Boca se lo buscó, es verdad, pero también es cierto que Central no merecía perder. La culpa al final fue de todo el equipo xeneize, incluido su técnico quien esta vez jugó como para que sea difícil coincidir con él. Y también la gente influyó negativamente parando un partido indefinido y que venía con pronóstico reservado. Desde la detención que provocaron los fantasmas, Boca sufrió más situaciones adversas que las coleccionadas durante el resto del desarrollo.
De lo que hay que cuidarse es de escribir como si Boca fuese el único protagonista, excluyendo a los Canallas de la explicación del resultado. Central no mereció perder ni cuando eso sucedía a los 12 minutos por el gol facilitado, aunque magnífico de Emmanuel Gigliotti. Tampoco cuando en el segundo tiempo, su desafiante lo desguarneció en jugadas que pudieron definir el partido para los capitalinos. Es verdad que Gigliotti primero y el pibe Sánchez Miño más tarde, después de un pase que Juan Román Riquelme alcanzó en bandeja de plata, pudieron liquidar el partido.
Pero ya se sabe como es el fútbol. Esa injusticia no se consumó y Rosario Central mantuvo intactas las ilusiones, y ese capital de fe, dio intereses con el ingreso del Loco Sebastián Washington Abreu. El delantero oriental además de ser el mejor cebador de mate del mundo, sigue siendo un lío grande en las áreas. Y en cada pelota que llegó a la medialuna de Boca, era creciente el desaliento, como si una encuesta empezara a manifestarse en contra. Carlos Bianchi que fue factor del éxito ante Boca, lo pensó mal esta vez. Este relator y muchos hinchas no esperaron al empate final para dejar en alguna línea la extrañeza por la salida de Juan Manuel Martínez para que entrase Federico Bravo. Salvo una explicación por el lado del físico del Burrito, lo que hizo el Virrey se torna discutible. Si quería la contra, el mejor es Martínez. En fin, no es justo detenerse demasiado en lo que pudo gravitar Carlos Bianchi, al que los hinchas condenaban en las escaleras de salida de la cancha por haber mantenido a Román hasta el final. Pero está en la lista de los argumentos del fiscal de turno. Riquelme, dicho sea de paso, no celebró a lo grande un partido que lo hizo entrar en la historia del club.
Que se hable de Central, pide el comentario. Es amateur, es de potrero, tiene una linda irresponsabilidad y eso lo hace difícil y fácil para cualquiera. El gol, y un par de llegadas del primer tiempo venían de córners o tiros libres a favor. Tiraba Central, y era casi gol de Boca. Pero en el otro platillo hay que poner su dedicación al buen juego. Central es como la Cuba del Che. Tiene la nobleza de saber que aun con defectos, su vida es esa. Seguir y seguir la huella. y una cuestión de escuela.
El relator cree que nunca en su vida relató a un Central irrespetuoso con la pelota. Cuando el Loco Abreu empató, los gritos de Boca, como los colores que antes habían derrotado al gris de la tarde, se apagaron. A nadie se le ocurrió pensar en alguna rebeldía a lo Boca. No había con qué. En todo caso, no nos volvamos locos a ver si todavía perdemos. Lo cual estuvo a punto de ocurrir cuando Abreu, que discutió cada offside que le cobraron, se dejó habitar por esa sensación justo cuando estaba bien habilitado, y se perdió un gol hecho. Los discutidores son así. Cuando hay justicia vale celebrarlo y el empate es eso. Un reflejo del Dios justo que el fútbol desaira tantas veces. Si Abreu metía esa pelota, el castigo para Boca era desmesurado.
Y si ganaba, no había Dios que se bancara las explicaciones de la victoria. Lo que también apacigua el empate es la versión más delicada de los hechos que aportarían los técnicos un rato después. Si no uno termina cambiando de canal, cuando se baten el parche de cómo fue que ganamos el partido. Y a esta altura nos conocemos tanto…
Víctor Hugo