El domingo sin luz, opaco y húmedo de Buenos Aires pareció sumarse al castigo infligido en su día de más glorias pasadas a River y Boca. La indiferencia, que suele ser peor que el reproche, flotaba en la monotonía de una ciudad sin cantos, ausente la ofrenda colorida de los estadios, cuando la esperanza llama.
Los más fuertes equipos de la historia del fútbol argentino tuvieron un final débil en una temporada en la que el orgullo no recibió ningún estímulo. Alguna pequeña y liviana ilusión, en el caso de Boca, y en el de River, ni siquiera eso.
El equipo de Bianchi fue convocado a una mesa de candidatos en la que se sostuvo apenas y se fue en medio de los silencios de La Bombonera, en tardes de “esta vez sí” que culminaron con dudas cuyas aguas besaron las playas de Bianchi y Riquelme, dos intocables de estas décadas.
La paridad del campeonato fue un llamador para cualquiera y Boca, con poco, se subió al grupo de los que lo pelearon. Pero íntimamente era difícil creérselo. Nunca fue tanto como los otros, que no son otros que aquellos que definirán el campeonato el próximo domingo. Cuando pareció que ninguno se decidía a ser campeón, los xeneizes se colaron, más por los puntos que el resto perdía que por lo propio.
Y así anduvo algunas fechas. Frustrando varias veces la promesa de que con lo poco que ofrecía, era capaz de llevarse el torneo Nietos Recuperados. Pero cayó una y otra vez en el anonimato del quinto puesto, cada vez que la gente llegó al estadio, agitando las banderas con más fuerza.
UNA ESPECIE DE SINCERIDAD. River fue más sincero con su gente. No le mintió nunca y eso que, según los partidos que tuvo a su cargo este relator, hubo más actuaciones ponderables de los millonarios que de Boca. Lejos de cualquier sueño, el equipo de Ramón Díaz se quemó con las demoras iniciales para contar con sus cracks, a lesiones inoportunas y a un juego que fue pensado para bien, pero que por lo general terminó sin herir las defensas rivales, con arqueros que supieron de tardes generalmente tranquilas.
Sin suerte para armar equipos que el hincha aprende de memoria, siempre con variantes en las tres líneas, podrían encontrar por ese lado el consuelo de alguna explicación. Pero ni eso les salva de un balance con sabor a nada.
Fracaso no es la palabra. Frustración en todo caso. Las hinchadas terminan amándose a sí mismas, celebrándose porque son muchos y fieles, y si lo piensan bien, eso no es poco. Con un poco más de gol River y de fútbol Boca pueden estar en la animación formal del próximo torneo, así como ahora, entre los grandes, despertó San Lorenzo.
SER CAMPEÓN O SALIR CUARTO. El fútbol argentino permite que los torneos transcurran en medio de una saludable pero traumática paridad. Lo bueno es que, único caso en el mundo, cuatro equipos disputarán la ultima fecha con chances de dar la vuelta olímpica. Están a 90 minutos de ser campeones o cuartos en la tabla. Y eso es lo complicado. Entre la gloria y la pena, la distancia es una pelota en el palo, un penal mal cobrado, el error de un arquero.
Nada es tan fácil, como parece que será para la Selección el grupo que le tocó en buena suerte en el Mundial. Quizás para los aficionados es bueno que el sorteo se ofreciese de este modo. Sin embargo, será mucho tiempo el que se tarde en disfrutar de veras. Quince días sin nada para aplaudir especialmente, porque en el deporte, cuando las diferencias son evidentes, gozar cuesta más.
Boca y River podrán reprocharse mucho, pero ya no es como antes, cuando lo tenían todo. Planteles de 45 jugadores con los cuales la Reserva podía pelear campeonatos. Pero así es más lindo, de esta forma es más entretenido.
Compárese la fortaleza del torneo que terminó para River y Boca, con lo que habrá que esperar en junio para tener un partido como la gente.
Víctor Hugo