La «personalidad» de un líder decía un aviso de hace algunos años. El cronista no recuerda cuál era el producto, pero la frase quedó y le viene bien a Boca. Al de ayer. A este de Falcioni, que fue suyo como pocas veces. Ante Independiente, jugó su mejor partido del torneo, a lo que, mérito del Rojo, lo obligó su propio rival.
Si el Xeneize no jugaba bien, marchaba, porque esta vez el de Avellaneda salió con una confianza y un fútbol que sorprendió. Nunca menos y, a veces más que Boca, declinando recién en los diez finales del primer tiempo, cuando el empate ya era una respuesta atinada de la justicia. Pero Boca, salvo unos errores defensivos propios y los que promovió la habilidad de Ferreyra, respondió con su mejor juego del último tiempo. Y lo consiguió a partir de los aciertos de Falcioni al integrar el equipo.
A la tarde de gris bajo y espeso, le ganó el partido. A los pocos minutos ya se habían contabilizado ocasiones de gol y la emoción no decaería. Hubo baches, pero la ruta de fútbol que ambos eligieron fue la correcta. Prolijidad en el trato, infracciones no frecuentes, continuidad al extremo de que nada hubo que adicionar en el primer tiempo y al final sólo los tres minutos de rutina. Ni un segundo más, porque no hubo pérdidas de tiempo, sino deseos de jugar. Y el espectáculo se redondeó con goles que llegaron oportunamente para sostenerlo. La jugada previa al primero del Rojo fue una postura dibujada con la estilográfica del Malevo. El cabezazo de Silva fue imponente en la conquista del empate. Después lo de Sanchez Miño vino muy bien para que esa prematura alegría auspiciara la dinámica y la ansiedad con la que se bañó el segundo tiempo. Una jugada con derrame que influyó en el desarrollo, porque Boca no capitalizó su marcada superioridad de ese tramo y el Rojo mantuvo esperanzas hasta el último instante. Todo lo que le venía faltando a Boca, aquello que se le recriminaba aun si la cosecha de puntos era buena, apareció ayer. La integración equilibrada, las respuestas individuales de todos, pero especialmente Rivero, Somoza, Ervitti y Sánchez Miño, dibujaron otro perfil.
Caminando entre los hinchas, el cronista advirtió la falta que les hacía a los auriazules convencer a su gente. La pobreza franciscana que mostraba hasta ayer, hizo aun más elocuente la superación. Porque hay que decir que no fue el gran partido de Boca. Fue una buena recuperación de atributos que parecían perdidos. Falcioni tuvo que ver. En un mundo donde casi nadie mete mano en los equipos que ganan, él jugó las piezas con buen criterio. Tuvo osadía que mereció elogios aun antes del juego. Los que habilitan al periodista a fundamentar que los técnicos están para algo más que decirles a sus jugadores: ustedes hagan lo que saben.
Independiente esta en el círculo del infierno de las almas en pena, buscando una felicidad perdida, vagando por un cielo sin sol, como el de ayer. El pecado que haya cometido, el que sea, parecería que está saldado ante tanta desventura. Si se acuerda más seguido de lo que ofreció en la primera media hora, aún puede salvarse.
Víctor Hugo