En pugna por los ídolos

 

River y Boca encarnan la discordia en estos días. Los hinchas discrepan con el manejo del poder que tienen, sobre todo, ambos clubes. Deciden, los hinchas, que Riquelme, Cavenaghi y Domínguez son más valiosos que los directivos y a fuerza de banderazos, llamados a las radios y actividad en las redes sociales, se pronuncian sin claroscuros por los que les dan felicidad y no por los que parecen trabarla.

Más allá de las razones de los directivos, lo que se advierte es que la gratitud puede más que los propios rendimientos, edades y niveles contractuales de los afectados.

En Boca cuesta entender qué sucedió con Román. ¿Es que se lleva mal con Falcioni y aquel episodio de Venezuela es insuperable para él? ¿El fastidio es con Angelici, al que ve como heredero de Macri con quien tuvo una relación tortuosa? ¿El presidente de Boca le hizo saber que tampoco lo quiere? ¿O lo infiere Román de aquella oposición de Angelici a la firma de un contrato largo, en los tiempos de Ameal? O sencillamente se hartó de la súper exigencia a la que se ve sometido y lo ha ganado para sí la diosa sensualidad, la que mengua el espíritu batallador de los héroes? ¿Es que anhela otra atmósfera, otro cielo para el final de su carrera? ¿Hubo en el camino alguna oferta? ¿En tal caso, Román pasa factura a los que lo han molestado y hace las valijas tomando esos antecedentes como pretextos?
Lo interesante a observar en Boca es que, aun aquellos para los que Riquelme sólo tiene buenos partidos, pero su promedio es bajo, desean que Riquelme no se vaya. O que no se vaya «así», que viene a ser lo mismo. Las tribulaciones de Angelici son imaginables. La famosa mirada que le aplicó a Riquelme como si fuera un laser dañino hizo entrada con la frialdad de un puñal, en aquel retorno amargo de Brasil. ¿Hay algo del patrón de estancia en el presidente de Boca que ofende a un rebeldón como Román? ¿Por qué Angelici denunció su disgusto, el que fuera, publicándolo a través de una cámara a la que sabe ávida de escándalos? Es tan particular el poder de los ídolos que la llave para destrabar el conflicto la tiene el jugador, y no son Angelici o Falcioni otra cosa que víctimas a futuro del enojo que, sin decir nada, de taquito, como sus grandes jugadas, Riquelme les aseguró para cualquier atardecer dominguero en el que Boca este perdiendo un partido.
También en una cripta se desarrolla el affaire de Passarella con Cavenaghi y Domínguez. ¿Qué paso allí? ¿Almeyda es quien no los quiere y obliga al presidente a optar? Passarella los considera caros? ¿Los jugadores son incompatibles con otros integrantes del plantel? La denuncia en Internet de lo ganado por los futbolistas resultó vinagre sobre la herida. La discreción parece una buena consejera siempre, pero la indignación de alguien le jugó una mala pasada a Passarella. ¿O, solapado, fue él quien previno a la gente con un dato que la verdad estaba precisando? Claro que no es la misma pena la que promueven dos jugadores que lo dieron todo a cambio de nada, como se pensaba, que quienes ganaron un dinero interesante que no había trascendido. Escapa al cronista si Cave y el Chori coquetearon demasiado con el altruismo que se les atribuía. Si exageraron la nota, hubo demagogia. Pero si ellos no habían especulado con el asunto, y les aplicaron esa multa tan sólo por el reclamo de los hinchas, fueron víctimas de un chantaje.
Todo esto podría aclararlo Passarella. El asunto se presta para una charla con la prensa con agenda cerrada. El temor, lógico de las conferencias abiertas, asiste a cualquiera porque el personaje no sabe por dónde le van a salir. Pero cuando puede elegirse un tema y blindarlo, puede ser conveniente afrontar el desafío. River –pero más Passarella– lo están necesitando. No es bueno para nadie, después de haber sido tan grande en el corazón de los hinchas, convertirse en destinatario de tanto malhumor.
Víctor Hugo