La sanción a Boca está bien

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Cuanto se diga en esta nota es rebatible, y hasta el propio autor pide permiso para estar en desacuerdo más adelante.

Lo que aquí se quiere decir es que la sanción a Boca está bien. Fueron promovidos tales castigos que, ahora, la sensación generalizada es la de una cierta decepcion. Caramba, ¿no era que los iban a penar por mucho tiempo más, tanto, que ni jugar torneos podrían?

En el desencanto sucumbe, pasa un poco inadvertido, el hecho de que Boca perdió el partido más importante del año. La promoción de una carga mucho más pesada para el club xeneize, parece haber sido parte de un plan perfecto para que la derrota fuese tomada con alivio, cuando de haber sido lo único que se ponía sobre el tapete, seguramente hubiera merecido una discusión mayor. Pero ahora no. Boca sintió de pronto que las pestes eran más de siete y hasta puede advertirse un clima celebratorio entre muchos de sus hinchas. La observación del cronista tiene que ver con el comentario de un padre cuyo hijo de ocho años, hincha de Boca, al conocer el fallo lanzó el puño al aire con gesto triunfal. ¡Cuatro fechas nada más!

«La violencia puede ser acorralada de a ratos, se repliega por un tiempo como sucederá en estas semanas, pero cuesta creer que será erradicada».

Pobre pibe, lo habían preparado hasta para no ver a su club en la Copa durante años, y de la cancha había que olvidarse otro tanto. Si la Conmebol, vista por el firmante con desagrado más profundo, caterva de vividores mezclada con unos pocos dirigentes verdaderos, socios de negocios televisivos que roban al fútbol del continente con el mismo desprecio por la gente y los clubes que tuvieron los ladrones locales del fútbol argentino hasta el Futbol para Todos. Si la Conmebol hubiera hecho esta puesta en escena a propósito, sería para aplaudirla. Salió así, seguramente sin quererlo, cuando debatieron entre dañar a Boca como si fuera el único reo o hacerse cargo de las conductas equivocas de su propia historia.

En cuanto al episodio en sí mismo, es una tristeza, pero denominarlo una vergüenza frente al mundo es propio del vicio de clavarse puñales adjudicándole a ese mundo una angelidad que no tiene.

Decir que no puede pasar nunca más es una expresión de deseos que será desairada siempre. Señalar que todos son culpables, no tiene valentía porque así, nadie es el responsable. Tirarle la piedra a Boca es imposible para cualquiera que esté en el fútbol.

La maldad tiene cartas en la manga, siempre. Le puede ocurrir a cualquier dirigente, aun si hace bien las cosas, lo que ocurrió en la Bombonera. Lo que no es aceptable resulta el cinismo del presidente de Boca, sugiriendo que el problema es parte de un estado de cosas del país, a la fecha. ¿Cual era la circunstancia del país en los tiempos de la bengala que mató a Basile, o cuando asesinaron al pibe Scaserra, o en la ocasión en la que mataron a dos hinchas de River después de un clásico en el estadio de Boca?

El lector puede agregar decenas de episodios. Entonces, ¿qué clase de cínico hay que ser para achacar un problema propio, una desgracia que siempre será inevitable aun si cada espectador va a la cancha custodiado por un policía, a los males del país?

La violencia puede ser acorralada de a ratos, se repliega por un tiempo como sucederá en estas semanas, pero cuesta creer que será erradicada. No sólo en la Argentina, sino en la mayor parte del mundo. Platini anda tratando de pedir una policía continental para solucionar las desgracias europeas donde hinchas enojados tomaron a un pobre hombre de los pies y las manos y lo arrojaron al río desde lo alto de un puente. Volviendo a la sanción, no es poco que ni siquiera hubiera margen para reprochar la derrota de Boca en el escritorio de la Conmebol.

Con ese antecedente ya se le ha hecho un bien muy interesante al fútbol. Nadie dejará de poner las barbas en remojo. Los árbitros podrán hacerse cargo de procedimientos más enfáticos que los del atribulado Herrera, al que las circunstancias le exigían una decisión que pagaría con toda su carrera. Para siempre queda claro lo que se debe hacer. Que por más que la TV quiera que el espectáculo continúe, hay que pararlo. Y que el que se comporte tan estúpida y cobardemente, le hará perder un partido, una copa, lo que sea a la propia gente a la que dice pertenecer. Y que es entre ellos que se vigilan mejor. Los violentos solo le temen, un poco, a los que son de su propia naturaleza. La impunidad de la que gozaban, ha cesado.

Hay ahora un comienzo diferente. Este domingo fue el primer día del resto de su historia. Al menos, así parece.