Fue una suerte para los relatores que Fernando Gago no convirtiese el gol.
¿Qué se podía decir si la pelota pasaba por encima de Sebastián Saja, y se convertía en el tercer gol de Boca? ¿Cómo describir la acción, adjetivarla y narrar al mismo tiempo la algarabía de las tribunas, con el acicate formidable que a la emoción imponen la lluvia y el esfuerzo dramático de los jugadores?
Gago, que jugó bajo una lluvia de aplausos y de voces que lo nombraban sólo a él, tiró una pared perfecta y se la devolvieron entre su cuerpo inclinado para asegurar el remate y el arquero que ya no tenía tiempo para nada, salvo para esperar que se la tirasen al cuerpo. Gago hizo todo bien: la técnica, la idea de cómo enfrentar la pelota fueron perfectas. Había que provocar la curva por encima del arquero en una línea que culminaba dentro del arco. Para no lanzarla sobre el travesaño, era preciso calcular muy bien la potencia del toque. Y lo hizo, pero el bueno de Saja dio un paso atrás, arqueó el cuerpo como para que los cuerpos en curva y la línea de la pelota, suscribieran la belleza que el fútbol puede ofrecer, y se quedó con el grito naciente del estadio. Atrapó el asombro y evitó el bochorno de los elogios que serían modestos para la genialidad de Gago.
Porque no se trataba solamente de un gol indescriptiblemente bello, sino de la culminación de una jornada total para el número cinco. El reparto del juego, la profundidad constante, la orientación a sus compañeros, las rabonitas, los tacos, las paredes, los cambios de frente, la influencia para que Boca fuera más que Racing desde el primero hasta el último minuto, hicieron del volante de Boca la figura excluyente del espectáculo y no fue porque el resto
fuese demasiado opaco. Jugaron un buen partido Jesús Méndez, Cristian Erbes, Pablo Ledesma, Juan Sánchez Miño y los laterales izquierdos, fuese Emanuel Insúa o fuese Nahuel Zarate. Pero el disfrute que Fernando Gago provocó, imponen las diferencias entre un valor de fuste internacional y la medida más apocada de los valores locales. Gago fortaleció además la autoestima de un Boca que de pronto, en el vaivén de los resultados, se encontró con que está en el grupo de élite del campeonato. Es verdad que Racing está más pobre que nunca en estos años. Los valores con los que cuenta no hacen un plantel jerárquico. La tabla dice lo que es. Valentín Viola, Luciano Vietto, Luis Ibáñez son buenos, pero el andamiaje general no convence. Y entonces, Boca hará bien en darle una dimensión acotada a su buena exhibición de ayer. Fue respetable su aporte, merecidísima su victoria, pero el otro también jugó para Boca. De todas formas, debe rescatarse algo muy positivo del equipo de Bianchi. La mentalidad con la que encaró el clásico desde el primer minuto fue la mejor que se le ha visto. Y que eso ocurriera después de una performance muy floja, de esas que ponen todo en duda en la exageración del periodismo que, de Boca, sólo puede vender colores fuertes porque lo gris no tiene gracia, es digno de subrayarse. Sin Gago, Boca sería uno más. Con Gago, es diferente. Y la ilusión de los hinchas que partieron saltando charcos y golpeándose con los paraguas, sin que nada los perturbara, felices y cantarines, se justifica.
Víctor Hugo