Perplejidad, esa es la palabra. Porque la demanda de Clarín viene a mostrar con claridad un gesto irrefutable contra la libertad de expresión. Justamente del que se autodenomina víctima, surge el ataque destemplado y absurdo al derecho de expresarse de otros periodistas.
Los que han destruido la credibilidad y el buen nombre de innumerables personas; ellos, los que viajan en el puño agresivo del cacerolero que le pegó de atrás al colega del canal de noticias C5N; ellos, los que difaman desde el poder a quienes denuncian sus negocios; ellos, los que se defienden con la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (Adepa), el Foro de Periodismo Argentino (Fopea), mientras desacreditan a cuanto oponente se les cruce en el camino; ellos, los que proyectan violencia sobre las víctimas de sus mentiras en cada acción destinada a salvar sus privilegios; justamente ellos, son los que quieren meter presos a sus colegas por decir lo que piensan.
Perplejidad es la palabra. Porque no hay manera de entender cómo pueden victimizarse ante expresiones que hasta parecen demasiado cautas, si se las piensa en el contexto de locura en el que Clarín nos ha hundido para proteger sus intereses. Perplejidad. Porque en tiempos en que el gobierno elimina la injuria y las calumnias como delito penal si las mismas se destinan a los funcionarios, es Clarín, el que demanda penalmente por manifestaciones que, comparadas con lo que ellos destinan a los hombres públicos, provocan una inevitable sonrisa.
Clarín pretende que estén presos Roberto Caballero, Sandra Russo y Javier Vicente, mientras el CEO del multimedios, Héctor Magnetto, y los otros, siguen libres. Es la metáfora de un mundo insoportable, la que intentan.
Víctor Hugo