El Anartista nº 5 – Cultura contra el bien general

Entrevista que me realizaron para la revista cultural El Anartista los colegas Magdalena Mirazo, Lourdes Landeira, Isabel D´Amico, Adriana Valetta, Gabriela Stoppelman, Fabio Faes y Víctor Dupont.


“Acaba de encenderse la luz de la cámara, la palabra “aire” anuncia que se está hablando para dos o para miles de personas –es lo mismo- y el periodista se ha lanzado a la aventura de una idea. De la belleza a la que se atreva, del aprecio por una metáfora, de su sinceridad, del testimonio que ofrezca de sus dichos, del esfuerzo que haya realizado por ser independiente, de lo claro que resulte desde qué vereda del pensamiento está ofreciendo su discurso, del respeto por el destinatario de sus dichos y de la valentía que lo impulse para nombrar lo innombrable, depende su éxito. No en el rating, en lo más profundo de su corazón” (1) Víctor Hugo Morales.

Sobre los mandatos del Faraón, entre los susurros de los esclavos, bajo las conspiraciones de palacio, ante cada ilusión del pueblo, el sol amanecía en Egipto. Lo hacía en forma de escarabajito sabio. Ese sol diminuto y camuflado en su caparazón sabía que, al darle movimiento a los desechos y a la muerte, se podía engendrar vida. Entonces, como un padre que propusiera un juego a sus niños, el escarabajo pateaba heces y larvas y, en ese rodar de los restos, sus crías crecían hacia el mediodía. Para ese momento, el escarabajo se había transformado en el astro brillante que conocemos. La tarde era el envejecer de la luz, hacia un sol con forma de ancianito quien, ya en plena oscuridad, era devorado por la diosa de la noche. La terrible diosa, Nut, lo devolvía por la mañana en otro escarabajo.

Y, así – al sol- se narraba el tiempo en sus múltiples modos. El tiempo que transcurre en el hastío y el tiempo Ícaro, que no soporta respetar el paso normado. El tiempo-Prometeo, que desafía el secreto de los dioses, aunque intuya que no evitará el castigo y la venganza de los poderosos. El no tiempo de la muerte que des- decimos en verso y en prosa, para narrarnos y cantarnos la porción de eternidad que nos quede, la que nos toque.

Palabras al sol para los hijos del tiempo. Palabras para colgar de la soga, ponerlas a secar después de una ola de tristeza o del sopor en ciertas soledades. Sacarlas a pasear al sol, desentumecer a las palabras de prudencias y recelos. Regresar por la noche y recostarlas sobre la paz nutritiva de algunos silencios. Y, después, gozar del sueño, del caldo donde se prepara el amanecer de la nueva frase.

Palabras chamuscadas de tanto parlotear sin decir nada. Palabras frías, que no descongelan ni ante al dolor ominoso de los otros; palabras resueltas en la central alquímica del astro, donde cada elemento muta en otro, para que los sentidos jamás se fijen.

Buenos Aires, sábado, pasado el mediodía. Un sol amable se cuela por el ventanal del piso 17 donde nos recibe. Nos da tiempo, mucho tiempo y sin reserva.

Yo sigo el juego que ustedes me propongan; hagámoslo, dice ante el montón de páginas con citas de sus libros.

Contra el rayo prepotente de los mandatos, a favor del susurrar de los esclavos, atento al fulgor oportunista de algunas conspiraciones, por cada luz eclipsada en la ilusión del pueblo, habla la palabra de Víctor Hugo Morales.


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