Hacía mucho tiempo que no defraudaban así

Se había generado una expectativa que se borró con tanto roce, corte, pases mal dados, cero ideas. El Millo tuvo algo más de fútbol. Boca pudo ganarlo al final. No lo merecieron ninguno de los dos.

grafico captura

Tanto se venía hablando, incluso desde hace varias semanas antes, de cómo sería el Superclásico.

Tanto fue que defraudaron cuando llegó la hora en que debían demostrar por qué debían merecer el tránsito por la gloria.
Hacía mucho tiempo que no se veía algo tan flojo. Que un partido que no tuviera material alguno para darle una continuidad mínima, lógica al relato. Un choque al que costara tanto seguirle el hilo, que fuera tan cortado, tan peleado como aburrido, con tantos momentos de pausa, con jugadores en el suelo, con protestas, miradas fieras, músculos irritados. Con pases al contrario o fuera de destino.

Hacía muchos partidos entre Boca y River en que los dos equipos no se anulaban mutuamente como anoche. Respeto, cuidado, falta de audacia. Un poco de cada cosa para construir uno de los clásicos más disputados, así como mediocres en su nivel futbolístico, que se recuerde. Un clásico con dientes apretados y pelota maltratada. Como hubo muchos en la historia, sí. Justamente aquellos que sólo quedarán en el recuerdo porque se trata de los clubes más populares. Pero nada más. Un espectáculo pésimo. Ni Boca ni River, ni fu ni fa.

Y encima contribuyó el árbitro que permitió un juego trabado, muy cortado, excesivamente violento. Silvio Trucco no ayudó ni un poco a que el juego pueda ser, al menos, algo más ágil. El hombre retaceó varias tarjetas que no hubieran tenido discusión, especialmente para algunos jugadores de River como Leonardo Vangioni, el mellizo Funes Mori, o el mismísmo Leo Ponzio, quien en su afán de convertirse en el adalid de esa zona caliente y demasiado transitada que fue la mitad de la cancha, en su objetivo de marcar presencia, metió siempre un poco más de la cuenta y estuvo cerca de irse a ducharse antes de tiempo.

POBRE Y PAREJO

Las vicisitudes que pasaron ambos equipos en los tiempos recientes habían generado expectativas que acrecientan el sabor amargo que dejó el espectáculo. Los dos equipos cometieron sus respectivos pecados. Boca no pudo hacer la diferencia que hubiera deseado en la posibilidad de jugar en su propio terreno. Fundamentalmente, porque adoleció de claridad. Porque Fernando Gago, su jugador más fino, está desplazado en la cancha respecto de su posición tradicional, sufre ese cambio, juega como si estuviera descolocado, no acierta a encontrar los espacios. Pero también porque ahí en el sector de gestación, Cristian Erbes y César Meli dejan el alma sobre el rival, pero no se les puede pedir que ellos sean los que se pongan futbolísticamente el equipo al hombro, que simplifiquen el juego en medio de la tensión de una final puro músculo como la de anoche. Y el otro que sabe, Jonathan Calleri, no apareció sino en chispazos que no prendieron el fuego que se le imploraba. Entonces, Andrés Chávez fue el único que demostró tener algo de picante, que logró plasmar alguna amenaza, especialmente en la zona derecha de la defensa rival.

Y si bien fue River el que expuso el escaso fútbol que se vio en la noche de La Bombonera, que se mostró un poco más afinado, sigue estando a años luz del Millo deslumbrante que era hasta hace poco, cuando todavía no se le habían caído encima los problemas del cansancio físico y mental. Leonardo Pisculichi, el eje del que tanto depende este equipo tan bien plantado por Marcelo Gallardo, en la ocasión solamente pudo meter una pelota interesante, con estilo, en todo su partido. Una sesión deliciosa, que Simeone no capitalizó porque hasta él se soprendió de la profundidad del pase. Y Teo Gutiérrez siempre jugó lejos, lejísimo, del área rival.

Pero, típico de estos superclásicos, el que estuvo a punto de ganarlo en ese final que pareció levantar un poco la escasa emoción fue Boca. Restaban apenas unos pocos segundos y Gago pudo cabecear en el área rival, elevándose con potencia y metiendo el testazo. Aunque lo hizo a las manos de Marcelo Barovero, un arquero usualmente bien ubicado. Y encima el envío fue justo al centro de su arco.

Sólo en ese tiro del final, el xeneize pareció encontrar la ruta para llegar a la victoria. Demasiado tarde, aunque Boca pudo ganarlo allí, pero en el juego no había desplegado las razones para hacerlo.