El repunte anunciado frente a Racing, más allá del injusto resultado de siete días atrás, se convirtió en un salto de calidad frente al campeón. Arsenal, que anda ofreciendo franquicias en su defensa, sólo pone en duda si se debe hablar de las bondades de River o la pobreza del equipo de Alfaro, castigado por muchos goles en las últimas fechas.
No hay que ser tan severos. Si River un día va y gana cuatro a cero, no le ponga palos a la rueda señor cronista. Mire a River. Échele un vistazo a una defensa que no permitió que los rivales se filtrasen, salvo una vez en el comienzo del partido: un tiro de Carbonero que quedo solo y pateó cruzado afuera. Difícil arreglárselas con cuatro zagueros centrales, pero esta vez zafó y Arsenal fue dominado de cabo a rabo cerca del área de la visita. Mire al medio campo y ponga a Ponzio entre signos de admiración (¡Leonardo Ponzio!) y no le escatime algún elogio, modestito si quiere a Sánchez, Cirigliano y Aguirre. Y mire a Mora y a Luna. No piense en Artime y Onega, de eso ya no hay. El Beto y Alzamendi, Francéscoli y el que usted quiera. Olvídese de todo eso como de aquel baile en el que lo miraban todas apenas usted entraba.
Un tango a la derecha, para el amigo nostalgioso. No. Usted tiene que pensar en este River. Entonces Mora y Luna estuvieron muy bien. Cambiaron posiciones, se pasaron la pelota, generaron como cinco jugadas que tenían en el vientre un gol. No es puchero en El Tropezón, vestido de traje para seguir la garufa. Ropa vieja y mameluco, es lo que hay. Medio campo cinchador, defensa que se abraza como en una barrera, delanteros que de vez en cuando, ilusionan. Acepte que como viene la mano, está muy bien lo que hizo el Pelado. Rigor, concentración y firmeza. Primero los atamos y después les bailamos alrededor, aunque esto último no debe haber sido parte del plan. Pero salió así. Lo frenó a Arsenal, fue ganando posiciones como el que sabe caminar en la multitud para acercarse al escenario. Muy de a poquito. Hasta que llegó el premio que Ponzio merecía. Más él que River.
Robó, huyó y no lo pescaron hasta que metió un buen derechazo desde afuera del área. Si usted es de River, ya lo vio cien veces. Muy bien el volante, quien escribió el prólogo de lo que venía a continuación. La famosa contra que, si no funciona, los críticos matan diciendo «le empataron por tirarse atrás», esta vez anduvo de maravilla (Martínez) porque River pegó retrocediendo como hace el gran boxeador argentino. Metió cuatro, se perdió otros y sometió a Arsenal a la perplejidad.
Nadie pensó jamás en Sarandí que los hechos podían darse de esa forma. A un equipo de Alfaro no le meten cuatro así nomás, se rascaban la cabeza los del barrio. Raro. Todo les resultaba muy extraño. Porque la gente ya se acostumbró a que River o los otros grandes, no le meten miedo a nadie. Tendrán que verlo de nuevo en Sarandí y seguirán sin entender, cómo fue que este millonario terminó de viejo smoking, cuando no tenía ni yerba de ayer. River se fue escandalizando con su algarabía, el barrio silencioso. Allá en las vías, unos hinchas que miraban desde el terraplén, huían de los policías que no los querían allí. Postal de pobres y de fanáticos. Si no habían hecho nada malo y sólo agitaban los brazos y las banderas, era justo que un día, mirando el partido como en la película Los lunes al sol, un pedacito nomás de la cancha, vivieran la alegría completa. Quizás los echaron, porque River ya no está en la vía.
Víctor Hugo