El deporte como igualador

 

A medida que avanzan las horas, se aprende más sobre el imponente negocio de los Juegos. Los atletas y los periodistas comienzan a experimentar la sensación desencantadora de lo prohibido.

Los competidores ya saben que si van a andar fotografiando a colegas deben pedirles su acuerdo para lanzarse a la cibernética exposición de sus rostros. Y los periodistas mascullan su fastidio cuando les hablan de los derechos en el marco del formidable poder de los sponsors. Estos han pagado fortunas, pero los recortes de lo que deben pagar dan vueltas en sus cabezas ante cualquier descuido de las autoridades. La NBC ha pagado 1200 millones, un poco más de la mitad de lo que este 2 de agosto será el alivio definitivo para la Argentina al quitarse de encima los Boden 2012.
¿Se dan cuenta? Un país debe afrontar con singular entereza una deuda que ni siquiera fue contraída por quienes la pagan. Será una fiesta el anuncio, se piensa a la distancia. Pues bien: una cadena americana paga por la exclusividad de las imágenes un poco más de la mitad del Boden.
¿No es una locura? Imagine, entonces, el lector, lo que son los organizadores impidiendo que periodistas, pero ni siquiera espectadores, puedan ver publicadas las fotos de los Juegos. Un periodista de los que tiene su acreditación inobjetable tampoco puede hacer aquello que no le esté expresamente permitido.

II
Nalbandian no parece enlazado a estos análisis. Saca cuentas en cambio de sus chances. No sería extraño que, si piensa en el retiro pronto, lo quiera hacer con algo grande, más ajustado a su trayectoria que a la despedida de Wimbledon, aquí cerca de donde ahora aguardará con evidente codicia el comienzo de su actividad.
El cronista, mientras como miles de personas de los 205 países participantes saluda desde una orilla del Támesis a los que pasean en los barcos, piensa que no una es una idea descabellada apostarle a un grande como él. Nalbandian siempre hace ruido, además. Es un atleta que por donde desplaza su figura, el acoso es instantáneo.

III
No es el problema de Federico Molinari, que está llegando hoy. Como la mayoría de los casi 10.500 deportistas, Federico llega con el sueño de un diploma, en todo caso. Sabe que no hay medallas para él. O quizás cree que sí, vaya uno a saber. Pero la alegría de estar casi compensa para el competidor de anillas, tantos sacrificios. Para su club, el San Jorge de Santa Fe, tenerlo en Londres es el mejor premio a 100 años que cumple en estos meses.
¿Puede haber algo mejor? Cien años sirviendo al deporte y a la comunidad y los Juegos Olímpicos reciben a un hijo de la casa.

IV
Por tercera vez Londres recibe los Juegos y es la segunda ocasión en la que asiste al paso de la antorcha olímpica. En 1948, cuando el medallero ofreció la zafra más generosa para la bandera albiceleste, la llama fue menos promocionada que ahora, cuando hasta en subte, simbólico paseo en el más viejo de los servicios metropolitanos del mundo, ha sido llevada por los más calificados deportistas, algunos de ellos tan famosos que no parecen ajustados al ideal olímpico.
Bueno, pero eso cambió. Cuando en 1908, Londres era la ciudad más grande del mundo, insólitamente con la misma cantidad de habitantes que ahora –7 millones y medio–, un atleta que cobrase un pound, un peso, una lira, una peseta, era humillado como un militar deshonrado, y le quitaban todas las medallas.
Hoy día no es así. Conviven sin  traumas los millonarios del tenis o del básquet con los remeros, los gimnastas y tantos otros que con el deporte como igualador incomparable, no se sienten ni más ni menos que nadie. El ideal olímpico, aun en un mundo de tradiciones, tiende a hacerse realidad una vez más.

 

Víctor Hugo