El tiempo de los sueños

Londres es hoy. La ceremonia, a las 17 (hora argentina) pondrá en marcha los 30º Juegos Olímpicos de la era moderna. Expectativas de una fiesta inolvidable.

Esta tarde dan una película de Danny Boyle, el de Trainspotting. Como en Beijing fuera Zhang Yimou, el de Sorgo rojo, en Londres, un gran director de cine es el responsable de la inauguración del tiempo de los sueños y de las lágrimas. Deportistas de más de 200 países elevarán sus ojos al cielo en la fiesta de las banderas, las luces psicodélicas, los fuegos de artificio y los atletas que atraviesan los estadios como los superhéroes voladores. En una cabina del estadio, como un cirujano que se prepara para salvar una vida, asistido por el instrumental de la tecnología más avanzada, Boyle, dirá «en el aire». En el aire, es en el mundo entero. Y el que saluda es Paul McCartney. «Hola mundo», dirá a las cinco de la tarde, hora de Argentina. Y una emoción como la de la primera vez frente al mar o una montaña nevada sacudirá la tierra. Para Paul, habrá pasado ya el ajetreo periodístico de esta semana en la que apostó fuertemente contra el técnico Pearce de la selección inglesa, al que acusó de idiota por dejar afuera del equipo a Beckham.

Ya estará en marcha lo que empezó hace dos días con las chicas del fútbol y prosiguió ayer con los muchachos entre los que fueron noticia la derrota de España contra Japón y el triunfo de Uruguay ante Emiratos Árabes. Nada se sabe aún de lo que va a suceder después de Paul. La ceremonia no dejó caer demasiados secretos. Tal vez sea cierto que en las imágenes van a hacer aparecer la campiña y que harán pasar el Támesis virtualmente po el medio del estadio.
Será un descubrimiento cada minuto del primer acto de Stratford. En las instalaciones más inclinadas a la funcionalidad que al deslumbramiento, aprobadas desde hace meses, acaso porque los cambios no fueron significativos. Sesenta mil personas creerán que no menos de 5000 millones las estarán envidiando. Ciento treinta y siete argentinos caminarán, como se estila, mirando a las tribunas con gesto de no me lo puedo creer, y pensarán en su familia, en si los están tomando las cámaras justo en ese momento en que mueven sus manos en el saludo anticipadamente nostálgico. En Marruecos, una campeona de los 1500 metros llorará en el living de su casa, pensando en que podría estar allí, y un dóping descubierto hace poco la convirtió en la primera ausente por ese motivo. Y en Grecia ocurrirá lo mismo con una jovencita de nombre Paraskevi, a la que por decir que «con tantos africanos en Grecia, los mosquitos del Nilo al menos tendrán comida casera».
Ya tienen anécdotas los Juegos Olímpicos de 2012. Bien diferentes, desde ya, a lo que sucedió hace 104 años cuando un humilde pastelero italiano, aquí mismo, en Londres, fue descalificado por algo mucho más conmovedor: corrió de atrás a los líderes, los alcanzó a la entrada del estadio, dio la vuelta a la pista y unos pocos metros antes de la llegada se cayó, vencido por el cansancio. Entonces, los propios jueces lo tomaron por las axilas y lo ayudaron a cruzar la meta. Y a 20 centímetros más allá de la línea, lo cargaron hasta el hospital más próximo. Pero luego le quitaron la medalla de oro y se la dieron  a un estadounidense. Conmovida, la reina Alejandra le dio una copa de plata.
Nada queda de aquello. Se evaporaron los sueños del amateurismo y se cruzan en las escaleras de los Juegos Olímpicos muchachos tan pobres como Dorando y otros con más dinero que Alejandra. Pensar que a Thorpe le quitaron sus medallas como si fuese un delincuente porque había recibido un pago de menos de 100 dólares en otro deporte, y se las devolvieron a su familia más de medio siglo después.
Esa es quizás la verdadera película de los juegos. Lo que va de ayer a hoy. De aquellos juegos que duraban varios meses, que tuvieron un solo representante de la Argentina que ni siquiera había nacido en el país, sino en Río, y competía, Horacio Tertuliano Torromé, en patinaje sobre hielo.
Miles de policías estarán tan atentos y preocupados como Boyle mientras hace su apertura de película. Son los que están allí para evitar que la historia sea de terror. Igual que los especialistas en misiles, mirando el cielo, pero no para apreciar los fuegos de la fiesta, sino para lanzarlos contra el primer objeto volador extraño que atraviese la atmosfera más allá de lo permitido.
Hora cero a las cinco de la tarde de Argentina. Cada minuto traerá de aquí al 12 de agosto tantas novedades, hazañas y desconsuelo como ahora no somos capaces de imaginar. Cuando Boyle apague su última cámara, todo habrá empezado de verdad.  «