Por qué leo La Nación y no Clarín

 Hablo de La Nación y no de los otros sencillamente porque no los leo.

 Clarín hace mas de diez años que no cae en mis manos.

 Hago cálculos en el aire sobre la cantidad de humo que no entró a mi cuerpo desde que dejé de fumar; si es un ex fumador, pruebe. Enseguida se siente más saludable.
 Ahora, en lugar de «cigarrillo y humo», viva la experiencia diciendo «Clarín y veneno».
 La Nación es más ingenuo, mas auténtico, más lo que uno piensa que es.
 
 Clarín, lo recuerdo bien, es directamente amoral.
 
 La Nación te mata porque está convencida de algo.
 
 Clarín sólo porque le sirve.

Lo peor que le sucede al periodismo es que La Nación se haya aliado con Magnetto. Sería raro que no haya plata en el medio. Bueno, de hecho la hay, debe admitirse, cuando defienden la joya de Papel Prensa.

Pero hablaba de una penetración más fuerte que le ha quitado identidad e inteligencia a La Nación.
 
 Quizá siempre fue igual, pero me parece que no, que además de ser nosotros mejores lectores, ellos, como la laguna de una albufera, se dejaron penetrar por el mar salado.
 
 Sé quien es ese señor que lee La Nación con medialunas y el café de la mañana en la mesa de al lado en café finoli de barrio norte.

Adivinaría cuánto va a dejar de propina, aún si le ha sonreído a la chica que le sirve.
 
 Sé que se tapa con el diario para que yo advierta que no quiere verme, más que para no verme.
 
 El diario representa sus intereses y su manera de ver el mundo, sus convicciones.

Es él mismo hecho papel. Y, ¿Saben qué?, está bien.
 
 Convivo con eso y sólo aspiro a que el señor no ponga cianuro en mi taza, cuando me paro para ir al baño y él se esconde un poco más, para evitar que la visión periférica lo traicione.

En cambio, ser un lector de Clarín, perdóneme, hay que embromarse.

A esta altura del partido andar con eso en el sobaco, dar ese testimonio, es embromado. Es cómodo, es tabloide, es más papel, parece que tiene más noticias, hay más suplementos para apartar (como que un día los vas a leer, aunque eso no suceda nunca) pero igual, no sea malo.
 
 Víctor Hugo