«Hand of God or God Knows?» Por Ezequiel Fernández Moores

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 Hand of God or God Knows?

Por Ezequiel Fernández Moores

   En 1980, Edgardo Esteban soñaba jugar con Diego Maradona. Tenía 16 años y estaba en la quinta división de Argentinos Juniors, cuatro menos que su ídolo, que ya brillaba en la Primera del club.

   En 1981 Esteban fue al primer concierto de Queen en Buenos Aires donde Freddy Mercury cantó con la camiseta de la selección de fútbol de Argentina. Maradona subió al escenario y luego posó con la bandera británica dibujada en la remera.

   En 1982 la Argentina convoca a los dos jugadores a defender el país. Maradona va a la cancha. Esteban a la guerra. Una guerra que mi país, entonces en manos de la dictadura más sanguinaria que hayamos tenido, le declara al Reino Unido para recuperar las Islas Malvinas, ocupadas por el Imperio en 1833. The Falklands, ustedes saben.

   El 13 de junio, un día antes de la rendición argentina, Esteban había sobrevivido a la noche más dura de la guerra. Hambriento y muerto de frío en su pozo de combate, escucha por radio el debut de Maradona y de Argentina en la Copa Mundial de España. En pleno partido, un bombardeo de la Armada británica lo hace volar un metro y medio.

   En medio de las bombas, Esteban escucha que Bélgica le hace un gol a Argentina. Una sorpresa, porque Argentina había llegado a España para defender el título. Estaban Maradona y varios de los campeones del Mundial de1978, como Osvaldo “Ossie” Ardiles, estrella del Tottenham Hotspurs cuando estalló la guerra. El primo, el aviador militar José Leonidas Ardiles, había muerto el 1 de mayo de hipotermia en las aguas del Atlántico Sur cuando la Armada Británica derribó su Dagger.

   Argentina perdió 1-0 Bélgica y decepcionó en su debut. La revancha llegó el 18 de junio. 4-1 ante Hungría, con dos goles de Maradona. El soldado Esteban ya era un prisionero de guerra. Argentina se había rendido ante el Reino Unido el 14 de junio tras una guerra que mató 746 argentinos y 255 británicos. El triunfo ante Hungría excitó tanto a los soldados argentinos, prisioneros del buque Canberra, que los custodios creyeron que era una sublevación. Celebraban el triunfo de Maradona y, quizás, haber sobrevivido a la guerra “ese homicidio formalizado”, según Jorge Luis Borges.

   Hay quienes dicen que las naciones, ya no van a la guerra, sino que juegan al fútbol. Pero Argentina y el Reino Unido hicieron las dos cosas. Ambas selecciones quedaron eliminadas en la segunda fase del Mundial de España. Caso contrario, podrían haberse enfrentado en la final. En Malvinas, en cambio, ganó Gran Bretaña. La derrota precipitó el fin de la dictadura militar. Ustedes tuvieron cuatro años más de Thatcher. Si me permiten la ironía.

   Nuestros países se enfrentaron en México 86. ¿Qué aficionado no recuerda ese partido? La prensa se regodeó en titulares de tinte probélico. Los hooligans y los barra brava de Argentina se enfrentaban fuera del estadio. Los jugadores  pidieron hablar sólo de fútbol. Años después del triunfo, Maradona confesó en su libro autobiográfico que aquella cautela no fue más que una postura políticamente correcta. Para el equipo argentino, dijo Maradona, el partido fue una revancha por la pérdida de las Malvinas.

   En ese partido, Diego fue diablo y genio en apenas cinco minutos. Al minuto 51 hace el gol con la mano. The famous Hand of God. Y al minuto 54, corre sesenta metros con el balón en catorce segundos, elude a más de medio equipo inglés y convierte “el gol del siglo”, como lo consagró la FIFA. “A veces –dice Maradona en su autobiografía – siento que me gustó más el de la mano. Fue como robarle la billetera a los ingleses”. En un ensayo sobre Maradona, el escritor inglés Martin Amis escribe que para muchos argentinos “los medios tramposos son incomparablemente más satisfactorios que los medios justos”.

 

    Según el periodista holandés Simon Kuper, la mirada sobre La Mano de Dios “sintetiza la división mental” entre Argentina e Inglaterra. La “viveza” y la “picardía criolla” del alumno argentino contra el “fair play” y el “sportmanship” del maestro inglés. Maradona se convirtió en ídolo nacional. Porque con esos goles, según el escritor Juan Sasturain, el fútbol argentino “mató” a su padre. Matar al padre no es una frase menor en el país del sicoanálisis. Muerto el padre, Argentina por fin se convierte en un legítimo campeón mundial.

