Saldaron la deuda

A diferencia del pésimo espectáculo de La Bombonera, esta vez River y Boca ofrecieron un partido con emociones, con muestras de carácter y digno de una semifinal continental.

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A diferencia de lo que pasó la semana pasada en el partido de ida, esta vez River y Boca devolvieron la plata con la propina de una emoción sostenida que quitaba el aliento en cada ataque, en los encontronazos viriles, en los rezongos airados, en el carácter formidable con que encararon su última oportunidad en la Sudamericana.

Antes del minuto, un penal para Boca selló la clase de partido que se iba a disfrutar en el Monumental. Pero Barovero desvió el tiro de Gigliotti y empezó una noche de desencuentros con la vida para el equipo de Arruabarrena. Mientras River, con una media vuelta letal de Pisculichi, abría la cuenta a los 16 minutos, el racconto de Boca era para llorar.

Gigliotti anotó un gran gol pero le cobraron un offside inexistente. Calleri de cabeza y otra vez Gigliotti perdieron nuevas ocasiones para empatar. Y Gago terminó yendose a los 40 minutos de ese fatídico primer tiempo, lesionado y ofuscado con un arbitraje que, sentía, había permitido la violencia de Rojas en una jugada que terminaría quitándolo del partido.

Los minutos volaron en ese primer tiempo. Los 45 parecieron apenas 30.Y al terminar el primer tiempo, con River recuperado en ciertas capacidades que mostraba hace apenas seis semanas, pero sin la profundidad de Boca, el uno a cero en favor del local ofrecía para ambos la luz tan anhelada al final del túnel. Para River, porque estaba ganando y tenía la clasificacion en sus manos.Para Boca,porque sentía que el resultado era injusto, que el empate y la consiguiente clasificación a la final aún estaban a su alcance.

Pero Boca se fue diluyendo en la tormenta de un querer y en la impotencia de no poder. River ajustó cada detalle en la recuperación de la pelota, impidió la claridad que, salvo cuando la pelota la llevaba Carrizo, el visitante no tendría más en el partido.

Las chances más claras, que en el primer tiempo fueron para los xeneizes, ahora favorecían a River en la cuenta de las oportunidades. Como su adversario, los de Núñez adolecieron de puntería. La diferencia real era por lo menos de dos goles, pero el partido estaba tildado en una diferencia mínima, aungustiante para ambos, pero cada vez más para los Millonarios, que estaban expuestos a un error, a una casualidad, o a un destello genial. Ponzio jugó un partido admirable en su coraje y concentración. El uruguayo Sánchez acompañó de una forma estupenda, salvo en los tiros al arco, para los que anduvo irremediablemente con el pie redondo toda la noche. Ellos, y Rojas de overol, sostenían la fiereza de la primera contención de los locales. Y con esa resistencia, Boca no pudo encontrar una ventana por donde colarse al área rival.

Al final Teo Gutiérrez se dio el gusto especial de retener en el banderín de un córner, descontando los segundos de los cinco minutos de adición que había dispuesto Delfino, y el Cata Díaz, ya con todo definido, tuvo el placer de los dioses de los zagueros de esmerilar un tobillo del colombiano. Anécdota pura, ya innecesaria. Boca no volvería a cruzar hacia la otra cancha y River levantó los brazos, revoleó pañuelos, encendió celulares para darle más brillo a un triunfo que se llevó las amarguras como el café que arrastra la última borra. No hay discusión.

Boca se quedó con la pena de preguntarse qué hubiera sucedido si metía el penal del primer minuto. Pero de lo que pudo ser, no hay historia. La estadística y las voces indicaron con rotunda claridad que el dueño de la noche era el River de ese Muñeco Gallardo, que en una semana supo del dolor y la alegría que sintetizan la vida en su inevitable alternancia.