Celebremos la aventura que se hizo realidad

La tapa de cada día es un llamador en el equilibrio de lo que importa y lo que atrae. Y luego no defrauda
en el recorrido.

 

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Ver a Tiempo consolidado es una emocionante respuesta a la pregunta que siempre nos hacemos frente a las nuevas aventuras. Este cronista ha sido testigo de tantos sueños que fueron pulverizados por las contingencias materiales que recuerda perfectamente la tarde de la primera entrevista con Ricardo Gotta y Roberto Caballero. Uno dice que sí porque al fin de cuentas no tiene nada para perder, salvo un sueño más que empieza a compartir con quienes se ponen al frente de la gesta. Caen bien los ilusionados que abren caminos en el periodismo. Se habla de lo que se piensa llevar a cabo. De abrir fuentes de trabajo. De ocupar un espacio en las confrontaciones ideológicas. Dos cafés más tarde, uno se ha dado la mano con los entusiasmadores y tiene a partir de ese momento una vertiente más para expresarse. En este caso con Roberto y Ricardo, los que parten de un bar con el apuro evidente de quienes tienen aún mucho por hacer.
Esos hombres han dicho gracias como si la gratitud no debiera tener la flecha al revés. De uno hacia ellos. Porque la realidad es que sin hacer gran cosa, uno siente que tiene un ingreso más que, dure lo que dure, viene bien, y ellos, en cambio, están construyendo pieza por pieza el rompecabezas de armar nada menos que un diario.
Cuando parece que el proyecto ha quedado en la nada, lo cual está siempre dentro de lo previsto, porque son cientos los que se quedan en la orilla, llega el anuncio de que se empieza tal día. Hace tres años de ese llamado. Hace tres años, que este escéptico periodista participa del proyecto.
En realidad, lo lindo seria estar más en la redacción, sentir el diario página por página. No ser alguien que tan cómodamente se vale del esfuerzo cotidiano y emocionante de los que la pelean desde adentro. Y aunque las cosas no son así, el ida y vuelta frecuente y grato con los responsables construye la mística sin la que esta profesión vale muy poco.
Y desde ese lugar es que el firmante se siente parte de Tiempo Argentino.
Verlo crecer, palparlo un domingo en su volumen, echar un vistazo en los kioscos y verlo muy campante codeándose en las grandes ligas, invitando a comprarlo, a conocerlo, a discutirlo, mano a mano con los consagrados diarios de siempre, es un halago que se siente también como propio.
Tiempo da pelea. Alguien como quien escribe esta nota lee, por los menos, tres diarios cada día. Comprobar que la información «está», que muchas veces gana, entusiasma. Que el peso de su opinión se siente, es para celebrar. Estéticamente, el diario, habla el lector avezado, está redondito. La tapa de cada día es un llamador en el equilibrio de lo que importa y lo que atrae. Y luego no defrauda en el recorrido.
A las notas editoriales, el suscrito suele conservarlas, para leerlas en el espacio, infrecuente es cierto, reservado al aprendizaje, a la profundización de las ideas. Haber construido un diario en el que resulta tan cómodo escribir, sintiendo que uno no tiene que regalar nada, que puede ser sincero palabra por palabra, es un nuevo motivo de gratitud hacia quienes compartieron un café y sus sueños, un poco más de tres años atrás.
Participar desde esa lateralidad inevitable que determinan las circunstancias profesionales pero ser, al mismo tiempo, tan parte del proyecto y verlo con tan buena salud, invitan a decir gracias.
Desde el trabajador que participa del viaje y desde el lector que lo espera cada mañana, para crecer con él. Con Tiempo Argentino.

Víctor Hugo