    Digo “por fin” porque Argentina había ganado un primer Mundial en 1978, durante una dictadura militar que utilizó al fútbol para tapar sus graves violaciones a los derechos humanos. Argentina ganó bajo sospecha y con las protecciones que tiene quien juega en su casa.

   Pero la memoria del fútbol sudamericano considera que Inglaterra ganó casi del mismo modo el Mundial ‘66. No hay explicación seria que justifique por qué la FIFA, que tenía como presidente al inglés Stanley Rous, designó a los árbitros de cuartos de final en el Kensington Palace Hotel sin esperar la llegada de los delegados sudamericanos. Un árbitro inglés dirigió Alemania-Uruguay y un alemán dirigió Inglaterra-Argentina.

   En los primeros ocho minutos del partido, el inglés James Finney anula un gol y no cobra un penal para Uruguay. Y en los primeros minutos del segundo tiempo, expulsa a dos uruguayos. En los últimos veinte minutos Alemania hace tres goles y gana cuatro a cero.

 

   Argentina llegaba prevenida a su duelo con el dueño de casa. El partido tuvo un solo incidente. Pero fue histórico. A los 36 minutos, el árbitro alemán Rudolf Kreitlein se cansa de las protestas del capitán argentino Antonio Rattin. Lo amonesta. Rattin sigue protestando. Lo expulsa. Fue la primera expulsión de un futbolista extranjero en Wembley.

    Kreitlein admitió que jamás supo qué le dijo Rattin. No sabía una palabra de español. Contó que no le gustó “la mirada” de Rattin. Rattin dijo que él, como capitán, tenía derecho a un traductor, se negó a irse y el partido se detuvo durante ocho minutos. En su salida, Rattin manosea un banderín de corner de la Union Jack y se sienta en la alfombra roja que usa la reina.

   Inglaterra gana 1 a 0. Alf Ramsey, técnico de la selección inglesa, odiaba el juego mañoso de los argentinos. Entra a la cancha y prohíbe a sus jugadores que intercambien camisetas. Los argentinos, furiosos con Kreitlein, destrozan los vestuarios.

   En la conferencia de prensa el técnico inglés califica de “animals” a los argentinos. La estadística revela queInglaterra cometió más faltas: 33 contra 19 de Argentina. Los ingleses replican que Argentina provocó muchas de sus faltas lejos de dónde estaba el balón, fuera de la vista del árbitro. Puntapiés y escupidas.

   Hugh McIllvanney escribió en The Observer que lo ocurrido en Wembley, más que un partido de fútbol, había sido un “incidente internacional”. Un diario argentino tituló: “Primero nos robaron las Malvinas y ahora nos robaron la Copa Mundial”.

   También Brasil se sintió robado. Venía de ganar los dos Mundiales anteriores, Suecia 58 y Chile 62. Pero Pelé fue molido a golpes por Portugal. Y contra Hungría le anulan dos goles. Siete de los nueve árbitros y asistentes de sus partidos fueron ingleses.

   Cuatro europeos monopolizaron por primera vez las semifinales de una Copa mundial. Inglaterra celebró el primer título de su historia. Para Sudamérica fue un “robo”. Lo certifican informes que las embajadas británicas en Sudamérica enviaron a Londres, citados en el libro “The Theft of the Jules Rimet Trophy”, de Martin Atherton. “Ya no creen más en nuestro concepto de fair play y sportmanship”, dice uno de los textos. Tal vez no fue un robo pero pareció. Y el “animals” de Ramsey resonó por décadas como una reminiscencia de tiempos imperiales.

    Como Ustedes sabrán, Argentina, fue una colonia del Imperio Español pero funcionó como si perteneciera al británico. Buenos Aires rechazó dos invasiones del Reino Unido en 1806 y 1807, pero igualmente pasó a depender casi enteramente de los capitales británicos. El Reino Unido impone su comercio y sus negocios. Y nos trae su football.

 

    En 1867, allí donde se jugaba el cricket, se juega el primer partido de fútbol en Buenos Aires. Sus jugadores son todos británicos. Hasta 1916 la Argentinian FA habló y escribió en inglés. Y británico era el Alumni, primer campeón del fútbol argentino, casi hegemónico entre 1901 y 1913. Lo había fundado el escocés Alexander Watson Hutton, considerado “el padre” del fútbol en mi país.

    En 1948, el presidente Perón nacionaliza los ferrocarriles. En 1953 Argentina le gana por primera vez a una selección inglesa, con Perón en el estadio. “Primero nacionalizamos los ferrocarriles, ahora el fútbol”, dijo un funcionario de Perón. “Les dejamos los trenes y el fútbol y nos quedamos con el resto”, contestó un británico.

   En realidad, a esa altura, Argentina ya no interesaba más al comercio británico. Las élites británicas habían dejado hace tiempo al fútbol en manos de los criollos y de las nuevas inmigraciones europeas. El fútbol ayudó a los argentinos a formar su identidad.   

