Dictadura en Uruguay: Las patas cortas de la mentira

 Hay cuatro episodios kafkianos en mi vida.

 Uno de ellos está referido a lo que publicaron en un libro del año pasado sobre cierta funcionalidad a la dictadura uruguaya. En los años de la dictadura fui prohibido y estuve preso.

 Nada de eso podía suceder sin la venia de las autoridades de entonces.

 La prohibición para entrar a los estadios fue naturalmente consensuada con el Gobierno y los dirigentes del fútbol. Cuando me levantaron la suspensión que pretendía ser para siempre, los conductores del fútbol renunciaron todos, sintiéndose traicionados por aquellos con los que habían acordado la decisión.

 Estos habían cedido a la presión popular y a las críticas internacionales (venían periodistas de otro países, Fernando Niembro entre ellos, para cubrir las trasmisiones a las que yo no podía acceder).

 No hay un aviso, una pregunta que me comprometa. Es fácil comprender el nivel de exposición que tenía entonces siendo el relator más popular del país. Por supuesto que había relaciones inevitables dado el lugar que ocupaba. Inauguraciones, campeonatos de fútbol, torneos en los que intervenían.

 En el Mundialito cambié la música oficial por una creación de un artista amigo (Beto Triunfo) que desalojó a la de los organizadores en el gusto de la gente.

 Encontronazos por motivos que iré contando en la antesala de la participación de muchísimos colegas uruguayos en la página. Notas ya enviadas y que significan un reconocimiento excepcional. Algunos que trabajaron conmigo saben que no hubo notas a autoridades del régimen.

 Y sobre todo, en el apogeo de la dictadura, me fui del Uruguay.

 Por encima de cualquier otra razón estaba el desgaste, el hecho de pensar que la próxima sería peor que el escenario de violencia armado para lo que parecía un partido más de los sesenta que jugábamos por año.

 Más adelante escribiré una nota sobre ese y los otros tres temas que, siendo de una forma, son presentados exactamente al revés.

 El otro día tomamos un tramo del libro, y a través del propio testimonio de un protagonista mencionado en el mismo, fue pulverizada la historia: la versión digna de Kafka.

 Vean el testimonio de Julio Filippini (ex delantero del club Defensor, y ahora contador) en «Luisito, de qué PLANETA viniste?»: http://goo.gl/KwvJA

 Hoy les pido que lean lo que testimonia para un libro de próxima aparición Jorge Crosa, otro de mis ex compañeros en radio Oriental a fines de la década del ´70 y quien se instaló conmigo en la década del ´80 en Buenos Aires para trabajar en las transmisiones de Sport ´80:

