El fútbol argentino está muy lejos de mover el amperímetro en el verano. Pocos pases, partidos discretos como el del sábado, expectativas que no dan para mucho. Simplemente, es lo que hay.
Enero tiene todavía la pereza de las siestas, de los tiempos muertos. Como alguien sentado a la sombra de un árbol, poniéndose de pie, el mes se incorpora futbolísticamente y camina con el desgano de lo que se hace sin saber demasiado para qué…
Sin embargo en la cabeza de los directores técnicos, las ideas son como los rayos láser de un festival. Ellos sí saben que es lo que están buscando. Y todavía sueñan con redondear sus planteles con delanteros que hagan la diferencia de un campeonato que, se sabe claramente, será otra vez parejo. La frenética búsqueda de Newell’s Old Boys para recuperar a Ignacio Scocco, del brasileño Inter de Porto Alegre, es una partida interminable en la que los gaúchos dicen truco, queriendo recuperar algo del platal que pusieron y los rosarinos retrucan con lo que aún deben los compradores de un goleador, sin el que la vida rojinegra no es la misma.
Carlos Bianchi conformándose con pocos nombres pero mucha expectativa de golpuesta en Emmanuel Gigliotti y Claudio Riaño, con la firme intención de mantener al Burrito Juan Manuel Martínez. Mientras tanto, River se lanza en la reconquista de Fernando Cavenaghi y el manteimiento de Teo Gutiérrez y Rodrigo Mora, con la esperanza latente del chiquilín Simeone, se siente más afiatado que en el campeonato anterior. San Lorenzo, que le sale al 2014 como se entra a un supermercado en verano, a darse al menos un gusto, más allá de lo indispensable. La llegada de Renteria a Racing, y lo que decía El Gráfico Diario ayer sobre Luciano Vietto, que luce recuperado, más los nombres que le dieron algún alivio a Carlos Reynaldo Merlo en los meses finales del año pasado.
Un mercado chico de ilusiones recortadas, como debe ser. Cualquier lance económicamente osado está mal visto después del pedido de austeridad que se ha formulado al fútbol argentino. Casi que ya es un alarde de desobediencia mantener aquellos jugadores con lo que se podría recuperar algo en el viejo campeonato económico que Raúl Gámez quería ganar en Vélez, esfuerzo que venía preñado con lo que la gente de Liniers ha significado en estos años.
Ahora gastan fichas en el verano, como el apostador que prueba en una mesa y en otra, pero sabiéndose de paso. Escaramuzas como las de River y Estudiantes sirven sólo como para tener algo de fútbol nuestro en vivo en la tv, que no sea solamente los programas de los artistas en los lugares de veraneo. El esfuerzo de los enviados de las páginas de deportes, en cambio, es un trabajo bien complejo. Verlos correr bajo el impiadoso sol de enero, comer, sestear y soñar. Y los fines de semana estar atentos a los argentinos que andan por el mundo, hablar del partido tenso que el Cholo (Simeone) le propuso al Tata (Martino), la influencia de Ángel Di María en el Madrid, de Javier Pastore en Paris y la recuperacion notable del Pocho Lavezzi, que juega esperando que Alejandro Sabella decida ir con alguno de los grandes delanteros, por afuera, al Mundial de Brasil.
No mueve el amperímetro ni la designación de Diego Abal como el árbitro argentino designado para el Mundial. Hubo un tiempo en el que eso era más entretenido, porque definía criterios de cómo se quiere al fútbol, el apego al reglamento, la personalidad de los jueces. Hoy nadie se rasga las vestiduras por Javier Castrilli o Francisco Lamolina. Se tiene la impresión de que todos los nombres implican lo mismo. En las carpas un “¿ah sí?” acompaña los comentarios, que son tan atractivos como esta nota… Parece que San Lorenzo trae a fulano… Que lo nombraron a Abal… Mirá vos.
Enero es así. Entretenido como mirar una chata arenera que pasa por el río, lenta no se sabe hacia dónde destinada a un olvido más.
Víctor Hugo