Héctor Magnetto ama cada vez más la oscuridad de las salas de cortinados gruesos y de cierta conducta periodística. Sabedor de que juega en las elecciones un papel importante, evaluó el jueves los riesgos de recorrer seis metros de vereda hasta su auto acompañado de abogados y guardaespaldas.
La provocación a los pocos que se habían quedado para insultarlo, motivó algunos forcejeos que no llegaron hasta él, como bien lo supuso. La imagen tomada por su propia cámara (que le estorbaba hasta donde era aconsejable para que la escena no se le evaporara de inmediato) fue luego repetida hasta el cansancio con la habitual hipocresía. Victimizándose, creyó jugar con un dato que sus propaladoras de todo el país usaron con desvergüenza, la habitual en un hombre enamorado de la idea de ser el más poderoso del país.
Había esperado desde la una de la tarde en una sala contigua a la de la mediadora. Ante el reclamo del doctor Barcesat, sus abogados fueron a buscarlo y retornaron para decir «definitivamente no va a venir».El firmante entendió, por fin, que se desvanecía la ilusión de saber cómo era la mirada que describe Lidia Papaleo, cuando Magnetto le exigía la venta de Papel Prensa. El desafío era saber si, en efecto, sigue provocando el mismo miedo o ha perdido la fiereza de entonces.
Fastidiado porque a la hora en que llegó a la oficina ya era sabido que la convocatoria de los caceroleros esta vez no podía usarse como mensaje televisivo al corazón de las PASO, decidió que su bravuconada innecesaria sería la punta de lanza de la participación de TN y sus cientos de canales en el intento de influir en lo que sucedería ayer.
Los transitorios resultados de las elecciones de ayer no supieron responderle fechacientemente si su arrogancia de capomafia tuvo premio.
Víctor Hugo