Mayor Grosso

 El Mayor Juan Carlos Grosso cuenta de dos maneras como nos conocimos.  Una noche de lluvia en ‘Mario y Alberto’, un restorán de la calle Constituyente. Y una noche de tango, en un café concert al que iba a ver cantar a su hijo precoz.   Del restorán me llevó a casa en su auto porque la lluvia impedía conseguir taxi. En el café concert no menciona la lluvia y no recuerda si se presentó él o me presenté yo. Ambas historias son inventadas.

 En realidad nos tratamos en los dos partidos de fútbol jugados en el Batallón Florida. Uno interrumpido por agarrarnos a patadas mal, y el segundo con final grato y almuerzo en el casino de oficiales. Diez o doce de nosotros periodistas, y una veintena de ellos.

 Quedaron en el recuerdo tres. El Coronel Yamandú Sequeira por el deseo de que transmitiese una maratón que ellos organizaban (y nos ingeniamos
para esquivar), el Capitán Guillermo Cedrés que era dirigente de Huracán Buceo y el Mayor Grosso.

 Grosso se convirtió en la pieza fundamental del armado periodístico de la Revista Noticias y del Grupo Clarín, y el periodista Jorge Lanata de Buenos Aires.

 Deslumbrado por las luces de las cámaras, resentido por una mención que no lo satisfizo en un diario, mucho antes de este bochorno al que se prestó, declaró en mi contra que yo era un patadura y que charlaba más con los de abajo. Lo primero es mentira. No fui un patadura. Lo segundo puede ser cierto y me halaga.

 Dice Grosso que estuve allí muchas veces. Para eso muestra dos fotos y una grabación; todo lo que pudo aportar, aparte de su testimonio oral.

 Treinta y siete años después de los hechos, arrastrado por el deseo de servir a sus reporteros, y un incomprensible odio político, cuenta una historia irrelevante y absurda que sirve a los intereses de quienes procuran mi linchamiento mediático en la Argentina.

 En una foto está parado detrás de una mesa de civiles el día de su despedida cuando partía hacia la India en misión durante algunos años. Sentados, mi mujer, yo y un amigo.

 En la otra estoy hablando ante el clásico pedido de «diga usted unas palabras. Usted que sabe», sería. Y uno hace lo mejor que puede, hasta por calidad profesional. Darle un sentido, una emoción a lo que dice. Lanata exhibió la grabación en Buenos Aires como la prueba de que no era verdad que yo no tuviera el teléfono de militares.

 En Buenos Aires hoy día el periodismo dominante, especialmente el de los autores intelectuales de la patraña, los que la pagaron, los que la publicitan, verbigracia el Grupo Clarín, se miente aun sobre lo que uno esta viendo o escuchando y es al revés de como lo explican.

 En la grabación queda muy claro que le agradecía al «amigo» Grosso, la buena disposición que tenía frente a problemas de cualquier índole para hacerse presente por teléfono o personalmente. Él se hacía presente.

 Si Grosso leyera lo que hay en mi página www.victorhugomorales.com.ar.ar, vería que en las respuestas «que no di a Noticias», pero si ofrecí en mi espacio antes de salir la revista, digo lo que hubiese manifestado ahora.

 Agradecería otra vez su buena disposición y su amistosa cercanía. Había sido en tiempos difíciles un consejero persistente después de habernos conocido. Algo así como «muchachos cuídense, no se pasen de la raya; no les puedo decir mucho, pero no se crean que no se dan cuenta».

 Pobre Sr. Grosso. Primero lo usan para que diga bonachonamente lo que pudiera perjudicarme. Pero acto seguido lo destruyen. Si Grosso fuera un buen hombre no sirve.

 Entonces al Mayor y a sus compañeros lo presentan como los peores asesinos. Lanata los comparó con la ESMA y cualquiera en Montevideo sabe que Grosso no estuvo salpicado por nada que permita esa comparación con la ESMA de Buenos Aires, lugar de atrocidades que avergüenzan a la humanidad.

 Que conocía a Grosso lo conté yo mismo en una nota del diario El País de hace seis años (http://www.elpais.com.uy/Suple/DS/06/04/23/sds_212753.asp ), bien lejos de esta operación desalmada y delincuencial. Contaba entonces por que había sido necesario irme del país:

“(..)En el Mundial de Japón 79 tomé una gran nota del Dr. Tarigo en El Día, que hablaba de los ciudadanos de segunda en referencia a los civiles y los militares, y la mencioné desde Tokio, como hablando de otro tema, pero algo captaron porque tampoco cayó bien. Y me asusté cuando fui preso 27 días por una pelea en un partido de fútbol de los que jugaba casi todos los días de mi vida —recuerde que tenía un cuadro con el que anduvimos por el país y la capital haciendo beneficios, y entre el fútbol de once y el de cinco jugábamos más de 100 partidos por año— un lío como los que el fútbol produce de a cientos por calenturas del momento. Conocía algunos militares, un Mayor Grosso, un Capitán Cedrés de Huracán que todavía está en el club, casualmente por partidos de fútbol que habíamos jugado, pero no tenía cómo saber a través de ellos hasta qué punto estaba observado. Y no creía que tuvieran demasiada influencia. Yo visitaba en Holanda a un amigo entrañable que había sido tupamaro, el Gorrión Pérez Uria, increíble relator de Colonia y compañero mío en el basquet de la ciudad, y pensaba que eso podía saberse. Cuando fui preso, me hicieron volver de Europa, justo estaba en lo de Gorrión cuando me avisaron de la radio que la situación era insostenible y me vine. Y de Carrasco me llevaron directo a la central(…)”

 No hay ni siquiera una novedad en la historia inventada por Grosso y sus interlocutores. Más allá de que sea un ataque frontal a la mínima inteligencia confrontar una versión oral evocada 37 años después, con lo que en aquellos días escribía sobre mí la propia dictadura y que por suerte quedó en archivos que me entrego el gobierno nacional este año, cuando conocí la «inversión» que se estaba haciendo. Se lanzaron hacia dos historias al mismo tiempo. Una prostibularia por la cual yo habría sido cafiolo, y la de Grosso.

 Por ahora quedó sólo esta.

Víctor Hugo