Era un partido mediocre, sin jugadas de peligro. No pasaba nada, pero Bou y Romero se inspiraron con definiciones fabulosas y torcieron el curso del partido. La categoría de estos dos jugadores le dieron a Racing el primer chico, pero todavía queda la revancha del domingo para convalidar el resultado.

Era un partido parejo, pero Racing tiene jugadores con esa habilitad necesaria para poder romper el molde. Gustavo Bou y Oscar Romero son capaces de romper con un encuentro equilibrado, con goles y un fútbol de calidad que excede lo que se estaba viendo ayer en Avellaneda. La categoría de estos jóvenes fue lo que salvó al clásico de la mediocridad general en la que se venía hundiendo el espectáculo.
Los dos equipos jugaban a tocar para los costados y no lograban ser profundos. Incluso, en varias oportunidades, optaron por tocar hacia atrás para comenzar con otra jugada que se diluía antes de que pudieran llegar con peligro al arco rival. En esto estaban y no pasaba absolutamente nada. La tribuna roja, el cielo celeste, el sol abrumador y el partido tan parejo que hacía pensar que así seguiría para siempre. Pero en cuanto Bou jugó de espaldas al arco y al girar superó a Hernán Pellerano y a Víctor Cuesta en una sola acción, en un solo enganche, logró poner el 1 a 0 que pareció definitivo. Sin embargo, era nada más que el principio.

Bou, que había logrado un anticipo estupendo al enfrentarse con la pelota ante Marcos Acuña, tuvo su corolario cuando Oscar Romero recibió, como consecuencia de un error defensivo, también de espaldas al arco y le bastó con girar para meter un remate inolvidable, abajo, al caño izquierdo, que pegó en éste y pasó por detrás del Ruso Rodríguez.

Este segundo gol, además, fue convertido por el 10, cuando ya estaba lesionado y luego de que él mismo hubiera pedido retrasar unos minutos el cambio que había aceptado dolorido un rato antes. Romero creyó que le quedaría una jugada, una chance más, y así fue. Aquella jugada del futbolista de Racing fue definitivamente la última suya y también del partido, porque el 2 a 0 fue lo último destacable que se vio en Avellaneda. Y eso que todavía faltaban unos minutos de la primera parte y todo el segundo tiempo.

Tan poco pasó en los últimos 45 que lo único que alteró la monotonía generalizada fue la expulsión del Torito Rodríguez. A los 5 minutos del complemento, el uruguayo terminó siendo expulsado por una plancha descalificadora contra Bou y entonces, con un jugador más en cancha y dos goles de ventaja, se podría haber pensado que Racing tendría servido en bandeja un resultado más abultado del que hasta ahí tenía.

Gastando el tiempo
Pero no, como el equipo de Diego Cocca siguió tocando para los costados y para atrás, quedó en evidencia que apostó a que siguieran pasando los minutos, mientras que Independiente se hundía en una absoluta impotencia.

En ese trámite no hubo ya nunca más una sensación de goleada de Racing o de descuento de Independiente. Lo que quedó muy claro fue que en el clásico sólo hubo dos jugadas, dos acciones, dos jugadores que fueron lo único inolvidable en un partido que tenía destino de olvido.

Quedan incógnitas para la revancha. Queda por saber qué pasará el domingo en el Cilindro, si los roles se invertirán, si los jugadores de Racing continúan tan inspirados como ayer y sobre todo si Independiente tiene algo más para ofrecer.

Ayer el Rojo quedó en deuda con su gente, sobre todo por la escasa eficacia para dar vuelta el resultado, o por lo menos para mostrar que contaba con armas francas para intentarlo. Serán 90 minutos que se vivirán toda la semana con ansiedad y que se espera, cuando la pelota empiece a rodar, entreguen un poco más de fútbol que lo que vimos ayer. Los dos están en condiciones de ofrecerlo, ojalá no sean mezquinos.