 (…) Jorge Crosa, integrante del equipo de radio Oriental que comandaba Víctor Hugo y quien luego fue durante 18 años jefe de deportes del diario «El País», hace una reconstrucción de la rebeldía que trataban de impulsar desde el micrófono: «El Mundialito fue, ciertamente, algo atípico en un pueblo acosado por el terror, la muerte, las desapariciones y el cercenamiento feroz a los seres pensantes. Una vez más, los de ‘pelo corto y tambor’ volvieron a equivocarse y feo. Uruguay estaba soportando una dictadura fiera en donde, en la calle, más de cuatro personas era motín y te llevaban preso, con cédula, con la credencial cívica o con la libreta de matrimonio. Ningún documento valía, típico de regímenes militares. Por lo tanto, la puesta en marcha del torneo, nos sorprendió en la medida que todo un estadio iba a juntarse, como nunca pensaron los dueños del país, contrariando la filosofía castrense de no permitir reuniones ni de cumpleaños. Pues bien, hecha la ley, hecha la trampa, se dice y lo comprobamos con un disco que reproducía una marchita militar. ‘Ésta es la música oficial del campeonato y debe ser irradiada siempre que se hable del Mundialito’, ordenaron. La recibimos, sonreímos, y claro, la escuchamos y nos pareció lo que era, horrible. Con sinceridad, si hubiese sido notable, tampoco la hubiésemos puesto al aire. Éramos rebeldes y esto, en el orden personal, me colmó. Víctor Hugo la escuchó y le pareció una bofetada al buen gusto y una tomadura de pelo de parte de los militares que, mediante la festiva marchita, querían dibujarle una sonrisa al pueblo uruguayo, en medio de una batalla intestina feroz. El título, sugestivo él, era ‘Con un sol y nueve franjas’, aludiendo a nuestra bandera. Ingeniosos, ¿no? Entonces sentimos que había que contrarrestar el golpe bajísimo. Antes de siquiera pensar en qué íbamos a hacer para no poner al aire eso, llegaron Alberto Triunfo y Roberto Da Silva, dos creadores musicales de primerísimo nivel de Uruguay que la rompen en materia de jingles y de campañas publicitarias, con su ingenio y talento. Contaban con el feliz valor agregado de que eran del palo nuestro,  además de amigos de verdad, de los que no te fallan por ningún motivo. Por lo tanto los escuchamos con  atención. Llegaron con un disco bajo el brazo. Lo escuchamos. ¡Notable, ya está, va ésta música, brillante Beto!, dijo Víctor Hugo entre abrazos y sonrisas. ¡Espectacular Roberto, ésta va o va…! Hablamos al toque con Daniel Romay, el director de la radio, y nos dijo ‘Está bien, pero la otra también la pasan, ¿estamos?’. Le contestamos que sí, pero internamente sabíamos que no. Nuestras transmisiones empezaban bien temprano, queríamos conquistar a la gente y ciertamente lo logramos. Mientras se iba llenando el estadio, nosotros invitábamos a la gente a entonar ésta canción de `Beto´ Triunfo y Da Silva. Cantábamos con ella al aire,  entre notas y reportajes, mientras el locutor Dardo Luis Gregores, con su particular estilo, vendía fichas y fichas de clientes, de fondo, se escuchaba siempre la canción nuestra. Cuando vimos que el Centenario estaba con las tribunas casi colmadas, empezamos, no recuerdo en cual partido, a pedirle al público que nos acompañara con la música y la letra de ‘Uruguay te queremos ver campeón’, tal el nombre del tema. Sabíamos que la gente estaba con la radio en Oriental y muy atenta a las emisiones, no digo valientes, para evitar la petulancia, pero si transgresoras. Siempre pegamos en el palo de la inteligencia del pelo corto y el tambor. Entonces se nos ocurrió que la gente cantara con nosotros, les marcábamos la letra y decíamos: ¡A ver gente uruguaya, querido pueblo uruguayo, a ver esa tribuna olímpica, aflojen con el mate y canten con nosotros: ’¡¡¡Uruguay te queremos, te queremos ver campeón,  porque en ésta tierra vive un pueblo con corazón, Uruguay, campeón, te queremos ver campeón!!!’ Y la gente cantaba. Así se fue dando el fenómeno de un estadio cantando a pleno el tema. Víctor Hugo venía escuchando y le costaba creer el clima que había en el estadio. Sonrió largamente,  se sintió muy feliz y  se sumó al coro, las banderas se mostraron por miles, la gente estaba contenta, a pesar del castigo de la dictadura, pero fue como un bálsamo, una terapia de grupo ¡de más de 40.000 personas! Fue tal el éxito, que, ni el director de la emisora, ni los gendarmes de turno, pudieron impedir la explosión de júbilo que se producía cada vez que convocábamos a cantar a nuestra gente. Lentamente, con una gran calidad, se empezó a entonar una consigna que nosotros no proponíamos a través del micrófono: ‘¡Se va a acabar, se va a acabar la dictadura militar!’. Bajito, como sonseando, el pueblo uruguayo empezó a expresar su rebeldía. Nos sentimos identificados y acompañamos  potenciando el audio de exteriores. Así lo vivimos y lo recordamos con orgullo.  Jamás olvidaremos a ése pueblo cantando desde las cuatro tribunas, en una explosión libertaria formidable (…) «.

Víctor Hugo