Los padres de la Selección

los padres de la selección

 La historia de padres y madres que son el alma del triunfo de los jugadores de la Selección en sus carreras, es una constante de las entrevistas realizadas por este cronista para un programa que saldrá al aire  en el futuro cercano de DeporTV. No hay una sola historia en la que no luzcan como los esforzados forjadores de esas trayectorias de las que se nutre la ilusión de los aficionados argentinos. Hay algunas que conmueven y habitan luego a cualquiera que llegue a conocerlas. El padre de Lucas Biglia que murió sin ver el triunfo de su hijo, al cabo de auparlo hasta sus logros iniciales. La madre de Pablo Zabaleta que lo traía diariamente desde Mercedes a San Lorenzo, 180 kilómetros ida y vuelta más la espera, tejiendo mientras su hijo dribleaba los primeros conos en los entrenamientos, y murió tan joven alrededor de los 40 años. Y a Pablo lo reconforta que justo ese fin de semana en que su mamá falleció de un ataque cardiaco había decidido visitarla. Fabricio Colocini, que se fue con sus padres a Milán y ella falleció también tan joven.

En cada biografía de los jugadores, papá y mamá que potencian el valor de lo que cada fin de semana se ve en las mil y una canchitas de Buenos Aires y el Conurbano. Esas familias que viven para llevar a sus hijos a hacer lo que más les gusta: simplemente jugar al fútbol. El más querido de los deportes, el gran igualador social, convertido en un fenómeno social que es la base de la pirámide de la grandeza del futbol argentino. Pero además una ocasión insustituible para unir las historias de padres e hijos.
En estos días saldrá el libro sobre la vida del Kun. Él mismo recomienda especialmente la primera mitad, la que habla de esa parte menos conocida de su vida. Que es la historia de Leonel, su padre, que fue jugador, que lo llevaba a sus partidos y el Kun se iba a la canchita de al lado y se fortalecía jugando con muchachos más grandes. Y alguien que le dice a Leo que el pibe tiene pasta. Y él dice que es muy chiquito, todavía, pero le queda rondando en la cabeza que a lo mejor es cierto, que por qué no. Y el propio papá lo lleva a jugar al fútbol infantil.
Y lo deja jugar con los del ’86, siendo el Kun del ’88. Y los bailaba a los más grandes, cuenta Leonel, con emoción. Habla de ese hijo que mientras relata su historia ante las cámaras del programa, siempre que quiere afirmarse en alguna respuesta, busca continuamente el apoyo de Leonel.
Por eso el periodista infiere que ese hombre es la nota, más que el hijo, porque la del Kun empieza a saberla todo el mundo casi de memoria… Y con modestia, Leonel cuenta de qué manera se las rebuscaba para llevarlo adonde hiciera falta. Rememora que lo dejaba en Mar del Plata en la cancha y que él se hacía de unos pesos para la vuelta, limpiando autos.
O hace memoria y cuenta que para no quedarse afuera de un viaje a Balcarce, llegó a hacer de chofer del micro, aprovechando que en algún momento de su vida trabajó de remisero. Y de panadero, y de todo lo que se es cuando hay que apechugar con familia de siete hijos. Hizo lo que hacía falta. Dormir durante el entrenamiento al que había que llevarlo al muchacho, cuando llegaba de trabajar toda la noche. Y también está viva la historia de la primera casa, de un hombre sin vicios cuyo metejón era el fútbol y que empieza a ver que el pibe da para más y entonces apuesta a que con mejor físico que el padre, siempre morrudo como fue el Kun, por ahí, ¿quién le dice, no?
Mala idea ha sido conocer a los muchachos de la Selección. Porque uno los va queriendo un poco más, desde otro lugar, y la subjetividad se va construyendo diferente. Mentira que uno es objetivo. Seguro que habrá una disculpa a mano que sin quererlo se va a colar en algún relato. Va el Kun Agüero y se pierde un gol hecho. Y, por ahí, el relator ve que le picó mal. El afecto entrará en el juicio con ánimo esclavizante y cuesta mucho más ser imparcial en la opinión. A la vejez, viruela. Años casi invicto en eso de mantener distancia con los protagonistas y de repente esta gira, poniendo un pie en el umbral de las vidas de jugadores que ahora tienen una historia que los hace más humanos que esos millones que se pagan por ellos. Por razones familiares, el firmante ve muchos sábados a padres y madres que acompañan la movida de sus hijos que sueñan con ser estrellas del deporte. Aunque no sea el objetivo, aunque mucho más importante es “estar” con ellos (que miren hacia la pequeña tribuna y encuentren la mirada protectora y cómplice de los que le dicen “así, seguí, dale, dale…”), algunos establecen un vínculo como ese del Kun y su padre, que se devela cuando después de alguna respuesta en la que tiene que contar su vida, mira hacia el costado como preguntándole a Leonel si es así su historia, así como la está contando. Sencillamente porque el padre la conoce de memoria. La lleva en las retinas, en el cuerpo, en el alma.
Víctor Hugo