En Boedo, la felicidad no tiene fin… por ahora

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Los hinchas del Ciclón se fueron contentos, a pesar de la derrota. Están dulces por la obtención de la Libertadores. De los grandes sólo los acompañan los del Millonario, que juegan muy bien y golean.

Foto: fotobaires

Dulce todavía con su Copa Libertadores, un viejo anhelo, San Lorenzo puede sobrellevar una derrota en su campo y que la gente se vaya a casa sin reproches. Las grandes  conquistas amortiguan caídas como las de estos primeros partidos. Entonces el crédito es más amplio, la paciencia gana terreno y la comprensión de los hechos adquiere una lucidez que permite entender mejor un resultado adverso.
¿Se traslada eso a la cancha? Los jugadores del “CASLA”, dejaron pasar todo el primer tiempo con la cabeza en otra parte, eso fue evidente. Y cuando empezó el complemento, se encontraron en desventaja casi de inmediato, lo cual les cambió la cabeza. Fue precisamente en ese momento cuando sintieron que era el de marcar tarjeta y empezar el trabajo. Comprendieron que debían pisar el terreno y empezar a jugar, que debían, por fin, llegar al Nuevo Gasómetro.  El espectáculo, que había sido aceptable hasta entonces, llegó a una etapa superadora porque Banfield siguió jugando muy por encima de lo esperado. El público también empezó a descubrir al adversario. Al equipo y a sus jugadores. A Walter Erviti lo conocía, y lo silbó, pero no lo padeció demasiado. Por el contrario, los desconocidos de siempre fueron los que empezaron a ser un problema muy serio, empezando por el ecuatoriano Juan Cazares, que dio un verdadero show.
Y también se dio cuenta rápido de que no era cuestión de individualidades solamente.
Matías Almeyda puede estar bien conforme con el equipo que tiene, una formación muy interesante, pletórica de ideas y con una evidente adhesión al juego prolijo y el esfuerzo sin pausas. Así que, cuando San Lorenzo se puso las pilas porque iba perdiendo, el fútbol del Nuevo Gasómetro superó las marcas esperadas. El ida y vuelta, los goles perdidos por los dos equipos, las contras cada vez mas punzantes de Banfield, la sensación de que podía pasar cualquier cosa, el empate o el 2-0, la tarea del colombiano Cazares y la de Juan Cavalaro, consolidaron la buena nota que mereció el partido.
Al final, un gol prodigioso del ecuatoriano liquidó el pleito e hizo justicia. Porque si bien el empate de San Lorenzo no era para poner el grito en el cielo, el festejo del Taladro del Sur era lo más justo.
El Pelado Almeyda tiene tres delanteros y los marcadores de punta del rival tienen faja de clausura. Hay que ir por el medio y Nicolás Domingo arma un embudo por el que no pasa cualquiera. Hay mucho filtro en esa muy valiosa mitad de la cancha. Porque cuando Banfield  tiene la pelota, la juega bien, invariablemente, como una marca en el orillo de los equipos con que del ex volante de River logró el ascenso como entrenador, y que también puso al verdiblanco en Primera. San Lorenzo fue menos en esos rubros, pero Mercier y Ortigoza pueden disimular las estentóreas ausencias de Héctor Villalba y el Pitu Barrientos, generar por su cuenta y orden una esperanza latente que solamente se quebró cuando el bueno de Cazares metió su tremendo gol.
De tal manera que, como por ahora la situación está dentro de lo manejable, hasta el hincha de los Santos manejó el humor de un domingo frustrado demasiado temprano. Con la Copa Libertadores en casa, las horas que sobraron desde la media tarde, no fueron insoportables.
Como dijo un hincha que bajaba con el cronista las escaleras sin fin del Nuevo Gasómetro: “Nos ganaron bien pero no me calienta”. Y agregó, tras una leve pausa: “Todavía”.

Y LOS DEMÁS… Distinta es la realidad de los otros denominados grandes. Porque no tienen mucha paciencia: la nueva derrota de Boca fue en realidad un golpe de nocaut, uno nuevo que debe soportar el equipo de Carlos Bianchi. Porque las derrotas en contra son recurrentes: Independiente se ilusionó en el regreso a Primera pero tras dos caídas consecutivas (la última por goleada), parece haber puesto los pies sobre la tierra y eso, a vez, es reconocer una dolorosa realidad. Porque se quiebrala esperanza: en eso de darse de bruces con la realidad puede hablar muy bien Racing al que Tigre le dio una paliza que es difícil reubicar en el tiempo.
O porque se reencontró con su mejor versión: River, como lo decíamos hace tan solo una semana, tiene un técnico que pegó el volantazo a tiempo y que puso las cosas en su lugar en tiempo récord, y un equipo que le permite al Muñeco Gallardo poder lucirse y generar el goce y la ilusión de una hinchada exigente como ninguna otra.

Víctor Hugo