«Boca, el equilibrio justo»

Tiempo Argentino Lunes 12-12-2011

Boca se instaló entre los equipos más importantes que hayan obtenido un torneo. Las marcas que recogen las estadísticas de Tiempo son una demostración en números de lo que significó la campaña con Julio César Falcioni. Y aunque a veces sean un abuso de la estadística, como decía Borges, en este caso, esas tablas y resúmenes son apenas un esbozo del valor de lo que Boca ha logrado.

 Es justo conceder a los campeones el reconocimiento a quienes hicieron trizas una de las características más salientes y reconocibles del fútbol argentino de estos años: la paridad.

Esas llegadas turfísticas de cinco animales que cada vez que estiran el pescuezo parece que ganan y enloquecen a los apostadores fue una marca registrada de los torneos del país. Un embalaje ciclístico visto desde la línea de llegada cuando los corredores se hamacan allá, a lo lejos, y uno cree que vence el de azul, pero de pronto es el de color rojo, y hasta que pasan por la línea de llegada no se sabe. Por eso, a los festejos les faltaba algo de gracia, en la triunfal Bombonera. Se supo la verdad mucho antes del final del libro. No tiene gracia si no hay enigma un buen cuento. Sobraron capítulos al fútbol argentino de la segunda parte del año. Eso del invicto y la cantidad de goles recibidos, y el podio al que se subió en la historia, sólo fueron masitas dulces después de una comilona.

Falcioni, Julio, al César lo que es del César: no sean mezquinos. Logró lo que se puede en el fútbol de hoy. Como los cigarrillos aquéllos, el equilibrio justo. Sin Juan Román, que es a Boca lo que Messi al Barcelona (dice el cronista, para provocar, que si no les parece que es así, le den a Lionel al Madrid, y después vemos), igual hubo momentos de lo que se menciona como buen fútbol. Pero en la escasez de algunas tardes, en los reproches que le cupieron ciertos domingos de “mirar” demasiado el partido pensando en el campeonato, siempre estuvo la palanca del equilibrio. El hombro para recostarse en las jornadas sin carisma fue esa inteligencia de su juego y del reparto de las cargas.

Ha sido tan un equipo Boca, que esta vez se quedó sin nombres para sacarle lustre. Ni Martín, ni Román, ninguno de los que parecían explicar los triunfos de otrora. Un despliegue coral, una voz de todas, y todas las voces todas. Como las que le ofrecieron al Riachuelo sus gritos y sus cantos y algunas lágrimas. Como para que ese Riachuelo, justamente, ahora con el alma más limpia, se los lleve a dar la vuelta al mundo.

Cuando se produjo el gol de Cvitanich, ya en el crepúsculo del partido se cerraba un capítulo de muy escasos atractivos hasta ese momento. Un fin de ciclo que apuraba su llegada. El magnífico pase de Battaglia a Erviti y la excepcional entrega del ex volante de Banfield a Cvitanich,  como si tuviera un guante en el pie izquierdo, que  le permitió al goleador tomar la pelota y convertir, para enhebrar un nuevo triunfo, un logro final que le pone marco a la corona.

Encima hubo un mano a mano de Matos con Orión y una réplica inmediata en la que Mouche se lo pierde ante Cambiasso, que le hace la de Dios justo en el área donde la inventó Gatti, del lado de la Casa Amarilla. Con esos escasos atributos el partido transcurrió de la manera que todos preveíamos. En un clima festivo. Sin urgencias ni preocupaciones para Boca, con All Boys naturalmente enamorado con el empate, porque para sí, un punto en la Bombonera, en el día de la fiesta del nuevo campeón no es nada desdeñable. Cosa que estuvo a punto de lograr aun cuando se quedó con un jugador menos por la expulsión un poco exagerada de Juan Pablo Rodríguez. Luego todo fue invitación al tedio, mientras la  gente de Boca intentaba hacer despertar sus cantos.

Justamente esos que no querían irse, que pretendían un juego eterno a sabiendas que van a levantar las copas en el año más perfecto. No sólo porque Boca fue campeón, sino también por River y su permanencia en la B. Todo se suma. La tarde se fue así, con la satisfacción de Falcioni, con la serena alegría de los jugadores y la locura de los hinchas, que como subidos a los fuegos de artificio, lograban tocar el cielo con las manos.