A chapotear, que se acaba el fútbol…

a chapotear, que se acaba el fútbol

En La Bombonera consumaron otro rídículo. Hubo algo muy poco parecido al juego. Boca se adaptó apenas mejor, metió un gol, y por eso va ganando…

Demasiado tarde para suspenderlo. El ridículo estaba consumado y la escena que decidió a Beligoy, la de Ezequiel Videla envuelto en una ola como si estuviera haciendo surf, y la pelota como si fuera el pájaro que levanta vuelo huyendo del cazador, esa foto absurda de un simulacro de deporte acuático ya era algo aceptado por la gente y los jugadores.
El árbitro tuvo dos ocasiones más aceptables para tomar la decisión. En cualquier momento del primer tiempo y durante el descanso. Presionado por los calendarios, sin una regla taxativa, salvo el propio reglamento, claro está, Beligoy dejó avanzar el desarreglo de un espectáculo alejado por completo de lo que llamamos fútbol. Al suspenderlo, completó una tarde que no hizo otra cosa que empeorar en todos los sentidos.
En lo que sucedió dentro de la cancha, Boca había chapaleado un poco mejor. Ligó de entrada, cuando un cabezazo de Bou dio en el ángulo superior derecho, y luego presentó un criterio más definido que la Academia. La ley de cuanto menos juguemos de rastrón, mejor, fue la dominante y dentro de ese criterio. Los xeneizes contaron con la mejor puntería de Fernando Gago y de Cristian Erbes,y una velocidad más acechante de Jonathan Calleri, César Meli y Federico Carrizo para ir hacia Sebastián Saja. En ese contexto, llegó el único gol del partido. Un foul en perjuicio de Yonathan Cabral, quien fue tomado de la camiseta desde atrás cuando pretendía rechazar en la media luna, forzó los acontecimientos. De un quite en esa zona tan cercana al arco, podía surgir algo como lo que se vio de inmediato. Un toque de Meli a Carrizo, de este a Calleri, y un tiro cruzado y bajo, que hizo sapito y se metió contra el caño derecho.
Si uno quita esa jugada y la del cabezazo de Bou, no queda nada parecido al fútbol. La lucha denodada por avanzar  con la pelota al pie, o pasársela a un compañero, esquivando las lagunas, fue imposible. La expresión “nos tapó el agua”, tuvo más sentido que nunca. La lluvia incesante, el espejo que se rompió en lo alto y dejó sus fragmentos en la cancha, la insenzatez dominó el predio de La Bombonera. Al empezar el segundo tiempo, Racing llegó gracias a Facundo Castillón  que enfrentó a Agustín Orion y lo superó pasando la pelota  por el costado del arquero. Y la pelota se detuvo por el estado de la cancha.
Todo lo que vino después, aconteció con una pregunta entre los dientes. Qué margen tenía Beligoy a esa altura para detener las acciones. No podía pararlo en nombre del traicionado reglamento, de la salud de los jugadores contra la que se había atentado, de ninguna de las apelaciones al famoso sentido común. Así que cada uno pensó que, al menos, después de tantos padecimientos, volvería a casa sabiendo el resultado del partido. Era lo menos que se merecían los sufridos espectadores. Sin embargo, Beligoy no pudo soportar la sensación de que se había expuesto demasiado y aprovechó el porrazo que se dio Videla para terminar el partido.
Entre la desilusión y las incomodidades se escuchó la protesta de los hinchas por no tener una cancha que sea capaz de drenar un poco más y que ofrezca una leve comodidad a la hora de abandonarla un día de lluvia. Porque después de Beligoy, del tiempo horrible, había que jugar a la rayuela dentro de la oscuridad de los alrededores para sortear los obstáculos de los charcos. Sin saber cuándo se jugará lo que falta, y lo olvidable de lo que se había visto, la frustración iba del brazo con cada uno. En la dificultad que presenta tomar una decisión en las condiciones que se le presentaron, no pareció que Beligoy hubiese acertado.
Pero también los árbitros merecerían tener la ayuda de saber a qué atenerse en estos casos. Si el reglamento no es todo lo que cuenta, cuál es la hoja de ruta cuando llueve tanto y la cancha está imposible. No será  rastrillando de la manera precaria que intentaban los trabajadores para quitar el agua del terreno de juego, que se puede ofrecer una solución a los imponderables de ayer.