En Japón, el Millonario se aferra a la ilusión de una hazaña ante al Barça, o la constatación de una superioridad de los catalanes que pueda celebrarse en el mundo. También habló de lo que sucede en AFA.
Si estará blindado el mundo del fútbol que ni siquiera la troika de Clarín-Cambiemos-Poder Judicial parece tener un acceso que defina el sainete de la cúpula de la AFA. La troika, en el decir de la economista Julia Strada, voltea lo que se le cruza en el camino como si se tratara de una topadora a la que se le trabó el cambio, pero a la calle Viamonte, no entra.
Y River se juega la semana más intensa del año, pero no solamente en los esperados partidos del Mundial de Clubes, sino también en la carrera contra los plazos que establece la Asociación del Fútbol Argentino actual, condenando a sus dirigentes a votar o a alentar al equipo en el continente amarillo. Y ese voto parece crucial en el apretado juego electoral en el que se desplazan las ambiciones de los viejos caciques y la nueva ola, representados, respectivamente por Luis Segura y Marcelo Hugo Tinelli. Es decir que la cuestión del futuro de la AFA, le hace una zancadilla al deseo millonario de disfrutar del partido y después incidir, o no, en la elección del presidente de la casa del fútbol, asunto que no parece ser una cuestión de amor propio sino, una pugna de intereses inescrutable para los que miran de afuera.
Es tan curioso el proceso que las incursiones de la política, por iniciativa propia o por la búsqueda desde adentro de la AFA, han llevado más confusión que otra cosa. Uno de los editorialistas del diario La Nación llego a escribir que el mismísimo Mauricio Macri le temía a Tinelli porque éste podía enviarle barras bravas el día que asumiera. Cuando se llega a ese nivel del disparate, es imposible que alguien entienda lo que sucede allí, cuáles son las corrientes que se cruzan como las aguas calientes y las frías en el mar.
Una cruzada Millonaria. Pero al fútbol siempre lo salva el futbol y la expectativa de River en Japón paraliza la última quincena del año. La ilusión de una hazaña frente al Barcelona, o la constatación de una superioridad de los catalanes que pueda celebrarse en el mundo contrera que el fútbol siempre tiene.
River llega preguntándose quién es, porque el que partió a Japón ya no era el producto auténtico que había generado Marcelo Gallardo durante el primer año. River no está en la cresta de la ola de sus posibilidades. Ha perdido jugadores, y viene de un bajón que no le permitió obtener una Sudamericana más ganable que aquella con la que dio el último gran examen en el 2014.
A su vez el Barcelona produce un embrujo fatal no sólo entre los espectadores sino en quienes los enfrentan. Dentro de la cancha todos los equipos parecen menos de lo que son cuando están frente a frente los Leonel Messi, Andrés Iniesta, Luis Suarez, Neymar, Dani Alvez, Javier Mascherano, Gerard Pique, Sergio Busquets, y todos los demás. El juego del Barça los asusta con algo peor que la derrota inexorable. La sensación de ridículo, ése del que en la plaza corre entre cinco amigos que se pasan la pelota sin permitir que la toque.
Los rivales del Barcelona se parecen a un torero desorientado porque se le va la capa en los cuernos del toro. Las manos vacías, como los pies vacíos de pelota, tocándola durante 20 minutos de los 90, si se consideran los tiros de arco y las demoras en algún tiro libre. La crueldad de la desigualdad del mundo se expresa menos rotundamente en el fútbol, pero el Barcelona es la peor amenaza para convertirse en la metáfora de la vida misma.
De veras, sólo el futbol puede darle sentido a una lucha que enfrenta a quienes han podido concentrar inmensas riquezas con aquellos que abren sus venas cada temporada para concederles más riquezas. Por mucho menos, se matan en la AFA. Piénselo.