Sólo tres superclásicos pueden atravesar las PASO

SoloTres

La ciudad flotaba dentro de una luz que enceguecía, mientras las filas delante de las mesas de votación adquirían las formas más variadas, como si fueran los filamentos de una lamparita. Las charlas esquivaban con delicadeza la cuestión política y cada cual parecía estar cumpliendo una gestión inevitable. La vía de escape de esa tensión del disimulo, era la sucesión de clásicos que se avecinan.

El fútbol le daba esa mano a la política en un ámbito en el cual la delicadeza era una convidada natural. Y permitía avanzar al paso lento de uno que faltaba allá adelante, y lanzar pronósticos que parecían extraídos de la misma indiferencia con la que depositarían su voto.

Todo fingido, claro. Pero lógico.

River y Boca aportaban el pretexto para una charla social que sustituía la cuestión política que imponía cierta indiferencia, o decididamente la veda que debe mantenerse a centímetros del cuarto oscuro. “La semana que viene sí que voy a estar sufriendo”, aseguraba el hombre, en medio de la fila. Podía ser hincha de Boca o de River, da igual, pero en ese ámbito recoleto sólo se atinaba a imaginar los miedos y nadie osaba la fanfarrona convicción de la victoria.

En la política de la ciudad, los miedos no se manifestaban, no estaban, salvo el temor chico de no clasificarse para la final.

En las colas, más allá de toda preferencia personal para emitir el sufragio, todos sabían más o menos quiénes serían los ganadores en una ciudad de gente satisfecha. La política tiene una lógica que el fútbol desconoce. En el fútbol, los satisfechos, aquellos que lo tienen todo, pueden perder. Y de hecho, sucede en más de una ocasión, pierden muchas veces. Pero en una elección como la de ayer, las sorpresas no son frecuentes. Aupada por el bienestar general de estos años, vanidosa y rica desde siempre, la Ciudad Autónoma se corre a la derecha. Los satisfechos sienten que la derecha les cuida mejor su vida complacida. Así que en la línea de gentes que aguardaban el momento de votar, cada uno, aun entre los que serian vencidos numéricamente, conocía de antemano el resultado que oficialmente se conocería cuando las luces del sol desaparecían de la urbe.

De lo que nadie arriesgaba un comentario era de fútbol. De Boca-River que asestarán en siete días una bomba neutrónica de las que dejan las casas en pie, pero luego de las cuales no se ve la gente, el análisis solamente mencionaba la paridad, la incógnita grande de cualquier favoritismo, la impredecible que resulta esta vez más que en otras de predecir un resultado, lo imposible que parece arriesgar cualquier pronóstico.

¿Qué será de la vida de Gabriela Michetti o de Larreta, de Recalde, Heller o Gabriela Cerrutti, de Lousteau, Cacho Bidondo o Lozano, y fundamentalmente de Marcelo Gallardo o de Rodolfo Arruabarrena cuando estas semanas sean parte de un pasado irrecuperable?

Si nos atenemos a las páginas que albergan a esta columna, deberíamos enfocamos en los entrenadores que se van a ver las caras en tres justas de alta adrenalina, aunque es inevitable transitar por la realidad que lo circunda. Puede que ellos dos sigan en sus puestos, pero qué distinto parecerán a los ojos de los demás, según cuál sea el que conduzca al equipo que siga su marcha en la Libertadores, luego de las “PASO” que para ellos significan estos choques de octavos de final del certamen. ¿Cómo será el futuro? El de ellos y también el de los políticos protagonistas de este domingo, más allá de si fueron vencedores o derrotados. Lo que fueron hasta estos domingos y lo que serán más tarde, cuando sea tan difícil como quitarse una mancha con la mano, el resultado de estos días.

River y Boca esperan como ejércitos que se acercan a la batalla pero no se ven aún. La quietud de este domingo mortificaba los espíritus inquietos de los hinchas. Los aguijones de la impaciencia caían sobre el miedo implacable. En la política de la ciudad, los miedos no se manifestaban, no estaban, salvo el temor chico de no clasificarse para la final.

En el fútbol, ilógico y caprichoso, mezclado con el azar, no se puede confiar ni cuando la preparación ha sido la mejor de todas. Más aún en los superclásicos. Porque gana cualquiera.

Los satisfechos son una consecuencia de todo eso. En política, los satisfechos son los que deciden el resultado.