    “Si en Inglaterra había que ir a la escuela para aprender a jugar al fútbol, en Argentina, en cambio, había que faltar a la escuela”, se leyó entonces en la revista El Gráfico, mítica en los tiempos sin TV. El fútbol se aprendía en los baldíos de la ciudad. En los potreros. No valían las reglas sino la picardía, el control del balón, la habilidad y la gambeta. A ese estilo El Gráfico lo llamó “la nuestra”.

   No era el fútbol más físico y vertical, más pragmático y más colectivo. Y también más violento del maestro británico. “La nuestra” era juguetona e individualista, más lenta y más pícara. Las crónicas de los primeros enfrentamientos entre equipos argentinos y británicos, de clubes o selecciones, destacan este choque de culturas. Y la expulsión de Rattin en el 66 y la Mano de Dios del 86 lo agravaron.

   Si profundizo la historia tendría que recordarles que aquí mismo, en Coventry, Rattin tuvo un antecesor. José Sanfilippo, uno de los goleadores más brillantes de nuestra historia, enfrentó en 1955 al Coventry en gira con su equipo, San Lorenzo de Almagro. El árbitro Arthur Ellis da penal al Coventry. Sanfilippo lo patea. Ellis lo expulsa y Sanfilippo se niega a dejar la cancha, once años antes que Rattin.

   A su vuelta, mi país aclamó a Rattin poco menos que como un héroe nacional. Cuando viajó a Inglaterra en Argentina había democracia. Pero cuando volvió del Mundial había una dictadura militar que recibió con agrado el gesto desafiante de Rattin en la casa del Imperio.

   En 2001 Rattin se convirtió en el primer futbolista argentino diputado de la Nación de la mano de Luis Patti. Un ex comisario acusado de torturas y asesinatos durante la dictadura militar que organizó el Mundial 78, la misma que cayó en 1983, tras la derrota de Malvinas.

   La épica construye falsos mitos: Rattin le dijo al periodista inglés Chris Taylor en el libro The Beautiful Game que él, en realidad, no es exactamente un George Wallace argentino. Dijo que Argentina no debió haber echado a los ingleses en las invasiones de 1800 y que el viviría feliz en Londres.

    Nuestro odiado Alf Ramsey murió en 1999 a los 79 años casi solo en un hospital de Ipwisch, su pueblo natal, rechazando los honores de Westminster y enemistado con esa Inglaterra que Rattin tanto admira.

   ¿Maradona es el único futbolista tramposo? Tal vez no moleste tanto la trampa, casi natural, porque el engaño forma parte de cualquier juego como es el fútbol. En Argentina, como dice Amis, nos jactamos de la trampa. En otros países, por vergüenza o hipocresía, ni se la nombra.

   Revisé debates en la prensa británica de los últimos años. Y son los aficionados, no tanto los periodistas, los que recuerdan que Gary Lineker también hizo un gol con su mano ante Holanda en Italia 90. Sólo que, a diferencia de Maradona, el árbitro lo vió y anuló el gol. Otros dicen que Lineker se zambulló en el penal que permitió a Inglaterra eliminar a Camerún en Italia.

   Como también pudo haberse zambullido Michael Owen en la Copa de Francia 98, en el partido que Argentina gana por penales y en el que David Beckham fue el villano, por su expulsión infantil, tras una teatralización “latina” de Diego Simeone.

   Parece que la FIFA se regodea con los duelos Argentina-Inglaterra. El duelo de 2002 sirvió para la redención de Beckham, que anotó un penal sancionado gracias a una nueva y acaso exagerada caída de Michael Owen. Como me dijo un amigo y colega inglés sobre ese penal de 2002: “lo que más contento me puso fue que por fin le ganamos a los argentinos con su propia medicina”.

   Curioso, nadie llamó “tramposo” a Owen en Argentina. La prensa lo bautizó como “el Pibe de Oro”. Tal vez Owen demore 35 años en confesar si se zambulló en 98 o en 2002, como demoró Martin Peters. Peters, en su autobiografía de 2006 reveló que hizo “trampa” al simular una falta sancionada como penal en un empate ante Polonia, desesperado porque Inglaterra se quedaba afuera del Mundial 74. ¿Y no fue contra Polonia que Paul Scholes hizo un gol con la mano en 1999? “No me importa, es gol para Inglaterra”, observo Ray Wilkins por la TV. ¿Y cuando Denis Wise debutó en la selección inglesa anotándole un gol con la mano a Turquía? Cuando le preguntaron si había anotado con la mano, Wise no dijo “Hand of God” sino: “God knows!”

