La hora del disfrute

 La noche anterior a un partido, el jugador piensa sus jugadas: se ve cabeceando un centro, convirtiendo un gol con remate cruzado, mete un caño, hace cambios de frente, lanza un tiro libre al ángulo. Y sueña con que una de esas acciones será posible cuando haya rivales y público. Lionel Messi hace realidad en cada partido sus más osadas fantasías.

 Sólo la mente puede concebir que toma la pelota en su campo, corre hacia el terreno rival, salta sobre las patadas, se despide de los marcadores como una locomotora a la que se le desprende un vagón, pasa la pelota a un compañero en el preciso instante, busca la devolución por el medio del área y, a la carrera, abre el pie izquierdo y la coloca en el ángulo superior izquierdo. ¿A quién se le puede ocurrir esa invención sino a un jugador que ha superado su propia creatividad al punto de sorprenderse él mismo con lo que hace? Aquello que nació en el segundo tiempo de Colombia y de lo que en esta columna se tomó como una noche fundacional del romance de Messi con la Selección, es ahora una realidad cuyo destino inexorable es la final del próximo mundial, que la Argentina sólo puede perder si es con Brasil.
 Ecuador no es una mala medida. Se trata de un buen equipo con jugadores que pueden alternar en cualquier parte del mundo, como de  hecho ocurre con Valencia, figura del Manchester. Pero que no es el único muy buen jugador del seleccionado amarillo. Por eso, la actuación argentina del sábado provocó una reacción de tanta felicidad en los aficionados. Hacía mucho tiempo que no se vivía una alegría igual y el equipo de Alejandro Sabella la promovió con la influencia de Lionel, pero también con otras respuestas individuales de alta categoría, y un colectivo concertador, preciso y voraz para recuperar la pelota. Parece mentira la predisposición de algunos. Iban 15 minutos y el equipo albiceleste hacía rotar la pelota con paciencia, buscando agujeros en una defensa de cuatro y cinco adelante, parados entre la línea central y su arco. Por cierto que si eso iba a ser todo, algo andaba mal. Pero evaluarlo así, tan rápido, es propio de un público manijeado. Que dos minutos después de los absurdos aunque sólo incipientes silbidos, se tuvo que tragar su malicia. Porque se vino la devastadora sucesión de jugadas profundas que promovieron el primero de los goles, el cual traía un mensaje fatídico para los ecuatorianos si se animaban a salir. A los 31, el precio de la entrada había sido devuelto con los goles estupendos e hilvanados de Agüero, Higuaín y Messi. Y en los hogares, la gente, la muchachada sobre todo, se preparaba para un sábado de gran autoestima. Dos horas más tarde salían de sus casas pensando que se alzarían con la mejor chica del baile. Eran Messis de paso rápido y miradas furtivas en los espejos de las vidrieras.
 El fútbol tiene esa cualidad. Agranda a todos y el mediatizado futbolero de hoy día se fue tirando caños a las escaleras con cualquier chapita que tocase el pie. Fue una noche artística y eficaz. Por Messi, sí, pero también porque Mascherano y Gago fueron imponentes, y Di María un concertador fantástico. Pero también porque, si se logra dentro de la euforia ser respetuosos con Ecuador y el potencial que tiene, la defensa de Federico y Garay resulto perfecta. No hubo quien desentonara pero vale señalar a la dupla central en función de las críticas recibidas desde hace tiempo por cualquiera de los jugadores utilizados. En el anticipo, el mano a mano y del salto en defensa, hubo una respuesta impecable de alta complementación. Y, entonces, por primera vez en vaya uno a recordar cuánto tiempo, el seleccionado se fue aplaudido y sin peros. Lo único negativo fue haber colocado la piola tan alta y estar obligado a un salto de esa calidad en los próximos partidos, empezando por el del sábado ante Brasil en Nueva York.
 Pero espere. Hay tiempo para eso. Ahora disfrute.
Víctor Hugo