La experiencia de tomar contactos con los jugadores de los seleccionados argentinos continúa siendo para el cronista un aprendizaje de vida. Y nunca es tarde si las emociones son buenas. En Nueva York, Pablo Prigioni reflexiona sobre las razones de tantos éxitos de la Generación Dorada. “Hay algo especial en el grupo. Cuando tocan el himno y yo miro para el costado –y hace como que, de pie, le mira los zapatos al de al lado– y veo al Luis, al Manu, al Chapu, a todos ellos, tengo la sensación de que no nos puede vencer nadie.”
Lo que Pablo Prigioni dice, mientras participa de un programa que DeporTV pondrá al aire en los próximos meses, alude a lo que el Negro Dolina dice del valor de jugar con los amigos. Aun si se pierde, es mejor. Y la inmensa fortuna de la selección de básquet de Argentina es la monumental relación espiritual de estos grandotes que han hecho historia para el deporte del país. Y lo que este periodista ha observado con los muchachos del fútbol empieza a parecerse. Mientras Prigioni suelta esa frase al borde del Río Hudson, con todo Manhattan de fondo, desfilan mentalmente las entrevistas a los jugadores de la selección de Sabella. Y en el creíble discurso que ofrecen frente a las cámaras y en las charlas amistosas antes y después de que se enciendan las luces, prometen una historia de amigos. Y sí, como los del básquet, son además parte de una generación excepcional, la empresa de Brasil 2014 parece más accesible todavía. Hay un hilo conductor en este pensamiento. Ambos grupos tienen líderes que imponen conductas amistosas a partir de la ausencia de vedettismo.
Sencillos y geniales, Messi y Ginóbili se destacan por la doble condición humana y artística que, como si fuera una poda, deja al árbol muy compacto. Hay un hachazo a la vanidad que recorta las diferencias y en el afecto que eso despierta está el resorte de la comodidad de todos.
Se vienen dos mundiales para la Argentina. El básquet ya está en la transición que suele ser problemática. El fútbol va hacia la cresta de la ola. Pero en ambos deportes puede ponerse la firma de que no serán los factores externos, las vanidades y las soledades que otros deportes individuales imponen las que arrastren al fracaso y el desencanto de los hinchas.
Los líderes que no son positivos en el sentido de esta nota, enojan a los otros. Los dividen y los predisponen. En tiempos de famas insolentes y millones que bien podrían imponer conductas insufribles, los jugadores de estos grupos sustentan sus sueños en los valores cautivantes de la amistad y el respeto.
Hay un Diego en esta historia. La conformación de esos grupos y la mística de los seleccionados argentinos de todos los deportes abreva en el legendario Dios del fútbol. Aquel Dios noble y abierto a sus compañeros, como nunca se había visto antes, estableció una conducta que ya nadie puede sobrepasar sin quedar en evidencia.Diego Armando Maradona fue amado hasta el tuétano por todos los planteles que integró, aunque no podía evitar las distancias que se imponían desde afuera.
En el adentro, él era uno más. Adentro no solamente de una cancha. Adentro en la convivencia, en el avión, en el hotel, en el gesto eterno de preocuparse por los otros, más que por sí mismo. En la comprensión de las limitaciones de los que no eran tocados por el rayo de luz divina que a él le tocó en suerte –con todo lo demás, claro, porque el genio suelen no darlo gratis– y entonces no se registran en las películas de Maradona que todos guardamos en las retinas, reproches o enojo ante las limitaciones de los otros. Y después viene la fundación de la mística de los seleccionados. Para este periodista, el fundador es Diego. Cuando se ven a Las Leonas, a Los Pumas, a los de la Generación Dorada, o a cualquier otro seleccionado argentino, hay un plus de orgullo y emoción que a veces, como en lo que dice Pablo Prigioni cuando escucha el himno, aquella vibrante manera de cantarlo de Los Pumas en Francia, es la llave de tantas alegrías como las que se les debe.
Víctor Hugo