Esta vez el relator debe esquivar los dichos del amigo hincha de San Lorenzo con el que va habitualmente a la cancha, cuando juega el Ciclón. Después de la vieja frase que menciona el hecho de que ellos estan orinados por los perros, el viejo rol de los árbitros reapareció hasta límites de imposible tratamiento en esta columna.
Pero, lógicamente, también se llevaron lo suyo, como no podía ser de otra manera, los jugadores de San Lorenzo que desperdiciaron, por pura avaricia, una tarde que se presentaba bajo los mejores auspicios.
En un partido parejo, al que Colón llegaba como los elefantes cuando van a morir, el más emblemático de los actuales jugadores con que cuenta el equipo santafecino dirigido por Roberto Sensini, justamente el Bichi Fuertes, cometió una locura difícil de comprender. Porque el golpe propinado a un rival en plena disputa por la pelota, dejó a los rojinegros con un hombre menos -vaya si su histórico goleador es importante- a la media hora de empezado el partido. Y si ya los de Madelón habían insinuado tener más pimienta en ataque, el panorama, a partir del dislate del Bichi, se encaminó hacia el único resultado posible.
Más aún cuando sobre el final del primer tiempo, en una carambola, pero al cabo de dos minutos de persistente dominio, los Santos de Boedo encontraron su gol: remató Kalinski desde afuera del área, la pelota pegó en el polaco Bastía y descolocó al arquero.
¿Qué más se podía pedir? Pero los jugadores suelen redactar su propio destino. Se creen vivos algunos, los otros lo llaman responsabilidad y en líneas generales se lo conoce por la palabra miedo. Cuando se ve a un marcador lateral concurrir a un saque de banda pidiéndole permiso a un pie para mover el otro, y se mira el reloj y van apenas nueve minutos de un partido que se gana por 1-0, el espectador avezado no duda de lo que inspira la demora. En lugar de sentir un llamado a la gloria, algunos jugadores de San Lorenzo oyeron la voz cautelosa de los que quieren ir a lo seguro. Grave error. Lo conveniente era ir, con un gol y un hombre más, a definir el partido, y no darle alas al rival. Mientras la hinchada de Colón jugaba para San Lorenzo, despotricando contra sus propios jugadores, San Lorenzo decidió darles la pelota, y jugar con los “famosos” espacios que van a quedar cuando el adversario se adelante, despechado por la derrota.
Después viene lo del gol que avaló Abal en lo que parece un grave error de interpretación del reglamento. No se trató de una apreciación fallida. Fue entender mal lo que el árbitro debe conocer como nadie. Cuando apareció Horacio Elizondo en la trasmisión del firmante, y aclaró cómo había sido el percance del juez, se disiparon las dudas, aquellas del minuto siguiente al exótico gol de Colon.
Era offside de Higuaín que estuvo a punto de tomar la pelota con sus manos y vaya uno a saber por qué, decidió tirarla hacia el medio, donde la recibió Garcé, cuyo displicente remate se metió en el arco de los santos sin que nadie, ni el autor del gol pensara que valia. El línea estaba con el banderín en alto, pero tal como le dijo Abal al jugador Bueno: “aquí el que manda soy yo”. Fue él, por lo tanto, quien se equivocó. El línea, como señaló Elizondo, estuvo perfecto.
Después casi lo gana Colón. Por Bastía, un soldado colosal de las causas que abraza, por la pobreza de los locales que solamente pudieron chocar contra el previsible muro de los sabaleros.
Es verdad lo que dice el amigo, eso de que San Lorenzo está mal aspectado por los astros. Pero hay que mirarse un poco en el espejo y saber cuándo se ayuda al infortunio porque está faltando grandeza.
Víctor Hugo