   Wembley 66 fue un hito. Los argentinos se tomaron revancha en dos finales de Copa Intercontinental. Racing-Celtic en 1967 y Estudiantes-Manchester United en 1968. Pero el fútbol más dinámico y ofensivo de la Argentina de Menotti que ganó el Mundial 78 gustó más a los clubes ingleses.

   Cuatro futbolistas argentinos fueron a Inglaterra luego del Mundial. Los ex “animals” iniciaban el proceso de extranjerización del fútbol inglés. Ardiles y Villa (autor de uno de los goles más hermosos en la historia de la FA Cup) dieron un momento de gloria al Tottenham Hotspurs, campeón de la FA Cup de 1981.

   Cuentan que a Sheffield United le ofrecieron un joven de 17 años llamado Diego Maradona. Y que lo rechazó porque costaba 600.000 libras esterlinas. Otra versión dice que había que pagar demasiadas coimas para que los militares autorizaran la salida de Maradona del país. Se quedaron con Alex Sabella por 160.000 libras. El Birmingham adquirió a Alberto Tarantini. Eran otros tiempos.

   La Premier League es hoy un fútbol distinto. Millonario y globalizado. Su fichaje más polémico de estos años se llama Carlos Tevez. Carlitos es el primer bicampeón argentino de la Liga inglesa. Los hinchas ingleses lo aman.

   En Play the Game 2007 conté la historia de Carlito’s Way. Intuí que su tránsito de Fuerte Apache, su cuna precaria de Buenos Aires, a “Gold” Trafford, arrastraría problemas. Jamás pensé que tantos. Que su arribo a la Premier League ocultando que su ficha pertenecía a dos fondos de inversión, provocaría sentencias, indemnizaciones y demandas judiciales inéditas en la historia del fútbol inglés. Tal vez, si las naciones hoy prefieren jugar al fútbol antes que ir a la guerra, entonces los señores de la guerra, en lugar de comprar armas, compran jugadores de fútbol.

    Pero el fútbol argentino tiene hoy otro nombre que interesa mucho más a Gran Bretaña. No es exactamente un jugador. Pero Julio Humberto Grondona “juega” desde hace ya treinta años como patrón del fútbol argentino, es vicepresidente senior de la FIFA y controla algunos de los votos que podrán decidir en diciembre de 2010 las sedes de las Copas Mundiales de 2018 y 2022. Inglaterra, sabemos, quiere la sede de 2018.

   Les voy a contar un secreto:  Dave Richards, chairman de la Premier League, se reunió con Grondona el 20 de abril pasado en el primer piso del hotel Emperador en el barrio de  Recoleta, uno de los más elegantes de Buenos Aires.

   La conversación duró media hora porque Grondona llegó tarde y Richards tenía vuelo para las doce y quince. Y Grondona, me adelantaron fuentes de la Federación Argentina, dará su voto a la postulación conjunta de España-Portugal. Es un gran amigo de Angel Villar, presidente de la Federación española. Y la empresa que maneja el marketing de la selección argentina, Santa Mónica, es hispano argentina.

   España gana por amistad, negocios e idiosma. Pero Inglaterra tiene una ventaja. ¿Saben ustedes que Grondona fundó hace más de cincuenta años un club que subió todas las categorías y hoy juega en Primera división? Juega en el estadio de Julio Humberto Grondona y su presidente es Julio Ricardo Grondona, hijo de Julio Humberto. Se llama Arsenal, porque en 1957, año de la fundación, el Arsenal inglés era el mejor equipo del mundo.

   Tal vez, forme parte de la eterna historia de amor y de odio entre el fútbol de Argentina y de Gran Bretaña.“¡Cómo odiar a los ingleses si nos dejado la felicidad del fútbol!”, me dice un amigo. Un fútbol que, con el tiempo, compensó, para nosotros, la historia de la relación Imperio-colonia. Dicen que el fútbol acercó a Argentina y a Inglaterra más que el cine, la literatura, que Fangio o Stirling Moss.

 

   Es cierto, en marzo en el debut oficial de Maradona como nuevo entrenador de Argentina, ante Venezuela, los hinchas argentinos repitieron el rito. Cantaron, como siempre, “el que no salta es un inglés”. Malvinas es una llaga para los argentinos. Para los ingleses fue una pequeña guerra de tantas. El fútbol puede ser a veces una metáfora de la guerra. Pero no es la guerra.

   Cuentan que unos seiscientos combatientes se suicidaron tras volver de Malvinas. Esteban ¿se acuerdan?, hoy periodista, me dice que ya son 350 en Argentina. Ni Wembley 66 ni La Mano de Dios provocaron suicidios. El objetivo horroroso del horror de las guerras es aniquilar al enemigo. Ese no es el fin del fútbol. Porque en el fútbol, sin rival, nos quedamos jugando solos.