Las manos de un gran escultor que cambió el final de obra

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Las manos de Chichizola, como las de un gran escultor, hicieron posible esa obra de arte del final. Si el arte es eso, emoción inesperada, el coraje del portero de River para enfrentar la fatalidad dio una de las muestras más elocuentes de los últimos tiempos. Este relator opina que Chichizola supo siempre, desde que se pusieron frente a frente con Saja, que sería capaz de atajar el penal. La confianza que exhibía, abriendo sus brazos para mostrarse grande, fuerte, confiado y sereno, contrastaron con la mustia actitud de Saja, que era quizás concentración, pero también la sorprendente visita de la duda.

Por eso pateó para asegurarlo, y por eso, Chichizola adivinó adonde patearía Saja si quería asegurar el remate. El instante más extraordinario del certamen por lo que había en juego, transcurrió como si el libretista de una película, en el final se arrepiente y le dice al director, “mejor terminalo de otra forma”.
La lógica de la peli en curso era que Racing le empatara a River, después de haber sido los millonarios claramente mejores, pero flojos a la hora de cerrar el partido. Como a un tenista al que, con todo a favor empieza a darle trabajo el último punto. Había sido deslumbrante el período en el que River se colocó 3-1, aparentemente a salvo de todo. El despliegue era propio de un campeón como varios pasajes del fútbol que viene ofreciendo River desde hace varios partidos. El cuarto gol sólo presentaba la incertidumbre del autor. Pero de pronto, sacó el pie del acelerador, ambientó el descuento de Hauche y después, con un gol de diferencia todo podía suceder. Que Saja metiera el penal. Que River sin Maidana, expulsado, debiera salir a jugarse los cuatro minutos que quedaban y Racing hasta pudiera ganarle. Pero el guión cambió, las manos de Chichizola escribieron otro final.
Racing y Merlo fueron la imagen del desconsuelo y Chichizola escuchó la música maravillosa de los estadios cuando se corea el nombre de las hazañas, y es el nombre de uno el que se proyecta como un cohete a la Luna, hacia lo más alto de la noche.
En La Plata, donde la tristeza envolvía a los triperos de Gimnasia, la esperanza golpeó la puerta. Las orejas se acercaron a las radios. Las miradas se elevaron hacia los televisores de los bares, en los livings se apiñaron las familias para mirar más de cerca la jugada. Dos puntos bailaban una danza loca en la que Gimnasia recuperaba la vida tras la frustración del empate y River comenzaba a lamentarse del regalo que le había ofrecido a ese Racing menesteroso que ya se había resignado a lo peor. Saja y Chichizola. La zurda de Saja y las manos de Chichizola. Y el instante perfecto y fatal, de uno y del otro.
Está bien que haya ganado River en otro de los buenos partidos de este fútbol argentino al que este campeonato parece reivindicar en buena medida. Es apasionante el final como no hay otro en el mundo. River, el de Carbonero, Lanzini, Ledesma, Vangioni, el de todos porque el equipo anda bien de veras, es también, desde anoche, el de Chichizola.
La gente se fue coreando su nombre y si hubiese vuelta olímpica no faltarán los que digan que lo ganó Chichizola aquella noche de la atajada del penal. Será exagerado, por supuesto, pero también será verdad.
Víctor Hugo