión sin dar nada que no me haya gustado dar. Es una profesión que me dio mucho más de lo que había soñado en mi vida. La única diferencia es que ahora estoy un poco más selectivo con los partidos que relato. Elijo relatar los partidos que me entusiasman, sea un martes, un jueves, un viernes o un domingo. Ese es uno de los pocos privilegios que me tomo. En lo demás, soy un chambón demasiado culposo, que permanentemente trato de ayudar a mis compañeros de trabajo. Es que cuando te va mucho mejor de los que vos creías, uno se pregunta todo el tiempo ¿por qué?, ¿cómo? Si miro para atrás, me doy cuenta de que he cumplido muchos sueños que ni siquiera tuve.

Víctor Hugo (a) El Mejor

Por Adrián Paenza

Estábamos juntos transmitiendo un partido en Napoli. No sé qué año era, pero sí sé que fuimos a cubrir el primer partido de Diego en Italia. Imaginen un estadio no sólo repleto de hinchas que venían a ver un jugador. Repleto de personas a quienes se les prometía que verían a Dios. Esa era la pasión que despertaba Diego. Dios. Y con razón.

Dentro del estadio San Paolo, en un pequeño lugar en el medio de la platea, nos acomodamos como pudimos Víctor Hugo, Ricardo Jurado (uno de los mejores locutores argentinos de la historia) y yo. Creo que la transmisión era para Radio Argentina, pero no me crean demasiado.

Víctor Hugo relataba. Yo, supuestamente, comentaba. Pero hubo un momento del partido en que, a pesar de Diego y toda su magia, lo que pasaba a mi lado empezó a ser demasiado fuerte. Ya no pude evitar la tentación: mirar a mi costado y abandonar lo que sucedía “allá abajo” con el partido.

Víctor Hugo era más grande que el espectáculo mismo. Necesitaba mirarlo a él. Necesitaba aprovechar el privilegio de tener al lado a un hombre que imaginaba cosas que pasaban pero que yo no veía. Parecía que leía. En alguna parte debería estar escrito todo lo que decía, porque no era posible que un ser humano normal pudiera hablar a esa velocidad, con esa dicción, con ese vocabulario y dibujando una poesía en cada frase. Estaba contemplando en vivo cómo despegaría para siempre la carrera del mejor relator que tuvo la historia. Y más allá de lo que sucediera con el debut de Maradona, yo no me lo quería perder.

Pero encasillar a Víctor Hugo como relator es ser decididamente injusto. VHM es relator, claro. Pero en realidad, es un constante narrador de historias. De historias que describen una realidad que él ve como ninguno. Y las cuenta apasionado como si él fuera quien las está viviendo, con esa sensibilidad que le permite detectar siempre dónde está el camino correcto.

Víctor Hugo camina por el mundo comprometiendo su opinión todo el tiempo. El mismo grito lleno de poesía que celebra al “barrilete cósmico” del Mundial ’86, se transforma en desgarrador y tenaz cuando defiende a los derechos humanos. Víctor Hugo libra una batalla desde siempre contra la desigualdad y la injusticia social, y en el día a día aporta con su trabajo (y su dinero) para colaborar con los que no tienen. Todos sus comentarios o artículos contienen al menos una idea. Siempre hay algo para pensar. Dueño de una lógica implacable, de una voracidad por hacerse mejor persona y por generar lo mismo a su alrededor. Víctor Hugo es un amigo solidario independiente del espesor de la coyuntura, gruesa o fina. Caminó en un lugar plagado de minas que le pusieron todos los dueños del poder en la Argentina, los del fútbol y los que no, aunque en alguna parte son los mismos. Lo quisieron doblar y casi lo rompen, pero no pudieron. En 2002 lo echaron de la radio (Continental) que hoy no existiría como tal si no fuera por él. Pero claro, a los “cinco minutos”, después de la conmovedora y demoledora reacción de la gente, tuvieron que echar a quien lo echó y reponerlo en un lugar que ocupará mientras quiera. Culto, divertido, educado, pudoroso, incapaz de decir palabras de doble sentido por radio o por TV, generoso, tímido (sí, tímido como el que más), incapaz de codearse con lo que suponga poder y/o fama, poeta, tanguero, solidario hasta las lágrimas y mucho más: Víctor Hugo es el mejor.

Es el momento de celebrar. Es el momento de decir que su llegada a la Argentina nos hizo mejores a todos, aunque todavía no tuvimos tiempo de darnos cuenta.

Nene, salud. ¡Felices 25! Es mi orgullo ser tu amigo. Es un lujo para el país que vivas en él. Gracias.

La pelota traicionera

A lo largo de su trayectoria, que comenzó hace 42 años en Radio Colonia, Víctor Hugo cuenta que vivió numerosas situaciones ridículas dentro de una cabina. Sin embargo, si tiene que optar, elige una que pinta su obsesión por la precisión de cuerpo y alma. “Resulta que una vez –recuerda– fui a Chile a relatar un partido amistoso que Racing jugaba con la Universidad de Chile. Ese día, Juan Carlos Rousselot comentaba y yo relataba. Era mi debut internacional en el relato. Tendría 18 años. Cuando estaba a punto de terminar el primer tiempo, Rousselot me pasa un papelito en el que me decía que en todo ese lapso no había nombrado ni una vez a Joao Cardozo. O sea: cada una de las veces que Cardozo había tocado la pelota, yo se lo había adjudicado a otro jugador. Lo ignoré completamente. Quien escuchó esa transmisión habrá notado que fue la primera vez que un equipo, en este caso Racing, jugó el primer tiempo con 10 jugadores y el segundo con los 11 correspondientes… Me quería desintegrar ahí mismo. Encima, a esa edad uno piensa que se había dado cuenta todo el mundo. Pero nunca nadie me dijo nada.” En tal sentido, el uruguayo señala que su obsesión por la precisión es tan grande que se ha ido insatisfecho numerosas veces con sus relatos. “Me voy disconforme porque la garganta no me dio o por estar afónico. Pero lo que más me cuesta digerir es cuando no acierto de una qué jugador metió el gol. Eso a los relatores nos pega en el amor propio. Yo no me perdono ni cuando primero grito gol y después digo el nombre del jugador. Primero debo decir el nombre del jugador y después pegar el grito. Hay una cosa notable en eso: cada vez es más difícil de hacerlo porque la pelota va a una velocidad impresionante y rebota para todos lados..”

–O sea que los arqueros no son las únicas víctimas de que las pelotas sean cada vez mas livianas…

–No. Hay que agregar en esa lista a los relatores.