Es el general que devuelve la espada al jefe del ejército vencido, capaz de considerar la bravura y los méritos del enemigo y sabe, al mismo tiempo, de qué forma concluyente ha demostrado su grandeza. Porque cuando el encuentro se encaminaba a una goleada que hacía trizas no sólo la ilusión desubicada de los bilbaínos, sino también su currículum, quitó el pie del acelerador y puso su máquina a moverse como los autos que con un botón apretado mantienen su velocidad en la ruta, siempre igual. Si hay un riesgo, al tocar el freno o el pedal de marcha, retoma el control. Si el equipo vasco llegaba a meter un gol, Barcelona lo hubiese castigado con dos.Bilbao, ahora que comienza Roland Garros, es el jugador 200 del ranking que gana cuatro rondas, hace historia, empiezan a llegar los amigos de todas partes para verlo en su momento de mayor gloria, pero le toca Nadal. Y le meten un triple 6-1.
Los jugadores son “el estilo”
La realidad es como una ciudad siempre ventosa. Apenas se sale de la tibieza del bar y los sueños, el aire atropella el rostro como una bofetada que hace volver en sí. Bilbao se bebió una buenas copas, soñó demasiado joven con el sitio más empinado, llegaron multitudes como nunca se habían visto por Madrid y el viento le golpeó la cara con la contundencia de Tyson. O mejor, de Alí. Porque el Barcelona le pegó duro pero con clase, bailando sobre el ring, pegando con humanidad, lo necesario, poniendo su sentido estético al servicio del asombro.
Cuando se apreciaban desde lo alto del Calderón las olas blancas y rojas que avanzaban por las calle paralelas al Manzanares, el río que besa el estadio y se va como se lanza un piropo a la bella que pasa, la pregunta era dónde iban a meter esa gente si ya el estadio no tenía butacas en el sector destinado. Acamparon afuera, ante las pantallas. Habían venido para eso, sin entradas. A escuchar el palpitar de su propia gente como se acerca el oído a un cuerpo querido para sentir su corazón. Por los vascos y por Bielsa hubo que dejar algunas lágrimas. El mérito de llevar un Copersucar a la pole position no se lo quita nadie al extraordinario personaje argentino.
Pero cuánto debe haber sufrido sabiendo de antemano cuáles eran los límites propios, sin hablar de los que establece el Barcelona. Porque el Barça le marca la cancha a cualquiera, es cierto, pero la frontera real la trazó esta vez el propio Bilbao. Libra por libra, cada jugador es menos que el suplente menos utilizado por los catalanes.
Cabe preguntarse qué viene para el Barcelona en la nueva etapa sin su director técnico. Seguira siendo lo mismo, qué duda cabe. La tarea ha sido tan provechosa que, aun siendo gráfica la broma ante la dificultad de un desafío “más difícil que agarrar el Barcelona después de Guardiola”, nadie duda que allí no se toca nada. Los jugadores son el estilo, y ellos serán los primeros en preservarlo. Quién se animaría a torcerles el destino. Sólo si apareciesen diferencias entre ellos, tener un vestuario como dicen que es el del Madrid, podría dañarse ese paraíso del fútbol al que han llegado.
Tierra de pintores ilustres, Catalunya se dio un equipo que se dibuja como sobre una tela. Cualquier artista plástico ve que la cancha es usada con el criterio de las proporciones. El color sale de la paleta de Messi, pero también los otros le ofrecen al fútbol un arte que así, en continuado, no se recuerda; y que -aunque, como todo, morirá algún día, un poco por lo menos- mientras sobreviva, hay fiesta.
Víctor Hugo