A pesar de que la Selección ganó todos sus partidos, para muchos su juego sigue sin convencer. Sin embargo, es difícil encontrar otro equipo que haya mostrado tanta autoridad como Argentina.
Los Mundiales van anticipando la nostalgia. Quizás el mar que es parte de la vida de Río de Janeiro como lo es el oxígeno que respiramos nos impulse a la anticipada melancolía de lo que empieza a despedirse.
Ha sido, como siempre, tan rápido el olvido que se destina a los que ya se fueron, que no dan los tiempos ni para despedir colegas que van partiendo a medida que sus equipos son derrotados. El bar está con menos gente. Los pasillos entre las oficinas parecen vacíos.
Empiezan a quedar lejos, como ese barco que va hundiéndose en el horizonte, la caída de España, el mordisco de Suárez, las protestas que usaron los medios canallas para envenenar el Campeonato del Mundo.
Al cronista le parece lejano hasta el recuerdo del primer programa con Diego, persignándose como si fuera a dar un examen.
La Argentina resiste sin convencer todavía, según la mayoría de las opiniones, incluida la de Diego, que después del partido llegó introspectivo y preocupado. Se nota que la Selección no convence, aunque esa no sea la mirada del suscripto. Lo que se ve es que gana por poco, que está muy quieta, que sólo la sacuden Messi y Di María, que la banca Mascherano con Rojo y el Chiquito y que los demás no dan con sus mejores rendimientos. Y puede ser que sea así nomás la cosa. Al firmante, el partido con Suiza le dejó la sensación de que no hay ningún cuadro que tenga esa autoridad para conseguir que siempre parezcan 14 contra 11. No es un prodigio si tenemos en cuenta que los rivales parecen puestos a dedo. En cada instancia, lo preferible es lo que le toca a la Argentina.
Pero eso se sabía desde antes, así que no cuenta demasiado, salvo para aumentar el saldo deudor si algo pasa antes de llegar mínimamente a la semifinal. Tendrán razón todos los que, por soñarla mejor, la ven flaca a la Selección. Como si uno se toca el brazo y siente que le falta músculo.
Pero sobre esta base de victorias siempre merecidas, más allá de algunas miserias (del buen chiste de las redes poniendo al Papa parado contra el palo derecho de Romero en el cabezazo suizo del final), los triunfos se verán de otra manera cuando se llegue a la instancia final.
EL FIXTURE QUE ESPERA. Dos partidos bien ganables esperan a Sabella y sus muchachos. El fixture no podría ser mayor en cada etapa. Pero hay que ganar y lo de Bélgica será complejo, bien si es cierto que el autor de la nota no concibe lo contrario.
Ahí tendremos pruebas fehacientes de la realidad y podrá verse lo que hay adentro del cascote que envuelve la fruta. Porque no será de un día para otro que podrá mejorarse lo suficiente como para llegar a la final. Algo había en el vientre de las discutidas actuaciones de los albicelestes si se le gana al buen equipo belga. El fixture sigue siendo amable, dado que jugar en cuartos con Brasil o Alemania es menos deseable.
Pero Bélgica exige, para seguir, un equipo con la autoridad que detecta, un poco en soledad, este cronista. El rival de Argentina era bueno desde antes del Mundial, según las opiniones casi unánimes que lo daban como la sorpresa. Y fue capaz de demostrarlo desde la primera aparición, cuando dio vuelta el partido con Argelia. Así que el respeto está, aunque asuste menos que los grandes nombrados más arriba.
Sin embargo, a los que toman el cabezazo suizo del último minuto, circunstancia prohijada por la clásica embestida final del que va perdiendo, cabe pedirles que vean las desdichas de Bélgica en el final conEstados Unidos. Al cabo de los 90, un americano se perdió el gol más fácil de hacer de todo el Mundial, cuando el partido todavía estaba cero a cero. Era chau Bélgica, era la eliminación. Y el alargue hizo justicia, porque ganar merecía, y metió el segundo en la contra de rigor. Pero después le pasó de todo: que le descontaran, que se lo llevaran como chico p’al colegio hasta que el pitazo del final se convirtió en el instante más precioso vivido en el torneo por el equipo europeo.
Como dice Francella, no todo es malo en la Argentina. La frase vale también para el equipo de Sabella. La cuestión pasa por las expectativas de cada cual y cuáles son los asuntos en los que se pone la mirada.