Un tango triste

 River es un tango. Todas las letras que hablan de la frustración. Ni el tiro del final te va  a salir. Si por lo menos el Chori metía el penal que le atajó el fenomenal Bértoli, se aseguraba el ascenso con una victoria el próximo sábado.Pero no.

 La tibia tarde santafesina le negó hasta esa ilusión más firme. Los desencantados por la actuación del equipo, al menos esperaban eso de un equipo que había jugado mal en el segundo tiempo. Era el tiro que cerraba el partido. En el remate viajó la rabia pero también la imprecisión que ató a los millonarios a medida que avanzaba el partido.

 Hoy un juramento, mañana una traición. La promesa de la semana pasada duró 45 minutos y se diluyó apenas iniciado el segundo tiempo. Toda carta tiene contra y toda contra se da. Las jugadas de gol de River, claras y numerosas del primer tiempo, cuando no merecía la derrota, fueron contrarrestadas por una defensa de dientes apretados, liderada por el zaguero Andrade, pero sobre todo por el ya mencionado Bértoli. En ese tramo Cavenaghi, Trezeguet, el Chori, y hasta Aguirre (estorbado por Trezeguet), dispusieron de ocasiones muy favorables. Pero en el segundo tiempo, sólo el penal, del que duda este cronista, o bien  hay 70 por partido, fue una ventana a la ilusión del gol. El ventanal que arrastra al sol, su lento caracol de penas se metió poco a poco en el ánimo eclipsado de una hinchada que  ya no entiende nada. A los 20 minutos del segundo tiempo, Almeyda podía cambiar a cualquiera, porque ninguno de sus jugadores ofrecía algo mejor que el entusiasmo. Y ese aspecto, con Ponzio llevando siempre la bandera, y con Cirigliano aportando la cuota de fútbol más razonable era insuficiente, como si la pólvora se hubiese agotado en el trajín del primer período. Desde el arranque de la parte final, River fue superado tácticamente por un equipo muy bien distribuido, con alma de bandoneón para apretarse o ensancharse en el campo, y con aire suficiente para correrse todo, lo cual era, además, éticamente  esperable, después de los comentarios de la semana cuando trascendió el incentivo para el partido ante Central. La caravana de River que pareció tirar una alfombraroja y banca sobre las rutas que convergían en Santa Fe, iba perdiendo su justificación. La esperanza, que suele ser lo último que se pierde a los hinchas, les había abandonado al promediar el segundo tiempo.

 Patronato, inteligente y concentrado, crecía. Había emparejado el partido y en cada ataque, si bien casi nunca llegó a una situación clara de gol, demostraba que no se resignaría al triste papel de defenderse contra las cuedas. No era necesario. River ya no hace valer el peso de su camiseta, el nombre de sus jugadores más famosos. Los García o Pérez de cualquier club de la B Nacional se fueron acostumbrando a no ser menos que los apellidos más ilustres de River. Y así fue cómo el trámite se hizo de igual a igual, con superávit futbolístico en lo técnico y lo táctico de los paranaenses. Patrón nato de lo que era ese segundo tiempo, con el creciente silencio de las tribunas como encuadre, el cuadro entrerriano robusteció sus convicciones desde la autoestima resquebrajada de los jugadores porteños. Santa Fe se convirtió en un capítulo que le dolerá a River más de lo que podía nadie imaginar. El ascenso directo, para no hablar ya  campeonato, han quedado en suspenso. Todo está en pausa. Y rebobinar duele cada vez más.

Víctor Hugo