«Una trampa genial», columna escrita para Perfil publicada el 18/09/2005

Los periodistas, la gente, les llama dirigentes. Son esos hombres que entran y salen de la sala de reuniones del Palacio de las Palabras Prohibidas, y que obtuvieron esa distinción en la época en que discutían contratos, licitaciones, presupuestos, leyes y la organización de los campeonatos. Ahora los contratos son como una leyenda, se sabe que están en vigencia y que fueron muy bien hechos, pero si a uno se le ocurre verlos, semejante pedido suena a provocación. El verbo licitar está, en el nuevo diccionario, equiparado con lo satánico. Es, casi, una palabra obscena.

Entonces, en aquel tiempo, los dirigentes se pasaban horas trenzados en los avatares a los que los empujaban variados intereses. Llegaban con los mandatos de sus clubes y había que defender posiciones mientras el hombre de la cabecera ponía orden y «un poco de respeto por favor, señores».

Ahora todo es mas fácil. La AFA, en vez de ocuparse directamente de los negocios, tiene siempre quien se los facilite. Si usted es empresario y quiere llegar a la AFA, ésta se abstiene. A mitad de camino siempre hay un buen negocio (que no necesariamente es para beneficio de los que pertenecen al grupo de los preferidos, pero quizás si): y aparece algo llamado Puntogol o una comisión para el dirigente que trae un sponsor o el Prode para pagar la seguridad y toda la variada gama de empresas proveedoras de soluciones para la AFA. Y en el medio, se aceptan jugosísimas comisiones. ¡Pero aprecien qué servicio!

Y la conclusión es una: o se está en el asunto de los negocios o se los ve pasar calladamente. Hay dirigentes que, en el intento de salvar el decoro, hacen lo posible por no meterse en nada, como recurso para salvar la ropa y resguardar el prestigio personal.Ya se sabe que la ignorancia es un gran mecanismo de supervivencia.

Llamar a esto corrupción puede ser exagerado o injusto, salvo que se tome de la palabra sólo la acepción de vicio o abuso introducido en las cosas no materiales. Hagamos eso. Como ejemplo de ese aprovechamiento exagerado de la inmaterialidad del fútbol tomemos al Prode, que desveló a Raúl Gámez, el presidente de Vélez, y lo llevó a cometer la osadía de intentar saber de qué se trataba.

Próximamente se hará referencia, a los millones en juego, a quienes redactaron el proyecto, a los que hicieron equivocadamente el lobby para llegar al presidente de la República, a cómo la propia política nacional metió la cola con la rivalidad más de moda, lo cual explicaría lo mucho que le ha costado hasta el momento a Grondona llegar al señor Kirchner, la catadura y los peligros de una timba en la que la Internet sin patria tendrá un papel relevante.

Pero para el final de hoy detengámonos en la siguiente reflexión: se concibe a este Prode para costear la seguridad. Y el plan es el corolario de todo lo que se hizo en contra de la seguridad en los estadios. Se limpiaron las amonestaciones, se dejó sin efecto la quita de puntos, es decir se abandonó aquello que, pomposamente, se había ofrecido para sacar al fútbol de la violencia extrema. La gente fue informada de cómo el fixture se arma a dedo (y no, claro, por los dirigentes) y se la castigó con un aumento en el precio de las entradas desproporcionado. Porque como el fútbol es algo inmaterial, y no masticable como la carne, puede aumentar sus precios en la cara de un Gobierno que está luchando palmo a palmo contra la inflación.

La síntesis es una genialidad. Se abren las puertas para que reaparezca la inseguridad y luego se le pide al presidente de la Nación, nada menos, una timba más para costear los gastos a los que arrastran los esfuerzos de la administración Grondona para tener un fútbol digno de la familia.