Merecer la victoria, a River no le alcanza. Mucho menos después de tenerla servida en bandeja, como lo demostró el gesto desencantado
de Gallardo tras el partido.
Cuando las calidades son diferentes, el equipo que se sabe menos y juega de visitante, se abroquela y sale. Sólo un gol puede romper el libreto, y la demora de ese gol hace a la jerarquía del partido.
El gol tempranero de Cavenaghi fue la llave para que Unión pasara al plan B, para el que no luce tan preparado. Entonces, el partido ofreció un trámite mucho más entretenido. El que pudo pensarlo de contra fue River porque el gol condicionó a su rival. De allí vinieron los muy buenos contragolpes de los millonarios con la progresión rápida de Simeone y la presencia punzante del autor del primer gol.
Después de un rato con esas características, en las que un par de veces se registró cierto olor a empate, el partido empezó a vislumbrar un final prematuro, River tomó el control, luego de atravesar un par de sustos y repeler de contra. Le dio el ultimátum con un gol de Drusi, y Unión pareció capitular sin estridencias ni retobos. Sólo se podía esperar la goleada cuando el reloj indicaba sólo 35 minutos del partido.
Fue de los primeros partidos en los que se expresaba la distancia que se prevé. River puso en la cancha un equipo que es de Primera, pero en los hechos hoy día es el muleto del Muñeco Gallardo. Con la “reserva”, River podría pelear el campeonato tranquilamente.
Y Unión con la primera estaría más bien para pelear de abajo, hecha la salvedad de que el cronista no ha visto otros partidos del Tatengue. Es el aspecto complicado de un torneo con tantos equipos si se piensa desde el prejuicio. Castro se fue agigantando y pasó a ser explicación de un resultado aun decoroso para Unión en los primeros diez minutos del segundo tiempo. Se avizoraba la goleada.
Pero de pronto, como una lluvia aliviadora en medio del calor, los santafesinos anotaron un gol a los 10 minutos. La conversión de Gamba le dio al partido un sacudón, renovó las emociones y obligó a River a usar algo más que el piloto automático. Un par de goles perdidos por Cavenaghi, pero también alguna amenaza de Unión, matizaron el partido, hasta conformar un buen espectáculo. Mucho más cuando llegó el empate, después de un tiro libre que nadie cabeceó pero cuyo pique desconcertó a Chiarini.
El ida y vuelta se hizo incesante y, en medio del suspenso, los dos equipos dignificaron al domingo. Uno puso el titánico esfuerzo de los que recobran la fe. River de su lado ofreció más calidad en su fútbol, pero había menospreciado situaciones favorables cuando se perfilaba la goleada y, ahora, parecía que el precio sería el tercer empate consecutivo.
Merecer la victoria, a River, no le alcanza, mucho menos después de tenerla servida en bandeja. Cambió un 4 a 0 por las incomodidades de un empate que lo tuvo a maltraer en más de una ocasión.
El rostro y el tono de Marcelo Gallardo después del partido eran la expresión de un hombre desencantado. Leonardo Carol Madelón, en cambio, tenía por delante una semana que no se hubiera atrevido a soñar cuando terminó el primer tiempo. El bendito fútbol había trastocado los humores, una vez más, con su reparto inequitativo de premios y castigos.