Dictadura en Uruguay: Los infames me han ayudado

 Lo primero que deseo hacer es agradecer al Ministro del Interior del Uruguay Eduardo Bonomi Varela, a las autoridades del Archivo General de la Nación y al Senador Rafael Michelini, que me han permitido a través de los mecanismos correspondientes allanar el camino para que pudiese encontrar estos datos reservados sobre el seguimiento que se hacía de mi persona en tiempos de la dictadura, y aun en años posteriores, mientras mantuvieron la potestad de saber sobre las personas y trazar sus perfiles ideológicos y actividades.

 Es extraño bucear en la propia historia sin saber nada de lo que sobre la misma se ha escrito.

 Aunque deba vencer algún pudor quiero subrayar que fui yo mismo quien decidió recorrer este camino, para lo cual es necesario de antemano tener una fuerte convicción de cómo se ha actuado en períodos tan cruciales.

 Conviví como todos y traté con correctas personas de la actividad militar. Mi exposición era lo suficientemente alta como para entender que no hay forma de una asepsia total, si eso hubiera querido.

 Pero necesito decir que en más de una ocasión traté con militares que aspiraban al retorno de la democracia. Que no se sentían cómodos en el rol que habían asumido.

 No desarrollé ninguna forma de amistad con alguno de ellos, pero conocí personas a las que guardo un cierto afecto. Son aquellos con los que pude discutir sintiendo que no corría riesgos.

 Cuando inicié la gestión ante Rafael, entonado por un acto de fe que muchos juzgaran insólito, en el santuario de la Difunta Correa a pocos kilómetros de la ciudad de San Juan, sólo aspiraba a encontrar en los libros de algún cuartel los asientos de las veces que fui llevado a explicar algunos de mis comentarios.

 El hecho conocido de Julio Filippini el jugador de Defensor del que hay una nota en esta página, contando esa historia.

 O el retorno con Juan Carlos Paullier de Venezuela en 1977, cuando por separado debimos explicar una transmisión en la que habíamos permitido que se expresaran los exiliados que vivían en Caracas. Este episodio lo he narrado en muchos reportajes, pero no tiene, contado por uno mismo, la fuerza que adquiere escrito por quienes llevaban mi «expediente».

 Y ahora me encuentro con «eso» como si fuesen esos famosos wikileaks que se hacen indiscutibles por su procedencia.

 Rafael juzgó imposible acceder de esa forma a lo que buscaba como demostración de mi distancia con el régimen. Pero averiguó generosamente los pasos que podía dar, los cuales me llevaron a esta situación superadora de lo que yo mismo soñé.

 La sugerencia kafkiana de alguna actitud merecedora de reparos en aquella época realizada en un libro absurdo de un difamador serial de la Argentina, y recogido en reportajes por algunos medios uruguayos, ha sido decisivo para ofrecer esta pelea.

 Debo reconocer que los infames me han ayudado. Si la canallada se cometía dentro de algunos años quizás no estaba en el mundo, o carecía de la energía que me ha permitido luchar por mi verdad.

Víctor Hugo