Domingo para comprar garrapiñada y gozar del fútbol

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 Fue poco después del mediodía del domingo gris que el mundo se volvió rojo y loco. Independiente había logrado un triunfo crucial y merecido frente a San Martin de San Juan. Ambos equipos merecieron el descenso en la primera media hora. Pero dejaron la sensación de que no deberían irse de la liga grande en el resto del tenso y motivante partido que ofrecieron. Hubo en esa hora de juego, jugadores y momentos como para que los dos se ilusionaran, así sea en vano, con la permanencia. Del lado de Independiente el Rolfi, que jugó un rato de novela al comienzo del segundo tiempo, pero también Villalba, Godoy, Vargas y Caicedo, sin que el resto desentonara, apuraron el entusiasmo del gentío vociferante que acompañó cada jugada. Los sanjuaninos ofrecieron gestiones más que plausibles de Luna y Osorio en especial, pero hubo, en Alderete, en Lanza y en el pelado Álvarez un compromiso constante que sólo claudicó con el ritmo que San Martín impuso al partido, desde que estuvo dos a cero abajo.

Nunca fue el verdinegro menos que el Diablo. Todo transcurrió de igual a igual, incierto el resultado, abierto a lo que fuera con los dos equipos lamentando situaciones perdidas por poco.
Brindisi acertó el 66% de los puntos que ha jugado. Metió mano claramente y asumió los riesgos con un balance que los números y unos cuantos ratos del juego de Independiente saldan en positivo. No le sobra nada, más bien le falta, como a todos los equipos del torneo si nos apartamos de Newell’s y Lanús. Nada más ver a River en Santa Fe, penando contra Unión para sacar un empate, las pruebas de la paridad surgen como una característica estampada como si fuera la marca del fútbol argentino. Los últimos minutos de ambos partidos fueron de una intensidad inimaginable para 90 minutos. Por eso los goles del primer tiempo son los que deciden la calidad o, al menos, la intensidad de los partidos. River debió apelar al mejor fútbol que se le vio en varios meses para acomodar las ilusiones en un lugar más confortable que el de una derrota. Los minutos finales, incluyendo la gran jugada del empate, y las que pudieron darle la victoria, fueron electrizantes.
Y los buenos momentos de Unión, cuando River jugaba como “creyéndosela”, con ese segundo gol de impecable factura en la preparación y en el final, dieron jerarquía al resultado aliviador que se trajeron los millonarios.
En Avellaneda, fue la ventaja inesperada de los rojos lo que animó a San Martín a dar batalla. No atravesó montañas pero movió la estantería de Independiente, jugando con una decisión que pudo darle el empate. Un línea algo confundido limitó la esperanza con banderinazos injustos y falló alguna definición. Pero si hubo algo seguramente positivo en el muy buen triunfo de los rojos fue lo que aporto San Juan. En el sufrimiento que sólo menguó con el tercero, el de Caicedo, en una galopada personal magnifica, está la prueba del mérito de Independiente y de la tensión vivida que sólo se resolvió con aquella jugada del colombiano.
No se sabe aún para qué sirve un domingo como el de ayer. Pero esas calles del festejo, en las que los hinchas ayer compraban garrapiñadas de contentos, como para festejar, hacen a tardes que no serán como las de antes, cuando era la gloria la que se paseaba por la ciudad, pero que explican el amor por el fútbol.