Al menos, Boca hizo una jugada de principio a fin

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 En la dorada piel de Buenos Aires del domingo, lo único fantástico para River fue llenar el estadio y verlo como nunca en blanco y rojo. Pero después, y más allá de los méritos que hizo para empatar, predominaron las zozobras defensivas. De un prólogo que anunciaba una obra perfecta, a un epílogo soso y repetido en el segundo tiempo.

Sin conducción por el eclipse al que Cristian Erbes sometió a Manuel Lanzini en la primera de las victorias de Carlos Bianchi que cabe remarcar, River terminó apostando a los centros, algunos buenos, muy pocos cabeceados. Excepción de una entrada fulgurante de Rodrigo Mora que mandó un centro de Leonel Vangioni a la base del caño derecho de Orion, apenas un testigo fuera del tono del partido de Manuel Lanzini, quedaba Ariel Rojas, pero se fue cansando y hubo que sacarlo.
Así que a River le quedaba la apuesta a una inspiración de Teo Gutiérrez, o a un centro afortunado. Hay que decir que todo en el marco de de un partido interesante con unas cuantas situaciones que provocaron emoción. Pero a nadie lo conforma perder en un buen partido. Boca terminó prefiriéndolo opaco y sólo le sacó brillo a su juego cuando pudo armar una contra de tres contra tres. Por lo demás, le daba lo mismo jugar que no jugar mientras las cosas estuvieran 1-0. Su defensa y Juan Manuel Martínez disimularon que a Fernando Gago le costó más que otras veces y que Juan Román Riquelme está todavía a media máquina. Los palos y los arqueros intervinieron para que la diosa fortuna jugara con unos y otros a lo largo del partido.
El cronista sabe que habla de un resultado que, con los mismos materiales, contempló siempre que ganase cualquiera de los dos, o más justo aún, que empatasen. Sin embargo, Boca fue el que pudo completar una buena jugada de principio a fin. En la organización de Román, el desborde de Martinez y el anticipo alemán de Emmanuel Gigliotti a un centro que le venía de rastrón desde la derecha. River no completó algo tan plausible aunque haya gastado más balas en la refriega. Fue un buen espectáculo. El tránsito por la mitad de la cancha fue rápido en el primer tiempo y trabado en el segundo, pero el partido, algo ordinario hacia el último cuarto de hora, reivindicó la categoría ascendente del campeonato.
Faltó, eso sí, la vereda de enfrente. Los hinchas de River jugaron poco por la ausencia del rival en las tribunas. A quién gritarle, a quién ofender, si ese era el propósito, con las banderas argentinas que alguien con escaso tributo a la pacificación distribuyó en las tribunas. River fue local pero no sacó ventaja. El silencio que acompañaba a Boca, el silencio del grito del gol en los auriculares, les quitó a los de Bianchi toda presión. Jugaron como para que la primavera con ínfulas de verano, acune otras ilusiones, más caras que las de hace pocas semanas. Carlos Bianchi ya no está viejo. Otra vez, es el de antes. Aquella intrepidez de los hinchas y algunos medios para juzgar al técnico, ahora, exige algún cambio sobre la marcha. En la elección de los jugadores con varios aciertos como las posiciones de Jesús Méndez y Cristian Erbes, la confianza a Emmanuel Gigliotti y la carta blanca al Burrito Martínez, en el planteo, criterioso pero no conservador, Bianchi fue un ganador. Sirve para este domingo. Pero también para sacar patente, para poner algún ahorro en el banco.
Ganarle a River de visitante, dura más que cualquier otra victoria. Da el crédito que insospechadamente estaba necesitando el Virrey.