Que sea, que sea, que sea”, pedía este relator mientras Manuel Lanzini preparaba el toque de distinción final para la mágica jugada que cambió todas las ecuaciones. La del partido, la de River. Los elogios cayeron como una lluvia bendita después de la sequía atroz del primer tiempo. Solamente 38 segundos habían sido suficientes para devolver el precio de una entrada que en el descanso parecía la más cara jamás pagada. Tal el aburrimiento al que habían sometido a los espectadores durante ese tiempo anodino, sin una sola jugada que mereciese mencionarla en un recuadro.
Pero Lanzini se animó a lo que ya pocos intentan. La línea vertical, la carrera valiente, la decisión de arriesgar. El muchacho arrancó desde su propio campo al cabo de una pelea por la pelota que lo enalteció. Y recién empezaba la fiesta. Cuando pasó la frontera su decisión era irrevocable. Sería el definidor, el responsable del éxito final o del fracaso. Tomó la bandera de “terminemos con el pase para el costado”, animémonos a la locura, se dijo, y como si tuviera patines se lanzó a la aventura de la mejor jugada hasta aquí del Torneo Inicial.
Era deseable, era justo que terminara en gol. La gente se alzó en las tribunas a medida de que crecía la jugada. Alguno que volvía del baño se habrá quedado a mitad de camino en la sentada, como si hubieran tocado la pausa en un video. Este relator sintió una enorme gratitud porque las ganas de hacer el trabajo muchas veces dependen de los audaces como Manuel. Y si bien es cierto que hubo otro partido después, que el complemento resultó verdaderamente encantador ante la opacidad del primer tiempo, que vinieron otros dos goles y también algunas acciones lujosas, la bisagra de la tarde noche, fue la corrida fulgurante de Lanzini, la decisión de hacerse cargo de River y del espectáculo.
Ramón Díaz, que tiene cara, diría después que salió lo planificado. Simpático, Ramón. Pero él sabe mejor que nadie que no se puede explicar lo sucedido sin pagar peaje en la linda locura de Manuel Lanzini. Que River se pasó los primeros 45 minutos tocando para el costado y para atrás, sin generar una sola jugada de gol y que, si ese era el plan, se le agradece que lo cambie. Es justo decir en descargo del entrenador de River y de los millonarios, que la pobreza franciscana de Tigre, arruina cualquier espectáculo si da pelea solamente cubriéndose agachado contra las cuerdas, cuando se abrió el partido porque algo tenía que aportar el equipo de Diego Cagna, vino la goleada, se alzaron los pañuelos, y se decretó una fiesta inimaginable un rato antes.
Debe decirse también que River, como cualquiera de los otros equipos, está dentro del rango del Torneo Inicial. Y eso hace que se viva el día a día festejando este domingo y su incipiente primavera, sabiendo que hay más invierno todavía. Que volverán los fríos, las tardes de un punto o menos. Aunque hay una noticia en el River de ayer. La noticia es que hay un jugador distinto, que animándose a más, puede convertir en oro el bronce sin lustre de un equipo como los otros.
Y que en la modestia de la exposición a la que se asiste, River tiene un artista que puede ser todo lo diferente que se le ocurra. Si se anima a tanto como ayer.
Víctor Hugo