Brutos, el entusiasmo genuino los tornó crueles. Sin el fino de la preparación, se presume, fueron más bien salvajes en varias acciones. Sin embargo hay que rescatar el profesionalismo de la entrega. No hay amistoso entre ellos. River y Boca no se dan ni un beneficio de sol y playa, no hay verano cuando están frente a frente. Nadie podrá decir que alguno se guardó algo para todo lo que viene después. Estaban jugando una final de algo, de cualquier cosa, y se notó.
Por eso este cronista rescata el partido del sábado. Esa honestidad es un premio merecido para la gente de todo el país que hizo de este fin de semana el mejor del año para una ciudad de Mar del Plata opacada, esta vez, por las costas del Brasil.
Once contra once, sorprendió River a Boca. La Ley de Medios la impuso el equipo millonario y fue de Ponzio y de Lucho. De Ignacio Fernandez y Pisculichi salía mejor juego que de Pérez, Lodeiro, Cubas y Meli. Fueron diez minutos, apenas una insinuación. Fue breve ese período. El partido se rompió a los 10 minutos. La noche se estrelló contra las rocas cuando Jonathan Silva le dio a Mercado un golpe atroz, y por distintos motivos se fueron los dos.
A los 18 Tevez cometió un penal de los que en el potrero hay muchos, y se protestan, jurando que «no la toqué con la mano, te juro», pero en una cancha profesional y con seis jueces, y tamañas cámaras, no hay tutía, es penal. El tiro de Pisculichi fue maradoniano, o más acomodado a River, francescoliano. Un remate impecable y el uno a cero que -nadie lo pensó así en ese momento- sería el resultado final.
Faltaba echar a Peruzzi, al Cata por un ataque de insensatez más bien absurdo, una pelea de Maidana y Tevez, un entrevero revoleando ponchos y pataditas por entre los que apartaban, policía que sobra por todos lados, y seis árbitros que decidieron ver un poco menos de lo que debían y le hicieron precio a la noche. El asunto daba para echarlos a casi todos, pero también para cometer injusticias, así que laudaron la expulsión de Maidana por el cabezazo a Carlitos y de Pisculichi, que ya había salido y se hacia el santito en el banco de suplentes, pero había corrido al remolino del papelón cuando se trenzaron cerca del área de River.
River se fue contento porque ganó, Boca sintió que, tal como se dio el partido, no había perdido demasiado y que todo tiene arreglo. Los millonarios sintieron lo que sienten los inversores de la bolsa cuando ganan porque este Nacho Fernández subió las acciones. Boca lo tiene que terminar de afilar a Osvaldo y cuando Tevez juegue, el asunto será fiero para cualquiera.
Tobio saca todo, Balanta un baluarte, Lucho cuando gravita juega a otra cosa, Pabro Pérez está fuera de timing y Melli, de cuatro, estaba como atado. Bien los arqueros, sobre todo Barovero, ahogando a Tevez en un mano a manos, en un gol hecho, uno de esos goles que pueden cambiar una historia.
Este relator reapareció por ondas amigas de Radio Brisas y la 530 Madre querida, como para despuntar el vicio. Demasiadas emociones que casi se llevan puestas las cuerdas vocales, porque el clásico dio material que apasiona como siempre y no hay mucho control en esos casos. Mejor así. Olvidable, entretenido, escasamente pulcro, pero intenso, bruto y honesto, pasó un clásico en lo que puede ser el último verano de fútbol con River y Boca en Mar del Plata. Los muchachos quieren hacer negocio en Estados Unidos, ganar más dinero, hacerse valer como una marca mundial.
Y aunque duela porque es la única vez que pueden verlos los hinchas del resto del país, la ley del mercado suele ser más fuerte. Y no sabe de apasionados.