El infierno estuvo encantador

Independiente se llevó el primer clásico tras su regreso a Primera y desató el gran festejo. Pero la felicidad no debería tapar el bosque: ganó con ardor pero con escaso fútbol. Claro que Racing no fue más.

el infierno estuvo encantador

Al final resultó un verdadero domingo al rojo vivo. El infierno estuvo encantador y a Independiente todo le salió redondito.
Una victoria que de fútbol mejor no hablar, pero que de motivación tiene el valor de un manijazo enorme dado en un motor que recién arranca. Se trató de un triunfo logrado en medio de zozobras defensivas, de algún chispazo de contra, de artimañas de las más variadas, y de un despliegue siempre confuso pero respetable, sobre todo desde el aspecto emocional.
Porque empezó perdiendo el Rojo porque la defensa jugó a nada, o sea que no lo hizo ni al offside ni a la espera, a nada, hasta dejarlo a Diego Milito con un gol servido que el goleador tomó con cierta delicadeza en la definición. Pero un rato después, empató con un centro que Racing miró con la curiosidad que provoca un plato volador pasando por el área y porque el árbitro Fernando Rapallini apeló al manual de las convenciones más arcaicas en el arte de sacar partidos. Una plancha a la pelota de Milito que iniciaba una contra para el segundo gol, el juez la convirtió en un tiro libre al revés. El arquero Sebastián Saja y sus defensores hicieron el resto para que Sebastián Penco encontrase un gol caído del cielo.
Pasaron menos de 120 segundos para que el partido tuviera otro ganador. Una nueva pelota llovida sobre al área que Saja no supo resolver como debería y un nuevo gol de Independiente. En solamente dos minutos, el partido daba una vuelta en el aire fresco y grato de la tarde para sellar un resultado que nada ni nadie habría de cambiar. Ni los penales, porque no se cobraron con un juez con grandes errores, ni las clarísimas chances que tuvieron tanto Gabriel Hauche como Sebastián Penco, porque serían desperdiciadas de una manera que cuesta entender en delanteros con cierto predicamento como ellos.
DE IDAS Y VUELTAS. Así fue que luego empujó Racing, defendió Independiente. Se hizo, en realidad, un partido emocionante, y en ese punto radico su salvación, porque cabe reconocer que sin fútbol pero con entrega inclaudicable hicieron un espectáculo que mantuvo a la gente en vilo. Fue mejor Racing, pero ya que dicen que el Mago era académico, “anda a cantarle a Gardel…”
Tomado ahora como si fuera un punto de partida, puede ser que a los muchachos de Diego Cocca les vaya mejor que a los de Almirón, pero al Rojo nadie le quita lo bailado. Iván Pillud, Gastón Díaz, Leandro Crimi y sobre todo Ezequiel Videla tuvieron  actuaciones que  avalaron el derecho al empate, por lo menos. Independiente, resignado a defender durante largos pasajes finales del encuentro, careció de aportes especiales, pero supo abroquelarse y aguantar, sin desestimar a Cristian Tula (aunque debió ser expulsado por un codazo que vio todo el mundo,e inclusivo el referée, aunque increíblemente no le mostró lo único que cabía: la tarjeta roja), a Víctor Cuesta, que no solamente sacó todo sino que casi mete el tercero con un gran cabezazo abajo y a un palo, al discontinuo pero encarador Rodrigo Gómez, y al orden que intentó Franco Bellocq con Federico Mancuello.

TARDE GRIS A PESAR DEL SOL. No hay mucho para reprochar tampoco. Era un clásico, con escasez de figuras, con demasiada presión y jugado a lo único que pareció importarles, que era, antes que nada, evitar la derrota. Del discurso al hecho, una distancia que invita a ser más cautelosas las declaraciones para evitar que a alguno le tiren con el epíteto de versero. Y no mucho más que eso porque en estos capítulos, al fútbol lo salvan las tribunas, el colorido, una cierta locura y lo que se recuerda es con quién estaba uno aquella tarde en la que se ganó tal clásico.
Sería sorprendente que uno de los dos equipos, sobre todo el vencedor de ayer, estuviera en la conversación final del campeonato, cuando empiecen las compras de los turrones y los arbolitos. La Navidad que prometen uno y el otro de Avellaneda es modesta, con una luz tenue, y una esperanza que viaja al año siguiente.
Por ese eclipse de las expectativas es que lo de ayer pesa más. El festejo de unos gritando frente a la cabecera de la calle Alsina y la tristeza desparramada por los sectores donde se quedaron sentados los jugadores de Racing hay que entenderla de ese modo. Lo mejor y lo peor que pueda sucederles es un asunto a dirimir entre ellos.